En una época en la que el individualismo es lo que prima y se ha vuelto casi un mandato cultural, la nueva entrega de Netflix “El Eternauta” se siente como un golpe seco a la conciencia, llamando a pensar a quien esté dispuesto a hacerlo.
La frase que resuena e inunda toda esta seria es “Nadie se salva solo”. Esa sentencia, que atraviesa el alma de El Eternauta, no es sólo una línea argumental: es una filosofía, una advertencia, y quizás, un llamado urgente a recuperar lo colectivo como forma de resistencia y supervivencia.
La historieta a la que da vida la serie, escrita por Héctor Germán Oesterheld y graficada por Francisco Solano López es más que una obra de ciencia ficción, se ha convertido en una pieza fundacional de la narrativa gráfica latinoamericana. El Eternauta es mucho más que una historieta, hoy gracias a Netflix, desde el mainstream, logró cristalizarse como un símbolo, un faro.
La historia, ambientada en Buenos Aires, y con una estética impecable, plantea un escenario inquietante, inverosímil pero extrañamente familiar. Lo que comienza como un suceso extraordinario se va transformando en una reflexión profunda sobre la condición humana, la solidaridad y el valor de la organización frente a lo impensado. Todo eso sin perder nunca su dimensión épica.

Viéndolo desde una perspectiva psicológica esta entrega nos muestra que la masa no es, como se la ha estigmatizado, una entidad irracional: es una estructura emocional que puede canalizar miedo, pero también esperanza, cooperación y coraje. El Eternauta toma ese núcleo de verdad y lo pone en escena con una lucidez premonitoria. No hay héroes aislados: hay una trama de vínculos que sostiene, contiene y transforma.
¿Quién fue Oesterheld?
Lo que vuelve aún más conmovedora a esta obra es su autor. Oesterheld no sólo escribió sobre resistencia: la vivió en carne propia. Con el correr de los años, se fue involucrando cada vez más con los ideales que defendía. La dictadura militar argentina lo persiguió y como resultado, él, sus cuatro hijas —todas militantes—, y varios miembros de su familia fueron secuestrados y desaparecidos. Dejó de escribir, pero no de luchar.
En ese contexto, El Eternauta pasa de ser una historia atrapante a un testimonio anticipado. Una carta abierta al futuro. La frase “nadie se salva solo” cobra otra densidad cuando se piensa en ese autor que lo perdió casi todo, menos la convicción de que la salida es con otros, entre otros.
Hoy, en una sociedad hiper digitalizada, que nos empuja a alejarnos y aislarnos, premiando muchas veces al más rápido, al más visible, al más fuerte y dejando afuera a quienes son más vulnerables, volver a El Eternauta es también volver a una ética: la del lazo, la del compromiso, la de entender que frente al peligro —sea este externo o interno—, lo que nos sostiene y nos permite seguir es la trama invisible de las relaciones humanas.
Y quizás por eso sigue vigente. Porque nos recuerda algo esencial que tendemos a olvidar: que incluso en medio del desastre, si hay un nosotros, todavía hay esperanza.