Durante el año 1982, en Argentina, varias familias recibieron la dura noticia de que sus hijos eran convocados a la guerra para enfrentar a Inglaterra en un conflicto armado por la soberanía de las Islas Malvinas. Rafael Spregelburd, dramaturgo, director teatral y actor, se pone en la piel de uno de estos padres, que se encuentra en pleno conflicto con su hijo Matías, que parece no encauzarse en la vida. El llamado a la guerra pronto se convierte en una carta de reproches y mandatos no cumplidos, acrecentando la tensión entre ellos, sólo mediada por su mujer. “El hijo cree, en algún lugar de su subconsciente, que tiene que ir a la guerra porque es un mandato paterno”, cuenta sensibilizado Spregelburd, al que las Malvinas dejaron una huella muy profunda como ciudadano y que hoy protagoniza una de los pocas ficciones realizadas sobre aquellos oscuros años argentinos.
La película, Ni Héroe, ni traidor”, que se estrenó el pasado 12 de marzo, busca mostrar el lado humano de la antesala de la guerra y como rompió todos los esquemas de una sociedad debilitada por la dictadura, que no estaba preparada para atravesar un trauma nacional de semejante envergadura.
¿Cómo sentiste la película cuando la viste?
Me gusto mucho. Me pareció muy alejada de lo que yo esperaba cuando la estaba filmando. Es una película de grandes sentencias, de grandes temas, pero están vistas a través de una lente muy muy pequeña que es lo familiar, lo de siniestro familiar. Creo que nos debemos todo tipo de películas sobre malvinas y esta es una de esas que tiene un encuadre que yo no había percibido inicialmente. Es una película de tiempos internos, de personajes que están hacia adentro y muy poco hacia afuera. No es una película volátil de slogans.
Quizás por miedos, quizás por responsabilidad, pero lo cierto es que hay muy pocas películas sobre Malvinas ¿Qué sentís que la diferencia del resto?
El punto de vista está localizado en algo que uno no percibe en el gran titular de la Guerra de Malvinas, donde se imagina el campo de combate, los heridos, el hundimientos del Belgrano, toda una gran cantidad de tragedias a gran escala. Pero le cuesta mucho imaginar la suya propia. En ese contexto ¿qué pasaría si esto ocurriera hoy? Si hubiera una guerra y tuviéramos que tomar esas decisiones. Por eso te digo, nos debemos muchas más películas de este tema y quizás es como decis vos, no se hacen porque hay que estár muy sensible y vinculado con la inteligencia sensible para poder tocar el tema sin clichés y sin caer en lugares comunes.
También hay una carga familiar importante y es justamente tu personaje el que entra en conflicto con esa parte de la historia.
Para mi era una película extraordinaria en el sentido que es una historia sobre un padre y un hijo, en lo que a mi respecta, y esa es una relación universal que trasciende a los hechos concretos de la película. Esos hechos son la guerra de la que todos tenemos memorias confusas, mixtas. Este evento externo viene a detonar algo muy interesante, una paradoja muy simple de la película: el hijo presume que el padre desea de él algo y no es así. Al padre también le jode que el chico esté con la guitarrita, con el bajo y no quiere laburar, pero de ninguna manera pretende que su hijo tenga que morir como héroe de una patria, y el hijo presume, por contigüidad existencial, que sí. Qué locura que, a la edad en la que un chico está definiendo su identidad, su personalidad, su vocación, queda todo interrumpido por una guerra. Es bestial. Yo lo entiendo mejor ahora porque tengo niños pequeños, que en esa época en que era un niño pequeño y que mis primos estaban en la lista quizás para ir a la guerra.
¿Tenés recuerdos sobre eso?
Sí, absolutamente. Mi primo estaba haciendo la conscripción, en ese momento en Zapala, y estaban en lista de espera. Si la cosa seguía unos meses más, seguramente iban a seguir reclutando a los conscriptos. Él se salvó porque estaba en una zona de frontera con Chile, si le hubiera tocado algún otro puesto, seguro lo reclutaban. Ese era el punto en mi familia más cercano de contacto con la posibilidad de la guerra.
