El debutante director y guionista argentino Luis María Mercado, nos acerca esta pequeña obra regional donde nada es lo que parece.
Magda (Rita Pauls) está por casarse con su novio de toda la vida, Marcelo el “Gringo” (Maximiliano Bini). Todo marcha sin inconvenientes hasta que un fatídico episodio laboral, la lleva a descubrir penosamente que ese hombre con quien compartirá el resto de su vida, no resulta ser la persona idílica al que todos veneran.
Lo truculento y acertado de la trama, es precisamente la elección del director en jugar con una marcada antinomia entre presencia/ausencia al optar el ‘qué’ mostrarnos dentro del devenir demencial de nuestra protagonista. Magda camina por las calles y escucha los gritos efusivos de su novio, pero nosotros como espectadores no logramos vislumbrar el origen de esa discusión.
Asimismo otro gran ejemplo radica en la escena del accidente laboral, cuyas consecuencias las padece uno de los operarios que no contaba con el seguro médico correspondiente a todo ámbito profesional. Magda se transforma en prisionera y testigo de esta realidad opresora, donde el “Gringo” con su actitud desinteresada y controladora (él es el principal proveedor económico de la familia de ella) no hace más que acentuar progresivamente la enfermedad de su futura esposa.
“Pueblo chico, infierno grande” se aplica perfectamente a la temática abordada por esta película. Filmada en Oncativo (de donde su director es oriundo) vemos que las condiciones climáticas poco favorables del mes de Agosto-aquel invierno seco y dominante-funcionan de excusa perfecta como ensamblaje con aquel paisaje emocional que aflige febrilmente a la protagonista.
Los papeles secundarios también resaltan las virtudes del argumento: Elba (María Fiorentino) la madre de Magda, actúa preocupada frente a la incomodidad de su hija dado que potencialmente podría estar perdiendo la oportunidad de un ventajoso partido matrimonial. Ambas no estarían en condiciones de rechazar la ayuda de Marcelo, quien fomenta este tipo de lazos de dependencia económica donde el interés principal por este hecho recae sobre la figura de la madre en detrimento de los deseos de su primogénita.
Pablo (Michel Noher) aparece en contadas ocasiones, que no hacen más que resaltar la enorme tensión sexual existente entre él y Magda. Ya hacia el final y en episodios más bien críticos o determinantes, actúa en connivencia a su pasión reprimida y asimismo logra empatizar con el dolor de esa novia en pleno ocaso existencial.
Los comentarios de las vecinas y amigas de Elba, refuerzan esta noción del casamiento como ritual, aquella celebración grandilocuente que no necesariamente refleja la realidad al interior de la intimidad entre dos personas, sino que más bien fortalece en este caso concreto lo patético e irrisorio del vínculo, dado que Magda duda de su lugar dentro de la pareja, como también de la verdadera naturaleza de Marcelo.
Deudora de la influencia de otra cineasta argentina de renombre tal como lo es Lucrecia Martel, este joven director cordobés logra acercarnos una película correcta, intimista y demoledora, cuya exploración hacia el interior del alma humana como asimismo a los mandatos sociales vigentes, no hacen más que interpelarnos como espectadores y acompañar parte de este proceso enfermizo que avanza sobre la protagonista y corroe desde sus adentros.
Evocando la definición de vigilia como “aquel estado de conciencia previo al sueño” podemos aseverar que lo concreto del título que antecede a este largometraje, nos adelanta la espera inminente de un suceso, algo que se pudre al interior de una persona o de un espacio, aquello a punto de eclosionar y cuyas consecuencias directas se verán afectadas a través de la metáfora de ese cuerpo, el de Magda, la novia padeciente que precisa volver a su estado de somnolencia para enfrentar lo cruento de su destino.