En la semana de cine del Festival de Cannes en Buenos Aires, vimos lo último de Terrence Malick película que narra la vida de Franz Jägerstätter, un objetor de conciencia durante el régimen fascista.
Si comenzamos hablando del cine de Terrence Malick, sabemos de antemano que puede tratarse de una tarea de dificultoso abordaje dado lo escueto de su filmografía y el hermetismo que rodea a la imagen de uno de los cineastas modernos más talentosos. Figura misteriosa del que poco se conoce acerca de su historia y sus orígenes, donde lo único verídico y comprobable en la biografía de este director texano, es su pasión desmedida por la filosofía (carrera de la cual egresó con honores de la Universidad de Harvard) que en mayor medida condicionó su visión panteísta de la existencia.
Luego de “El árbol de la vida” (2011), condecorada con la Palma de Oro en el Festival de Cannes, algunos críticos afirmaron que la “chispa” propia del cine de Malick se fue disipando en sus títulos posteriores tales como “To the wonder” (2012), “Knight of cups” (2015) y “Song to song” (2017). Pero la vuelta a esa estructura narrativa de corte más tradicional, propio de películas tales como “Badlands” (1973) o “Días de gloria” (1978), implicaba cierta expectativa y una anhelada vuelta a los orígenes de su filmografía más destacada.
A Hidden Life se concibe como una epopeya de corte operístico (no sólo por lo grandilocuente de su banda sonora sino asimismo por la extensión de su metraje) que narra la vida de un personaje real que vivió y murió durante el siglo pasado, víctima del régimen nazi. Franz Jägerstätter (interpretado por August Diehl) es un granjero que lleva una vida apacible en las praderas de Radegund (Austria), cuyo bienestar se condensa en la figura de su mujer Fani (Valerie Pachner) y sus tres hijas, pero tal orden se ve alterado con la llegada inminente de la Segunda Guerra Mundial.
Jägerstätter-como bien indica el film- se declaró como objetor de conciencia al no querer jurar fidelidad a Hitler y volverse cómplice de las atrocidades cometidas en nombre de la “justicia” y del régimen nacionalsocialista. Esta actitud no sólo lo condujo a su muerte en 1943, sino que asimismo implicó la condena social de sus más allegados al tratarlo de traidor o cobarde por no querer luchar junto al resto de sus pares.
La caracterización de Franz-ejecutada con maestría por Diehl- da cuenta del estoicismo y la fortaleza con que tal personaje debe sobrellevar el dilema moral que lo aqueja, quien por un lado desea fervientemente acompañar a su familia y volver a su vida idílica y pasiva, pero asimismo su sentido del honor y del bien, le imposibilitan una existencia acomodada que esté exenta de una ácida crítica social.
En una primera parte vemos cómo es la vida de Fani y Franz, quienes conviven al interior de un paraíso natural, aquel espacio que se configura como otro de los grandes protagonistas. Las imágenes de la naturaleza capturadas a través de grandes angulares, resultan ser uno de los rasgos característicos del cine de Malick, aquel que encuentra y sustenta el origen de la vida en cada pieza natural que coexiste, condiciona y libera la presencia ordinaria de seres de carne y hueso. Pero si sólo el estadio natural fuera el único participante, la historia se escribiría de otra manera. El principal anclaje y-en este caso condena-se sustenta en los hechos históricos que atraviesan a sus personajes y los expulsan del ansiado paraíso.
La censura de Franz viene dada en distintos niveles, pero son principalmente sus vecinos y amigos, quienes parecieran concebirse como el arquetipo propio de un modelo de ciudadano desmoralizado, aquel en que la guerra hizo estragos en su sentido común y se aferró a nociones muy básicas y poco criteriosas acerca de la política, la justicia y sobre todo en lo referente hacia el amor al prójimo. Porque es este mismo público el que asistía religiosamente a la misa dominical y en simultáneo condenaba a uno de sus miembros más respetables por el hecho de pensar y proceder distinto.
Si nos ponemos más puntillosos también es necesario ahondar en el padecimiento de Fani, donde los improperios, la violencia y el trabajo a destajo que soporta sin la ayuda de absolutamente nadie más que su propia hermana, dan cuenta de lo relatado con anterioridad. Sus vecinos la juzgan, lo hace también su propia suegra y en cierta forma su hermana. Todos tienen algo por “aportar” a su falta de toque persuasivo hacia Franz para poder manipularlo y conducirlo hacia una “sabia” y “heroica” decisión. Nadie empatiza con ella, la consideran culpable de la obstinación y posterior martirio de su esposo, situación que la condena y excomulga de la comunidad tanto a ella como a sus hijos.
Malick construye una película antibelicista, con imágenes preciosistas que desbordan en cada plano y cuya fortaleza reside precisamente en lo estético de su relato. Como crítica podríamos hacer hincapié en lo extenso de su metraje (al menos le sobra una hora) y que esta excesiva condición no hace más que redundar sobre conceptos que ya tuvimos la oportunidad de explorar con anterioridad.
No por ello A Hidden Life es una película menor. Malick desglosa con maestría obsesiva e intimista el carácter inherente de un Cristo moderno, aquel sobre cuya espalda reposan los pecados ancestrales de la humanidad y el peso descarnado de una guerra injusta y sangrienta. Franz todo lo soporta con vehemencia, la voz en off presente nos acerca a la imagen de un hombre puro que tiene la certeza de hacer lo correcto sin desoír su voz interior, sacrificando su propia vida en pos de una causa que considera noble y justa.
El formato epistolar del cual participan las voces en off de ambos protagonistas, robustece esta noción de cercanía entre ellos. Pareciera que podemos adentrarnos como espectadores al interior de la vida sencilla de una familia que se vio afectada por la vileza del devenir histórico y del accionar despiadado de un régimen feroz, pero cuyo vínculo amoroso trasciende todo lo medianamente conocido y tangible.
Fani y Franz estaban predestinados el uno al otro: el respeto, coraje, admiración y entereza con que sobrellevaron su vínculo nos transmiten un mensaje de corte celestial, configurándose como aquellos mártires ya extintos e infravalorados dentro de la lógica perversa de la condición humana en sí misma.
La genialidad de Malick está intacta. Al parecer, lo controversial de su obra sigue generando un grupo fuerte de detractores que lo acusan de ser el creador de “hermosos fondos de pantallas” mientras que otra gran porción, eleva como necesario el uso de otro lenguaje cinematográfico, que escapa a lo pasatista, hipnótico y explosivo del cine del mainstream y que invita a interpelar con una mirada más analítica el origen de la vida y de los acontecimientos históricos desde sus cimientos.
“Porque el bien creciente del mundo depende en parte de los actos no históricos; y que las cosas no estén tan mal entre usted y yo, como podrían haber estado, se debe en parte al número que vivió fielmente una vida oculta y que descansa en tumbas no visitadas”.