Decís que para vos la película era sobre la relación entre un padre con su hijo, con el contexto de Malvinas de trasfondo ¿Desde donde construiste el personaje?
Yo me tenía que concentrar en la falta de comunicación con su hijo. Mi personaje es un tipo que está frustrado pero que no lo sabe. Ha tenido que postergar zonas muy importantes de su vida, como su vocación por el violín, y ni siquiera se dice a sí mismo con claridad el por qué. El violín está ahí, pero no me necesita para nada. Entonces yo creo que la película tiene un mensaje muy optimista en ese sentido. Es el pasaje a una nueva generación a la que se le está diciendo yo no pude, no sé por qué no pude, pero necesito que vos si puedas, que me parece que es algo universal. Todos los padres necesitan eso para sus hijos. Yo me pregunto cómo sigue la película. No spoileemos ¿no? (risas), pero es muy probable que este padre vuelva a su casa y toque de vuelta su violín. Para mi eso era mucho más importante que la información biográfica o histórica que yo pudiera apostar.
Vos sos dramaturgo ¿Cómo te llevás con los guiones ajenos? ¿Sos de intervenir o participar?
Yo como actor soy muy obediente. Estoy a disponibilidad de lo que el director necesite. A veces el propio director necesita, no de mi, sino de cualquier actor, que incorpore los diálogos a su manera. Muchas veces te dicen ‘esto lo escribí yo, pero suena muy mal, ¿cómo lo dirías vos?’. Entonces yo les pregunto: “¿Cómo lo diría yo como actor o cómo lo escribiría yo como dramaturgo para que lo diga otro como actor?” (risas). Soy muy obediente de esos procedimientos que tiene el cine, que muchas veces reclaman que el actor haga de actor y se calle un poco la boca. Al mismo tiempo suelo ser uno de los actores que más respetan lo que está escrito. Me encuentro con colegas que dicen “esto suena muy mal, yo lo voy a cambiar”. Pará, porque detrás de esto hay un autor que decidió que esto sea dicho de esta manera. Primero preguntemos “por qué”. Muchas veces los actores dicen el “personaje no diría esto”. Bueno, ¿no diría esto dónde? ¿en qué circunstancias? Esto es una película, es una ficción. Muchas veces los actores, sobre todo en televisión, creen que el único lenguaje que les va a ser creíble va a ser un lenguaje costumbrista, donde nadie puede decir palabras fuera del contexto, fuera del entorno, y muchas veces lo extraordinario de las piezas de ficción es que hacen sonar palabras o resuenan frases. Esta, encima, es una película de época, donde hay que decir frases pesadas que ya no se usan más como “esto es re copante” (risas) y en esa época se decía todo el tiempo. A mi me divierte eso también, el hallazgo lingüístico. Muchas veces pasa que el director en los diálogos sólo se está haciendo anotaciones para sí mismo, para después encontrar la naturalidad de la escena con los actores en el set. Cuando están abiertos a eso, yo también estoy abierto a eso.
¿Cuál fue uno de los mayores desafíos de la película?
Lo más difícil era no parecernos a la televisión de los 80, que es la idea que uno tiene, hoy por hoy, de esos espacios, esos climas, esas escenografías. Nosotros no queríamos que las escenas familiares se tornaran televisivas y eso está muy cuidado. Los encuadres son muy raros, las cosas están en el centro dejando mucho aire arriba. Son encuadres muy poco televisivos, no hay primeros planos para mostrarte de cerca, está en el general, vos tenés que ir a buscar lo que querés ver. Hay, sobre todo, planos muy vacíos y todo eso es una suerte de habilidad para despegar a la película de una época difícil de filmar, que son los 80. Porque lo que nosotros recordamos es como se actuaba en esa época, como eran los programas de televisión.
