De la mano de la cineasta Chloé Zhao, llegó esta road movie protagonizada por la talentosísima Frances McDormand que narra la historia de Fern, quien luego de perderlo todo decide salir a la vida en calidad de nómada, donde no sólo va a encontrar una comunidad amparada en los mismos preceptos sino que intentará por todos los medios reencontrarse a sí misma.
Nomadland está basada en el libro de no ficción de Jessica Bruder titulado “País nómada: supervivientes del siglo XXI”; donde la autora lleva a cabo un trabajo de campo exhaustivo acerca de la vida de los nómadas que viajan alrededor de Estados Unidos en búsqueda de nuevas oportunidades laborales y personales. Esta periodista, experta en retratar parte de las subculturas que habitan dentro del espectro norteamericano, quedó fascinada con el testimonio de personas reales quienes, en una etapa crepuscular de su vida, deciden dar un vuelco en la misma y se someten a lo estacionario y anecdótico de los empleos temporarios.
Éstos recorren el país en caravana, auto, camioneta o cualquier otro dispositivo que esté dentro de su alcance, no sólo con el objetivo de la subsistencia, sino asimismo con cierto aire de “rebeldía” y afán por alejarse de la lógica que condiciona parte del engranaje capitalista y sanguinario que condensan y mecanizan las grandes urbes del siglo XXI.
Pero Nomadland, aun partiendo de experiencias concretas y devastadoras como la crisis económica del año 2008, se erige como obra cinematográfica en sí misma, que responde a una narrativa muy particular, puntillosa e intimista. Se trata de la tercera película de la directora china-estadounidense Chloé Zhao, quien concibe y construye su trabajo sobre la base de la relación coexistente entre el hombre y la naturaleza; tomando como referencia el hecho de que quizás, todo individuo pertenezca y haga uso de los medios naturales como recurso necesario para llevar a cabo un profundo proceso de sanación personal.
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Nomadland, nos cuenta la historia de Fern (Frances McDormand), una mujer de mediana edad que recorre en caravana parte del Oeste estadounidense, atravesada por las huellas de un pasado armonioso, de una vida sencilla y mesurada que no hizo más que regalarle buenos momentos y compañías placenteras. La crisis económica del 2008, concluyó con el cierre definitivo de varias empresas, entre ellas la fábrica minera en la que trabajaban Fern y su esposo. Los mismos vivían en los alrededores de un pueblo minero llamado Empire, cuyo funcionamiento y razón de ser se justificaba en la presencia de la industria cercana a su zona.
Al desaparecer la fábrica, Empire deviene en lo que se conoce comúnmente como “pueblo fantasma” asentado en lo recóndito del Oeste norteamericano. No sólo su hábitat se esfuma frente a sus ojos, sino que asimismo la vida de su esposo se apaga como producto de una enfermedad terminal. Todo lo que formaba parte constitutiva de la vida de nuestra protagonista queda segregado a un recuerdo, a aquella “edad de oro” o paraíso terrenal donde ansiaba volver, pero que, en lo imperioso de las circunstancias, se ve obligada a tomar las riendas de su destino y cargar parte de ese pasado fraccionado en pequeñas piezas que remiten a ello (como algunas fotografías, una vajilla antigua y un anillo de compromiso).
Dentro de lo hostil de un contexto socio-económico poco favorable, Nomadland nos regala una mirada brutalmente realista acerca del tipo de vida que lleva un porcentaje de la población (en su gran mayoría pertenecientes a la tercera edad) que no logran jubilarse bajo condiciones dignas y se ven obligados a salir al mundo en búsqueda de trabajos golondrina y de respuestas a interrogantes de corte filosófico y existencialista.
Siendo la road movie un género cinematográfico en sí mismo, es un formato que precisamente contempla y facilita la potencialidad de cierto aprendizaje y el devenir reflexivo por parte de sus personajes; donde se apela no sólo al sentido común sino también a la experiencia, aquella que se torna prominente frente a la relación asimétrica entre hombre y naturaleza, donde el comienzo y el final de las cosas, se halla pura y exclusivamente en la majestuosidad de su medio natural y su meta mensaje.
El viaje rutero resulta ser entonces una metáfora de la vida en sí misma, del devenir o el ciclo natural de las cosas, de las búsquedas inmanentes que todos emprendemos con infinidad de motivos personales: subsistencia, ocio, rebeldía, desapego, redención, etc. La idea de “hogar” dentro de su acepción etimológica refería al “lugar de la casa donde se preparaba el fuego”, extendiéndose y transmutando con el avance de la civilización y con la idea de familia como institución, al concepto de vivienda física donde uno se reúne con aquellos a quienes ama o con su grupo de pertenencia.
