El título original de la obra de Sofía Coppola es Lost In Translation. Se traduce literalmente como perdido en la traducción y se refiere al sentido que no se puede trasladar de un idioma al otro en el proceso de traducción – algo siempre se transforma en el camino. Imposible para mí prescindir de este ejemplo.
¿Qué pasa cuando los que están en medio del caos de no entender son los protagonistas? ¿Qué sucede cuando los otros y los invisibles son ellos mismos? El idioma japonés nos sumerge en Tokio con los personajes para experimentar los mismos vacíos de sentido que ellos. El triunfo de la emoción sobre el lenguaje alcanza su clímax al final de la película, cuando los personajes de Scarlett Johansson y Bill Murray comparten un secreto que no podemos oír. Sentimos la escena, podemos imaginar las posibilidades, pero realmente son los personajes los que nos dejan la última laguna de sentido. Ellos, que eran los únicos a los que podíamos entenderles.
Por su mirada original y novedoso tratamiento del tema, este antecedente está vigente aún 15 años después de su estreno.
Perdidos en Tokio muestra el encuentro en el desencuentro y un contraste delicioso entre la simplicidad y el ruido del mundo japonés. Hay quienes opinan que las representaciones japonesas en la película refuerzan estereotipos negativos, algo discutible considerando que el objetivo puede ser el de hacer una crítica. En todo caso es un detalle para tener en cuenta cuando ejercitamos la conciencia cultural.
Ya a nivel de lenguaje cinematográfico, hay más que japonés. Por su novedosa mirada, esta forma de cine ha sido llamado cine femenino -también cine feminista –. Sus características lo distinguen de la mirada tradicional masculina para consumo masculino. Lo más significativo es que, en este lenguaje, lo femenino no es objeto de deseo ni de diversión.
En el inicio de la película, que nos muestra a Scarlett Johansson desde atrás, acostada, con remera y en ropa interior translúcida, podemos verlo claramente. Esta mirada, que desde el tradicional punto de vista masculino podría ser erótica, se nos vuelve incómoda. ¿Cómo? Coppola sostiene la imagen durante 36 segundos, una eternidad. Con esta incomodidad creada, la directora nos invita a cuestionar nuestra propia complicidad con un lenguaje visual tradicionalmente masculino.
Cuando este film vio la luz en 2003, Sofía Coppola fue la tercera mujer de la historia en recibir la nominación para Mejor Directora en los premios de la Academia. Entre muchos premios, esta película ganó el Óscar al Mejor Guion Original, escrito por ella misma.
Al día de hoy, la 90° entrega de los Premios de la Academia deja sólo la 5° nominación para una mujer por el premio a la mejor dirección (Greta Gerwig, por Lady Bird). La única mujer de la historia que ha conseguido este Oscar es Kathryn Bigelow, por Vivir al límite, en 2009.
Las desigualdades de género en la industria de Hollywood se vienen poniendo sobre la mesa desde hace tiempo, en especial tras el impulso del movimiento Time´s Up. El reconocimiento de este lenguaje cinematográfico no es ni más ni menos que una forma de representación de las mujeres.