Daniel Burman propone una comedia dramática algo melancólica sobre la crisis de
mediana edad que experimenta un exitoso escritor (Oscar Martínez) una vez que sus hijos
emprenden su propio camino fuera del hogar. Mientras su esposa (Cecilia Roth) insiste en
vivir algo así como una segunda juventud retomando sus estudios universitarios, el
protagonista reflexiona, fantasea e intenta encontrarle un sentido a su vida en plena
madurez.
Desde la primera escena, a la que ingresamos invitados por una suave música de
jazz, tenemos la sensación de estar viendo una película de Woody Allen. Un
restaurante, risas, un grupo de amigos de entre 40 y 50 años que conversa
animadamente. Las mujeres, por un lado, los hombres por el otro, y en el medio,
sintiéndose fuera de lugar, está Leonardo, que intercambia sutiles o no tan sutiles
miradas con su esposa Martha, que insiste en hablar por él.
Por suerte no se trata de una película de Woody Allen –un director que últimamente,
salvo alguna excepción, luce poco inspirado o reiterativo a la hora de hacer cine- sino
de Daniel Burman, uno de los más interesantes directores del cine argentino reciente
que se encuentra –sobre todo después de El Abrazo Partido (2004) y Derecho de
Familia (2005)- en plena madurez. Sin embargo, la comparación con el cine de Allen
es un poco inevitable; después de todo Burman está hablando de temas recurrentes
en la obra del director neoyorquino (el amor, la pareja, la creatividad, las crisis de
mediana edad, la incertidumbre frente al resto de la vida luego de determinadas
etapas cumplidas) y, si nos ponemos pesados con las comparaciones, el personaje de
Leonardo bien podría ser una versión porteña (más apuesto, eso sí, y algo menos
neurótico) del eterno personaje que es el propio Allen cuando se filma a sí mismo.
Para quienes creían que es una historia sobre cómo una pareja aprende a
redescubrirse a sí misma luego de que los hijos dejan el hogar, se quedarán con
ganas de ver más. Porque en realidad El Nido Vacío adopta el punto de vista casi
excluyente de su protagonista masculino, relegando al personaje de Martha (madre y
esposa que parece querer vivir una segunda juventud retomando sus estudios
universitarios) a un discreto segundo plano.
Por algunas razones no podemos dejar de seguir las aventuras de Leonardo, gran
parte del mérito lo tiene la estupenda labor de Oscar Martínez (quien vuelve a formar
pareja con Roth en la ficción, 13 años después de la serie Nueve Lunas). Pero
también la sensibilidad de Burman, su fino retrato de las relaciones humanas y esa
particular lucidez que tiene para captar esos momentos y esos silencios mucho más
reveladores que grandes discursos declamatorios. La película posee, además, una
amable levedad y una frescura que no es habitual en el cine latinoamericano
contemporáneo en conclusión una historia simple, cálida y directa.