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“No soy una persona sin hogar. No tengo casa, que no es lo mismo“ sostiene Fern luego de cruzarse con una ex alumna que, en palabras de sus padres, intenta definir a nuestra protagonista como una “homeless”. La idea de nómade confiere precisamente al hecho de que el hogar no reside en un lugar físico. La calidez de lo comunitario, del espacio compartido en lugares abiertos como campings, estacionamientos o tierras fiscales, el anecdotario vital que cada uno arrastra a cuestas, las condiciones que los propulsaron a tener una vida en constante movimiento y transformación, el hábitat natural que acompaña y determina la cosmovisión de tales personajes, el sincretismo de tales sucesos estipula y revitaliza una nueva noción de la palabra “hogar”.
Al fin y al cabo, Nomadland versa sobre los saberes, pasiones e impulsos que invoca un grupo de gente autóctona, que busca desesperadamente desentenderse de las reglas inamovibles de un sistema corrupto y desalmado, que oprime las condiciones de vida de sus habitantes, que los exprime hasta el final de sus posibilidades, y que les suelta la mano en momentos de extrema necesidad tomando como ejemplo la analogía del “caballo de trabajo o de batalla”. Mientras este animal sea funcional, sano, joven y fuerte y cuente con la capacidad de llevar a cabo distintas actividades orientadas al consumo y al movimiento económico, entonces el mismo será cuidado como bien preciado. Cuando ese caballo deja de moverse como antes, envejece o presenta otras restricciones, es sacrificado o devuelto a la naturaleza.
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En un acto voluntario y en respuesta a la existencia alienada de las grandes urbes, estos personajes ya entrados en años, salen a la ruta con el objetivo de poder recuperar parte de su vida mancillada, no pueden definirse precisamente como anti sistémicos, dado que siguen necesitando de las “mieles” del sistema para poder trabajar y generar ingresos. Una de las críticas que se le hace a la película, versa sobre el hecho de ignorar las bajas condiciones laborales a las que grandes multinacionales como Amazon someten a sus empleados estacionarios. La acusan de pecar de cierta noción “inocente” donde se romantiza este estilo de vida. Se habla de cierta tibieza moral respecto a las decisiones políticas que conllevan a la precarización laboral.
Pero Nomadland a criterio de quien escribe, sigue siendo una película sincera, descarnada, no exenta de un discurso político o de una toma de postura ideológica. La crítica social se presenta como algo depurado, no cae en alevosías o golpes bajos que estamos malacostumbrados a ver en producciones de inferior calidad artística. Zhao (quien escribe, edita y dirige) construye imágenes muy dignas acompañadas de simbolismos que refuerzan y definen parte del entramado de su protagonista y entorno. Porque Fern funciona como sincretismo de un determinado estilo de vida, inspirada asimismo en testimonios reales de quienes llevan a cabo una vida nómada como es el caso de Linda May, Swankie y Bob Wells.
Nomadland resulta un avistaje, una pequeña fracción de historias dispersas acerca de personas desheredadas del sistema, que deambulan por la carretera en busca de nuevas oportunidades, de aquellas que sostienen que el “Hogar, ¿es solo una palabra? ¿O es algo que llevas dentro de ti?” tal como describe la canción “Home is a question mark” de Morrisey (El hogar es un signo de interrogación) frase que aparece tatuada en el antebrazo de una de las mujeres nómadas.
Pero por fuera de un sentido comunitario de existencia, también está la contracara de tales procesos como la soledad y melancolía del viajante. Fern no huye de su pasado, el mismo se encuentra disgregado en objetos de poco valor económico, pero con alta impronta afectiva. La vajilla que legó de su padre, las fotos de su vida anterior, el anillo matrimonial que remite a la idea de amor infinito, de un sentimiento incondicional hacia una persona y un proyecto compartido. Aún teniendo la oportunidad de rehacer su vida sentimental, nuestra protagonista se niega a concretar este proceso.
La figura de un hombre idóneo, entregado a quererla y a ofrecerle nuevamente un estilo de vida tradicional, aparece para reforzar parte de estos cimientos tan enquistados en la noción de que el amor de la vida resulta ser uno solo. Este idealismo romántico, llevado a extremos recónditos, es la bandera con la que Fern dispone su propio devenir y su duelo personal. La pérdida de todo aquello que uno ama, la superación de nuestras pequeñas o grandes tragedias cotidianas, es un camino arduo y espinoso, ausente de cualquier facilismo.
