En 1978, un jovencísimo John Carpenter, que había realizado hasta entonces tan sólo dos películas (Dark Star y Asalto a la comisaría del distrito 13) cambiaría para siempre la manera de hacer cine de terror dentro del slasher. Si bien es cierto que los años 70 habían producido cintas de éxito en el subgénero como La matanza de Texas (Tobe Hopper; 1974), fue con la cinta que convirtió a Michael Myers en un auténtico mito macabro con el que se establecieron muchos de los tecnicismos y medios narrativos que luego se copiarían hasta la saciedad en futuros productos y subproductos con serial killers. La importancia de La noche de Halloween como película seminal en el slasher es, por tanto, indiscutible.
SPOILER: Lo que diferencia a La noche de Halloween del resto de sus descendientes directos es la fortaleza de su discurso. Mientras que en mediocridades como Sé lo que hicisteis el último verano o Leyenda urbana o en referencias autoparódicas como Scream o Almas condenadas se tiende a la descripción de brocha gruesa de sus protagonistas adolescentes, en la cinta de Carpenter el grupo de babysitters, liderada por Jamie Lee Curtis, se convierte sólamente en el objetivo macabro del asesino, sin más peso dramático que el puramente narrativo. El protagonismo es cedido al Doctor Loomis, brillantemente interpretado por Donald Pleasence. A través de este, el espectador es introducido en el discurso central del film: el mal que reside en la sociedad.
Carpenter se sirve para ello de una figura casi sobrenatural, que parece como si pudiera aparecer y desaparecer a voluntad y que siembra el terror en la población de Haddonfield, cuchillo en mano. Una especie de Boogeyman con una fuerza casi sobrehumana de nombre Michael Myers. La frialdad en su comportamiento viene fortalecida por el hecho de que oculta sus rasgos faciales bajo una máscara inexpresiva (siempre es mucho más terrorífico no poder poner rostro humano al mal).
El espectador viaja al interior de la maldad más absoluta al inicio del film, cuando Carpenter se vale de los planos subjetivos para que el espectador adquiera el punto de vista de Michael Myers. Con efectivos steadycams presenciamos el asesinato de la hermana del psicópata en primera persona, como si fuese el mismo espectador el que lo ejecutase, colocándonos en la incómoda tesitura de si no es posible que todos seamos dueños de una parte malvada que puede salir a la superficie en cualquier momento.
El film muestra a través de largos planos de seguimiento de sus personajes las calles de Haddonfield, una población ficticia que representa cualquier lugar del mundo, en el que habitualmente no ocurre nada digno de mención pero en el que el mal acecha en cualquier rincón, en cada esquina. Bien lo sugiere ese inquietante final, con la aterrorizada mirada del Doctor Loomis tras disparar a Myers y evaporarse el cuerpo de éste sin dejar rastro alguno y los planos de lugares ahora vacíos por los que el psycho killer ha merodeado anteriormente, acompañado por la terrorífica respiración en off de éste. Es el descorazonador legado que nos deja esta obra maestra de que el mal que habita en la sociedad es indestructible.