El documental Leaving Neverland, que se estrena el 16 de Marzo, revela datos hasta ahora desconocidos sobre la presunta pederastia del cantante, y nos obliga a tomar partido.
El medio Vanity Fair España se detuvo a analizar el documental que ya está dando que hablar en todo el mundo.
Hace casi un año, Ta-Nehisi Coates describió cómo Michael Jackson es lo más parecido a un dios que tres generaciones de seres humanos han visto: desafiaba a la gravedad, era el rey de los muertos y se transformaba en criaturas sobrenaturales. Hace una semana, Wesley Morris se preguntaba si quizá todas las formas que adoptó Jackson en sus vídeos (hombre-lobo, esqueleto, pantera, fantasma) eran “semiconscientes manifestaciones del monstruo que acechaba en su interior”. En medio de esas dos reinterpretaciones de la imaginería de Michael Jackson está la emisión de Leaving Neverland, un documental que expone los abusos sexuales que cometió sobre dos niños en los 90.
Los testimonios de los hoy adultos James Safechuck y Wade Robson trazan dos relatos paralelos e inseparables: la acusación explícita de abusos sexuales y la reacción de la opinión pública ante los rumores, surgidos en 1993 y nunca zanjados desde entonces. Finding Neverland no solo denuncia las atrocidades de un pederasta sino que también obliga al espectador a enfrentarse a su propia implicación en la historia. Ver este documental, por tanto, significa presenciar un caso de abusos sexuales mientras tu cerebro resetea y reexamina todo lo que ha pensado, ha dicho y ha opinado sobre el asunto en los últimos 25 años. Leaving Neverland, sin necesidad de señalar con el dedo a la pantalla, inevitablemente expone al mundo entero como cómplice.
Michael Jackson fue acusado de abusos sexuales por primera vez en 1993. Las pruebas estaban ahí para quien quisiera verlas: la policía encontró libros y fotografías de niños semidesnudos o completamente desnudos en casa del cantante (las autoridades lo desestimaron, al tratarse de material artístico comprado legalmente) y la víctima Jordan Chandler (13 años) describió detalles físicos de Jackson que después serían confirmados (manchas en su trasero, la longitud de su vello púbico, los colores de sus testículos rosas y marrones y hasta una mancha en el pene de Michael que solo podía verse cuando tenía una erección). Michael Jackson llegó a un acuerdo extrajudicial para evitar ir a juicio, según él aconsejado por sus abogados para ahorrarse años de escarnio y escándalo, de 23 millones de dólares. Amigos del cantante (entre ellos, Safechuck y Robson) testificaron en su defensa. El mundo asumió que la familia Chandler, de clase baja, solo quería aprovecharse económicamente de la generosidad amistosa de Michael hacia Jordan.
La percepción generalizada en aquella época era que Michael Jackson, quien había tenido una infancia truncada por su carrera musical y las palizas de su padre, tenía la mentalidad de un niño pequeño. Que quería vivir en una infancia permanente en su rancho Neverland con un parque de atracciones, un cine, un castillo, un tren y un zoológico. Que se rodeaba de niños para darles esa felicidad que a él le había sido arrebatada. Y que esas amistades habían sido malinterpretadas o, peor aún, explotadas por padres sin escrúpulos ¿Estaba Jackson mal de la cabeza? Sin duda, pero nada en su existencia era normal al fin y al cabo. “Era como la historia de un mesías” reflexiona ahora Craig Jenkins, “quizá demasiado buena para ser cierta: el trabajo y su padre maltratador le quitaron su infancia. Había sufrido, según nos contaban, y después regresó para darnos a todos la infancia que él nunca pudo tener”. Resulta difícil explicar a alguien menor de 30 años el colosal fenómeno de Michael Jackson: vendía más discos que nadie, llenaba los estadios más inmensos y bailaba, se movía y se vestía como nadie había hecho antes, pero como todo el mundo haría después. Era, efectivamente, una figura mitológica. Así que todo en él era extravagante, incluidas sus amistades.
Por eso la segunda acusación formal, en 2004, por abusos a Gavin Arvizo (13 años) culminó con la absolución por parte de un jurado popular. Los miembros de un jurado deben ser imparciales y, en teoría, se les selecciona por su ausencia de opinión previa respectado al acusado. ¿Pero qué ser humano podría no tener una opinión previa sobre Michael Jackson? La madre de Arvizo fue un testigo contraproducente para la acusación durante cinco jornadas: no fue capaz de explicar por qué no largó de Neverland si nadie la estaba reteniendo contra su voluntad, subrayó su testimonio con chasquidos de dedos y fue acusada de (y procesada por) fraude. De nuevo, una mujer tratando de sacar tajada del inocente Michael Jackson. Macaulay Culkin y Wade Robson testificaron en defensa del cantante asegurando que habían dormido con él muchas veces sin ningún tipo de contacto físico.
