High Life -lo nuevo de Claire Denis- llega a las salas este 5 de septiembre y nosotros ya la vimos.
La directora francesa Claire Denis tuvo su debut cinematográfico hace exactamente unos 31 años con la llegada de su ópera prima “Chocolate” (1988). El cine de Denis irrumpe al interior de las narrativas tradicionales y nos invita -a través de elipsis, flashbacks y otros juegos de montaje- a ciertos acercamientos metódicos que buscan explorar la intimidad de sus personajes y las historias que los envuelven.
High Life no resulta ser la excepción, en tal caso estamos hablando de un largometraje de difícil digestión dado su amplio y profuso contenido alegórico. La sinopsis versa acerca de una plataforma espacial alejada del sistema solar que funciona como una especie de “colonia” que contiene distintos prisioneros con condenas inexpugnables. En un supuesto ‘intercambio de favores’, tales personajes se someten a un experimento estatal que consiste en la construcción de este sitio destinado a buscar nuevos recursos para salvar a la humanidad.
Al interior de la misma suceden toda una serie de acontecimientos enlazados a las pulsiones de vida y muerte propias de cada individuo. Independientemente de cuáles sean aquellos hábitats socio-culturales donde se establecen nuevas pautas de convivencia, la verdadera naturaleza de sus tripulantes sale a la luz y se manifiesta en actos concretos de amor, lujuria, erotismo, perseverancia y violencia.
Juliette Binoche interpreta a la Doctora Dibs, apodada “La Bruja”, quien se encuentra obsesionada con un experimento de fertilidad y no dudará un segundo en invocar todas las artimañas posibles para concretar su plan original. Monte, “El Monje”, es quien contrarresta o actúa como némesis de tal personaje, sosteniendo como autocastigo y decisión voluntaria su impetuosa castidad, situación que intenta llevar hasta las últimas consecuencias al menos de manera consciente.
Como veremos al inicio de la película el objetivo de Monte no es respetado dado que actúa de protector de su propia hija, una criatura menor al año. En unos primeros minutos observaremos cómo Monte se deshace de los cuerpos del resto de sus compañeros, expulsándolos hacia lo infinito y oscuro del universo, siendo este gesto una metáfora más de su indefinido destino final. Monte envía mensajes a través de una máquina sin tener la certeza de ser escuchado, como asimismo la presencia de esta pequeña lo impulsa a la vida y al sentido de supervivencia. La menor actúa como ancla existencial dentro de este ecosistema artificial y asfixiante.
Se trata de la primera película rodada por Denis en lengua inglesa, como asimismo es la incursión de la directora en el género de la ciencia ficción. El resultado es algo novedoso y complejo de seguir en contadas circunstancias. Las escenas de violencia explícita no escatiman en hiperrealismo pero la elección de recursos que apelan a un lenguaje cinematográfico disruptivo y poco convencional, apuntan a otros sentidos menos banales y más barrocos a la hora de abordar algunos de los conceptos y emociones que atraviesan a la narrativa del filme en su totalidad.
Robert Pattinson en este rol protagónico no hace más que aseverar que su vuelco hacia películas de corte más indie e independiente, ha impulsado su carrera vertiginosamente transformándolo en un actor que tiene mucho de qué hablar. Enterrada quedó la imagen vampiresca de ídolo adolescente en la saga Crepúsculo, entregándose por completo a papeles complejos y controvertidos que lo catapultaron hacia una nueva apertura y valoración actoral.
La excelencia de Binoche merece mención aparte, esta magistral actriz nuevamente nos concede una estupenda interpretación de una mujer desbordada por una obsesión científica y particular-atención a la historicidad de este personaje- cuyo desafío se transforma asimismo en su leitmotiv y verdugo personal.
Ganadora del premio FIPRESCI de la crítica internacional en el pasado Festival de San Sebastián, High Life cuenta con amplias referencias cinematográficas de las cuales se alimenta: 2001: Odisea al Espacio (1968), Solaris (1972) y la más contemporánea Interstellar (2014) serían algunas de ellas.
Pero la ambición de Denis de explorar sobre este género ficcional, en momentos específicos se vuelve vaga y etérea. La densidad del metraje, lo alegórico de gran parte de sus mensajes, como asimismo lo explícito de la violencia y la sexualidad como contracara de lo anterior, funcionan como fusiones explosivas al interior de su coherencia argumental. En ciertas ocasiones el espectador puede percibirse abrumado por todo este compendio de información no siempre bien cristalizada.
Sin embargo sus puntos débiles no la estigmatizan o condenan en absoluto, actúan como desafío y estímulo multisensorial para todos aquellos cinéfilos que quieran abordar un cine que poco tiene de ortodoxo. Porque High Life necesita ser contemplada desde otra mirada, entender que su contenido es altamente simbólico y que esta enorme cineasta nos acerca una crítica descarnada y pesimista acerca del destino de la humanidad. La redención de la misma es lejana y difusa, hasta pareciera concebirse como una quimera inalcanzable y paradójica.
High Life forma parte de ese otro cine, necesario, visceral y metafórico, que invita a reflexiones profundas acerca del destino de los hombres, como asimismo sobre su propia naturaleza e intimidad interpersonal. Denis vuelve a regalarnos una película deliciosa con atisbos de ciencia ficción que funcionan como excusa para retratar las miserias y virtudes propias de nuestra especie en decadencia.