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Estamos frente a la figura de un animal herido, una mujer cuyo corazón roto la impulsa a la carretera en busca de respuestas que la civilización ya conocida no está dispuesta a darle (un buen ejemplo de ellos es la relación con su hermana). Fern vive el día a día, con lo justo, con lo puesto. Indaga acerca de su vulnerabilidad en connivencia con el medio. Se refugia en la naturaleza, en los recuerdos, en los versos shakesperianos y en la familia que encuentra a lo largo del camino.
Los planos abiertos de esta película son una delicia estética. Sin recurrir a grandes efectismos, la luz natural es la protagonista de la mayoría de las escenas, dotando de un hiperrealismo sensorial a todas sus tomas. Las montañas, el paisaje árido del Oeste norteamericano, actúan como sedimento a esta noción de viaje, de vida en movimiento. Obligan a Fern (y al resto de los individuos) a reflexionar sobre una vuelta a los orígenes, a lo primigenio. Funcionan como parte del contexto físico/terrenal, pero también remiten al mitologema de los primeros hombres, los nómadas, aquellos miembros fundacionales de lo que devino después como cultura moderna.
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Solamente una actriz del talante artístico y profesional de Frances McDormand tiene la capacidad de tolerar de manera estoica los primeros planos que conforman Nomadland. Las grietas de sus facciones, la idea de “cara lavada”, su duelo silente, los diálogos escuetos en los cuales plantea parte de su problemática donde no abunda letra pero sí gestos descarnados, la alegría de la vida compartida, la empatía que caracteriza a su personaje y le otorga el mote de “distinta”, la determinación de cómo encarar su propia vida, la forma en que recita los versos de Shakespeare de memoria dándole un énfasis que excede lo mundano y desborda romanticismo en una especie de llanto quebrado.
La cadencia narrativa de Nomadland puede resultar algo lenta en ocasiones, pero como espectadores contamos con la capacidad de comprender parte de esa lógica más bien pausada, dado que estamos transitando la transformación de un personaje con demasiadas aristas y altibajos que la vuelven terrenal y vulnerable. Fern tiene sus momentos de extrema vitalidad e intercambio y también sus momentos de cierre, de introspección, de silencios prolongados donde intentamos vislumbrar lo que pasa por su cabeza o acompañar parte de su duelo y devenir personal.
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Pequeñas joyas como esta película resultan ser un oasis en el desierto, frente a la manipulación sistémica de superproducciones pochocleras que no tienen otra función más que el mero y burdo entretenimiento pasatista. Y no está mal consumir cine de esta naturaleza, el problema de trasfondo no reside en este tipo de planteos. Acá lo que se destaca es la imperiosa necesidad de también crear cine más trascendental y reflexivo, más accesible, donde la figura terrenal del antihéroe nos muestre multiplicidad de realidades y posibles relatos.
Los nómadas no forman parte de una troupe de superhéroes, pero se erigen con un superpoder que es bueno destacar: el amplio sentido de solidaridad colectiva. En los tiempos que corren, donde todos somos víctimas de un nihilismo y hedonismo imperantes, la noción tribal y arcaica de parentesco no necesariamente sanguíneo sino más bien vincular y electivo es un concepto por demás relevante. La familia y el hogar puede hallarse en los lugares más recónditos, en situaciones inclusive inhóspitas, pero contamos con la capacidad de volvernos resilientes y autogestivos.
Chloé Zhao es una cineasta en ciernes, pero está claro que tiene mucho para dar. La delicadeza y sensibilidad con que aborda determinadas problemáticas y la sub cultura de la vida nómada, remiten a un profundo respeto por sus participantes reales y activos, pero asimismo se aleja del prototipo hollywoodense de romantizar la otredad. Fern es humana, es falible. Así sucede también con el resto de los personajes.
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No resulta casual el hibridaje entre ficción y realidad al albergar en su película a verdaderos nómadas reconocidos como es el caso de Bob Wells. La honestidad de su relato respecto al suicidio de su hijo nos acerca a esta idea trascendental sobre la que versa la película: todos nos veremos en el camino, tarde o temprano, independientemente de cuáles sean las circunstancias, la vida es movimiento y devenir y los viajes no son sólo físicos sino también espirituales.
La aventura que cada uno elija corre por cuenta propia, lo importante es salir a vivirla.