Imagina el mundo a tu alrededor desmoronándose poco a poco por acciones que van más allá de la comprensión lógica. Imagina que no hay nada que puedas hacer y que todos te señalan como la única culpable. Esta es una las premisas principales que hacen de “El Hombre Invisible” un thriller de suspenso psicológico impactante, que roza la metáfora del acosador silencioso, hasta convertirla en una historia de terror sobrecogedora ¿Qué tan ilegal es estar muerto?
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Basada en la obra de H. G. Wells, y llevada a la actualidad en los tiempos del MeToo, la película, que fue co-escrita y dirigida por Leigh Whannell (El Juego del Miedo), quien utiliza durante gran parte de la cinta los recursos del terror sobrenatural y su tensión narrativa para servirse de ese ambiente de paranoia subjetiva, que conlleva el juego entre lo inexplicable y lo real.
La historia nos muestra la vida de Cecilia Kass (Elisabeth Moss), una mujer inmersa en una relación tóxica, violenta y controladora, con un multimillonario, líder en el desarrollo de tecnologías ópticas, llamado Adrian (Oliver Jackson-Cohen). Sus miedos más grandes parecen encontrar paz cuando, después de abandonarlo escapando en medio de la noche, él decide terminar con su vida. Sin embargo, los tormentos regresan y se intensifican, cuando una extraña presencia invisible comienza a seguirle los pasos.
Si bien, por momentos cae en los clichés clásicos del cine de terror y presenta una serie de cuestiones que carecen por completo de lógica (ni hablar de lo evidente del título en cuestión, que quita todo tipo de especulación sobre el origen de la entidad), el film sostiene un nivel de incertidumbre inquietante que denota influencias fuertes del terror asiático, con buenas dosis de tensión y sobresaltos, durante las dos horas que dura en pantalla.
Es imposible no resaltar el trabajo de Moss (Mad Men, The Handmaid´s Tale) que, aunque sigue recayendo en papeles de mujeres oprimidas que recorren el camino del héroe hasta empoderarse y lograr la emancipación personal, tiene una versatilidad para el género asombrosa que se termina convirtiendo en el punto fuerte de las producciones en las que participa. Y, aunque no estemos frente a una de sus mejores actuaciones (ni por asomo), el director se apoya mucho en su performance para generar el clima exasperante deseado.
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Un gran punto a favor es su apoyo en la metáfora como contraposición, que logró encontrar Whannell (intencional o no), para representar una realidad que viven muchísimas mujeres alrededor del mundo. Podemos ver (y sentir) en “El Hombre Invisible”, la impotencia que padece el personaje de Moss, tildada una y otra vez de inestable y paranoica y desacreditada por su mismo entorno.
Este “hombre invisible”, por otro lado, representa el victimario al que la justicia siempre deja libre, ya que el acusado “debe ser vistos en el momento en que están cometiendo la acción delictiva poder poder tomar medidas en su contra”, cuestión que rara vez sucede, por lo que terminan siendo “invisibles” ante la ley, convirtiendo en una verdadera pesadilla las vidas de estas mujeres, como vemos que sucede con el personaje de Moss. Es una mirada interesante sobre el simbolismo de la historia, y que la presencia de Elisabeth no hace más que acentuarla.
Durante gran parte de la película el director demuestra que es posible hacer terror sin elementos fantásticos, utilizando los espacios de forma maravillosa para crear esa constante sensación de acecho e impotencia que se vive de principio a fin y, por supuesto, apoyado en una gran actuación de su protagonista, generando incomodidad constante en el espectador. Sin embargo, mucho de todo eso se derrumba cuando aparecen ciertos rasgos de ciencia ficción, que son completamente necesarios para desarrollar la historia, en la búsqueda de intentar mantener la esencia del relato original.
Mención aparte para la primera mitad de film con tomas inusuales, encuadres fijos y eternos planos inmóviles en habitaciones vacías, que juegan de manera estupenda con la interpretación del espectador, sugiriendo presencias incorpóreas en silencio. ¡Chapó!
No será una obra de arte del terror, pero ciertamente deja cosas que podrían tomarse como ejemplo en el camino a seguir para este género un poco bastardeado últimamente, que tanto nos apasiona a varios de nosotros y que, a excepción de algunos casos aislados, no viene encontrando la vuelta para recuperar el lugar que alguna vez supo tener.