Claramente lograron el objetivo, porque no sólo que no cae en los lugares comunes, sino que propone una estética muy particular y propia ¿Cómo se prepara uno como actor para encarar este tipo de proyectos donde no sólo se trata de interpretar, sino también respetar un clima?
Cuando entrenaba actuación, una de las zonas de entrenamiento tenía que ver con eso, como es la exageración, como es el lenguaje televisivo y como era en esa época, que era muy pregnante. Estábamos muy alertas de no hacer gestos de más. Insisto, de la época recordamos cómo se representaban en las ficciones, más que como era la vida. Porque viste que uno no tiene un corte en su cerebro. Por ejemplo, ahora estoy filmando una película que transcurre en el 2001 y uno piensa “es ayer”, y nos ponen la ropa y yo digo “¿esto se usaba en el 2001? (risas), y me muestran fotos de referencia y no puedo creer que nos hayamos vestido así de ridículos. Uno no tiene un corte en su cabeza. Por ahí los tienen los directores de arte, pero los actores no tenemos un registro tan claro de en qué momento se dejó de usar una actuación o en qué momento se dejo de replicar lo obvio. Insisto, casi todas nuestras escenas eran familiares y hay un cliché de cómo se representaba esa familia, al menos un cliché televisivo.
¿Qué fue lo más complicado de interpretar este personaje?
Es un padre al que un dia le llega una carta que dice que su hijo va a ir a una guerra de la que no se sabe nada. Pensaba, si esto ocurriera hoy y yo tengo que mandar a mi hijo… para mi era muy enorme, muy inmediato ese elemento. Y además es un hijo con el que uno no se entiende. El hijo cree, en algún lugar de su subconsciente, que tiene que ir a la guerra porque es un mandato paterno y no lo es. Y no se da cuenta hasta el final. Un final que fue muy difícil de filmar. Es un plano secuencia. Lo tuvimos que hacer dos veces porque se inundó la locación, hubo crecida del Río La Plata y se nos iba la luz. Hicimos unas seis o siete tomas y el río empezó a subir. Siempre fallaba algo. En un momento el botero se cortó la mano arrancando el motor. Tuvimos que suspender. Para mi fue tremendo porque tuve que volver a filmar esa escena, que para mi es la gran escena de la película, unos diez días después. Me pasé diez días pensando qué podía hacer para mejorar y me di cuenta que nada. Sólo podía estar ahí y abrazarlo. Además la película es muy escueta en diálogos, vos tenes tres palabras para decirlo y al mismo tiempo es una película sobre Malvinas, esas palabras van a funcionar como embudo de un tema enorme que no se ve.
¿Qué sentís que significó la Guerra de Malvinas para la sociedad argentina?
Hace poco tuve que leer para un trabajo documental fragmentos de un libro de un ex combatiente. Ellos fueron a filmar imágenes a Malvinas que van acompañadas de una voz en off neutra que lee fragmentos del libro. Yo no lo podía leer, me acuerdo ahora y se me pone la piel de gallina. Es una deuda pendiente que tenemos. Los chicos que mandaron a morir, el acuerdo cívico. Que fueran unos militares delirantes los que lo hicieron, no me extraña, pero el acuerdo cívico, el festejo… Mi familia era muy crítica, de la dictadura ni hablar, pero particularmente de este tema. En mi casa se hablaba en silencio y con vergüenza de los vecinos que salían a festejar, los que ponían banderitas. Es el día de hoy que yo no puedo poner una bandera argentina o una escarapela en nada. Yo soy hijo de esa experiencia traumática. No hay ninguna forma que me convenzas a mi de que lleve una bandera argentina en ninguna instancia. Cuando he ido a algún festival internacional la bandera conmigo no. La bandera significa para mi eso también, no he podido exorcizar, como si las generaciones que vinieron después. Mi hijo no tiene ningún problema, agita banderas en el acto escolar y me pone muy feliz que él tenga un país por el cual pueda sentir eso. Yo no lo volveré a sentir nunca. La relación con la patria para mi generación está rota.