Finding Neverland reescribe estos dos capítulos de la crónica negra del pop. Robson y Safechuck reconstruyen testimonios paralelos cronológicamente: conocieron a Michael Jackson en calidad de fans (Robson ganó un concurso de baile cuyo premio era conocerle, Safechuck participó en un anuncio de Pepsi) y enseguida Jackson invitó a sus familias a pasar unos días con él. Mientras la madre dormía en una habitación de invitados el niño dormía con Michael, quien insistía en que Wade/James era su único amigo en el mundo entero. Entonces empezaban las muestras de cariño físico: abrazos, paseos de la mano, caricias, besos en la cara, tocamientos en el pene, invitaciones a lamerle los pezones, besos en la boca, masturbación, felaciones y el niño a cuatro patas mientras Michael se masturbaba a unos centímetros hasta eyacular.
Ambas madres, sin chasquear los dedos pero sí con templanza, defienden que no se alarmaron ante la amistad de sus hijos con Jackson porque les veían alegres, porque tenían acceso a una vida de lujo (la madre de James recuerda con emoción haber conocido a Sean Connery a través de Jackson) y, sobre todo, porque sentían lástima hacia el cantante. Porque le llegaron a considerar un hijo y hasta le lavaban la ropa. Para ellas, Michael era un niño adulto que estaba solo en el mundo y que había encontrado por fin la felicidad gracias a Wade/James, lo cual convertía al fan en el chaval más especial de la Tierra. La madre de Safechuck argumenta que, cuando su hijo comenzó a hacer castings, rezó para pedirle a Dios que si ese era el camino de James le mandase una señal permitiéndole que hiciese una carrera en el mundo del espectáculo pero que si ese no era su camino lo impidiese. Como a James le cogían para varios anuncios, su madre asumió que Dios le estaba mostrando el camino así que no le dio más vueltas. Además, Michael también le contó que él había rezado para encontrar un amigo de verdad como James así que ella lo vio todo como una señal divina.
Pero Michael Jackson no era un niño. Era un hombre de 32 años considerado un ídolo, con un poder casi tan infinito como su dinero y con la capacidad de manipular a sus víctimas: se aseguró de que guardasen el secreto, les puso en contra de sus padres y, llegado un punto, les reemplazó por otros niños. Incluso el testimonio de Macaulay Culkin durante el juicio de 2004 exige una revisión hoy, al explicar que tanto él como su hermano Kieran (de 9 años, que siempre se ha negado a hablar sobre el tema) dormían con Michael pero no así su hermano mayor, su hermano pequeño o sus dos hermanas; que tras cumplir 14 años simplemente dejaron de visitar Neverland; que a él también le regaló joyas de oro y viajaron juntos a las Bermudas; y que, tal y como describen Wade y Safechuck, había un sistema de campanillas que alertaban si alguien se aproximaba a la habitación de Jackson. James recuerda incluso haber practicado simulacros para vestirse a toda velocidad y en silencio en caso de que alguien llamase a la puerta.
Resulta imposible no reaccionar a Leaving Neverland, su exposición cruda no permite que ningún espectador lo vea sin reevaluar su opinión sobre el caso. Hay quienes siempre consideraron a Jackson un pederasta y sintieron estupor ante las excusas que otros encontraron: que era un niño grande, que la prensa estaba en su contra o que él era una víctima y las víctimas no pueden ser depredadores (hoy, gracias a la conversación pública en torno a los abusos sexuales, sabemos que no solo es posible sino que es habitual). La mayoría de la gente, eso sí, optó por no emitir una conclusión y mirar hacia otro lado. La postura más cómoda, rápida y accesible. Hasta Robson y Safechuck reconocen haber intentado olvidar el asunto, en parte por el trauma y en parte porque sentían lástima hacia Jackson. Pero el documental plantea situaciones que impiden seguir evadiendo tomar partido: las joyas de oro y diamantes que Michael le compró a James (él las muestra, con manos temblorosas); la grabación en la que, regresando de unas vacaciones en Hawai, Jackson le decía a James que “lo mejor de este viaje ha sido estar contigo”; o los faxes que el cantante le enviaba a Wade, a quien se refería como “pequeñito”, más parecidos a una nota secreta escrita en clase (“eres mi mejor amigo en todo el mundo y te quiero mucho”) que a una carta remitida por un hombre de 33 años.
