Edda Kathleen
Van Heemstra Hepburn-Ruston más conocida como Audrey Hepburn, nace en Bruselas
un 4 de mayo de 1929. Descendiente de la aristocracia holandesa, nació en condiciones
de privilegio pero vio disiparse su estilo de vida con la llegada del nazismo. Si
bien sus padres al comienzo de la Segunda Guerra Mundial fueron simpatizantes
del Régimen Nazi, esta situación se revirtió al vivir en carne propia las
consecuencias de la guerra y de un gobierno dictatorial.
Su infancia quedó profundamente afectada por este suceso histórico; tuvo que mudarse a Holanda donde aprendió a hablar perfectamente holandés para simular sus orígenes ingleses. Sumado a ello, pasó hambre, perdió a varios miembros de su familia, fue testigo de fusilamientos y observó cómo se llevaban personas a campos de concentración. Este desdichado período fue uno de los causantes de su compromiso intransigente con las causas humanitarias vinculadas a la niñez y el hambre.
Otro dato anecdótico fue el abandono de su padre, quien al divorciarse de su madre, perdió todo contacto con el resto de la familia. La melancolía inherente que formaba parte de su carácter tenía sus orígenes precisamente en las carencias que sufrió de pequeña. Su historia en un momento fue comparada con la de Ana Frank, dado que ambas tenías la misma edad y vivían en Holanda durante la ocupación Nazi. Ella llegó a confesar que al leer el diario de su coetánea, su existencia se vio nuevamente alterada al rememorar el horror de la guerra.
Fue bailarina, actriz, modelo y activista de Unicef. Su paso por la fama comienza en 1951 al estrenarse en Broadway la obra Gigi de la cual fue protagonista. En una prueba de cámara para su futura película, William Wyler decidió que Audrey sería la persona indicada para encarnar a la princesa Ann en Vacaciones en Roma (1953), película co-protagonizada por Gregory Peck, uno de los actores más carismáticos y consagrados de la época dorada de Hollywood. Este papel le valió a Hepburn el Óscar como mejor actriz y su catapulta definitiva al estrellato.
Otra de los aspectos más destacables, fue su entrañable relación con el diseñador Hubert de Givenchy, amistad que comienza en 1954 en el marco del rodaje de Sabrina (película para la cual Givenchy diseñó parte del vestuario) transformando a la actriz en su musa indiscutible y en sinónimo de elegancia. El mítico vestido negro de Desayuno en Tiffany’s (1961) estuvo diseñado por éste y en el año 2007 fue subastado por unos 700.000 euros.
Audrey participó mayoritariamente de comedias pero también logró adaptarse a papeles dramáticos como es el caso de Guerra y Paz (1956), La calumnia (1961), Historia de una monja (1959) o Sola en la oscuridad (1967). Esta versatilidad hizo que la eligieran grandes cineastas tales como William Wyler, Billy Wilder, Terence Young, Peter Bogdanovich, George Cukor, Stanley Donen, Blake Edwards, John Huston y Steven Spielberg.
Sus compañeros de elenco eran mayoritariamente estrellas consagradas: Humphrey Bogart, William Holden, Cary Grant, Rex Harrison, Gregory Peck, Albert Finney, Alan Arkin, Shirley MacLaine, Patricia Neal, Burt Lancaster, George Peppard, Mickey Rooney, Lilian Gish, Vittorio Gassman o Anita Ekberg.
En su vida amorosa estuvo casada en dos oportunidades: la primera vez fue con Mel Ferrer, actor, productor y director estadounidense de 1954 a 1968. De este matrimonio tuvo a su primer hijo Sean Hepburn Ferrer (1960). Contrajo segundas nupcias con un médico italiano llamado Andrea Dotti y nace su segundo hijo Luca Dotti (1970). También se la ha vinculado sentimentalmente con algunos compañeros de elenco tales como William Holden, Albert Finney y Ben Gazzara.
Es considerada ícono de belleza y elegancia, pero lo paradójico de este suceso resulta ser que ella no tenía esa percepción de sí misma. En su biografía escrita por Donald Spoto y en algunas declaraciones realizadas por sus propios hijos, coinciden todos en el hecho de que se trataba de una persona insegura que odiaba la forma de su nariz, el tamaño grande de sus pies y su pecho plano. Tampoco actuaba como la mayoría de las estrellas de Hollywood, Audrey era una persona simple que no pecaba de “divismo” y tampoco de grandes opulencias (que nunca haya vivido en mansiones da cuenta un poco de este aspecto).
En los últimos años estuvo abocada de lleno a su rol de Embajadora de Buena Voluntad de Unicef y luchó incansablemente por el hambre infantil. Muere de un cáncer de colon el 20 de enero de 1993 en su casa de Tolochenaz en Suiza. Elizabeth Taylor proclamó tras su muerte: “Dios estará contento de tener un ángel como Audrey con él”.
En Cinéfilos le rendimos homenaje a las cinco películas que más nos gustaron de su filmografía. Podes ver nuestra selección haciendo click acá.