Desde su emisión en Estados Unidos hace seis días ha habido múltiples reacciones. La familia Jackson ha denunciado a HBO (que ganó los derechos de emisión, tras una batalla de ofertas, inmediatamente después de su proyección en el festival de Sundance) pidiéndoles 100 millones de dólares. Los fans de Jackson se organizan para desacreditar el documental (principalmente, utilizando los argumentos de que ambos acusadores testificaron a favor del cantante en su día y de que hay racismo en las acusaciones contra Jackson). Oprah Winfrey ha salido de su retiro y ha recuperado su formato de talk show para entrevistar a Wade Robson y a James Safechuck ante un público compuesto por supervivientes de abusos sexuales y analizando el documental, como si de GH: el debate se tratase, con la ayuda de un psicólogo experto en la materia. Oprah Winfrey presents: After Neverland se emitió justo después de documental y convierte las acusaciones en un espectáculo televisivo (sobrio, emocionante, pertinente, pero producido al fin y al cabo) porque todo lo que tiene que ver con Michael Jackson ha sido siempre transformado en espectáculo y designa a Winfrey, que también sufrió abusos de pequeña, como la portavoz espiritual del movimiento. Ella en ningún momento menciona aquella entrevista que le hizo al cantante en 1993, una de las pocas que Jackson concedió en toda su vida, planteada sin tapujos como un lavado de imagen.
Porque Oprah tiene derecho a reconsiderar su postura. Wade Robson tiene derecho a reconsiderar su postura. Y al público no le queda más remedio que hacerlo también. La fábula pop del niño que no quería crecer se ha convertido en el cuento del hombre del saco y la escalofriante moraleja es que, en realidad, nos lo contaron una y otra vez y no supimos/quisimos/pudimos comprender de qué iba la historia. Porque el mundo se acostumbró a ver a Michael Jackson rodeado de niños como parte de su imagen (la misma que mezclaba magia, disciplinas militares y monumentos a sí mismo). Porque nadie quería imaginárselo teniendo sexo no solo ya con niños sino con nadie y por eso prefirió asumir que era un hombre asexuado. Porque, incluso aunque nunca hubiese abusado sexualmente de ningún niño, la amistad de un hombre de 33 años con un chaval de 7 (la edad de Wade Robson cuando se conocieron) es perturbadora por naturaleza y sin embargo fue percibida como la extravagancia de un genio. En 2003, el documental Living with Michael Jackson trató de acercar al mundo a la vida del cantante pero solo sirvió para dejar claro lo remotamente alejado que él estaba de la realidad. En una escena aparecía con su mejor amigo, un niño de 13 años, que se recostaba sobre su hombro mientras Michael explicaba sin inmutarse que “compartir tu cama con otra persona es el mayor acto de amor que se puede hacer”. Y ese contraste entre la figura todopoderosa del escenario y el animalillo de voz, aspecto y corazón quebrados incluso le volvía más fascinante. ¿Es que nadie se preguntó de qué demonios podían hablar un hombre y un niño durante horas? Según el documental, jugaban a la consola, veían películas, escuchaban canciones, el niño se probaba la ropa de Jackson y después veían porno.
¿Qué hacer ahora con Michael Jackson entonces? No es tan sencillo como dejar de ver películas de Kevin Spacey o Woody Allen y borrar las canciones de R. Kelly de Spotify. El legado de Jackson resulta descomunal e incomparable con ninguna otra figura artística tanto en el macro (el impacto cultural, la popularización de la música negra, la creación del pop como espectáculo visual, reclamo publicitario y fantasía) como en el micro (esa sensación tan específica que tenemos al escuchar cualquiera de sus canciones). Guillermo Alonso recuerda que durante el juicio de 2004 se proyectó Living with Michael Jackson como prueba de la acusación y la primera escena arrancaba con Billie Jean: el jurado empezó a mover la cabeza al ritmo de sus primeros acordes. Porque Michael Jackson era un dios y como tal tiene el don de la ubicuidad, de estar en todas partes y de trascender a su propia mortalidad. Sus temazos no le eximen de culpa, pero sí hacen imposible borrarle del mundo. Y ese ha sido, postmortem, su último truco de magia. Así que en este caso no bastará con fingir que nunca existió como se ha hecho con otros depredadores: no queda más remedio que enfrentarse al hecho de que sí existió y de que, según una abrumadora cantidad de pruebas, fue un monstruo. Lo único que puede hacer el mundo al respecto es no volver a permitirlo.Artículo publicado en Vanity Fair España.