En Rusia, cuando la tecnología había golpeado, no solo a occidente, sino al resto del mundo, en ese marco nace Loveless, en pleno apogeo de las redes sociales.
Una sociedad que se muestra feliz con los nuevos avances y que va entrando a un cambio continuo, pero que a su vez va perdiendo la ilación dentro del esquema en lo que a sociedad concierne. Una sociedad que va siendo más frívola e individualista, fría y egoísta. Es esto lo que plasma Andry Zvyaginstev en su quinto largometraje: Una crítica dura a la sociedad actual, llena de indiferencia, llena de falsos estribillos que parecen ser amor, pero solo son diversión.
El título define con perfección la película, y es que desde inicio a fin se nota la carencia de afecto de los personajes principales de la cinta. El cineasta ruso emplea perfectamente el argumento para darnos a entender, tanto su mensaje de crítica, como la historia de la cinta. Inicialmente, casi los primeros 50 minutos del filme, hablan de la causa, del problema del nuevo humano, en este caso ruso, lleno de egoísmo, individualismo y carente de afecto. Desde los problemas de pareja, hasta el problema inicial que es el “deshacerse” de un niño, cuya culpa fue nacer en un matrimonio falso, sin amor. A su vez, hay un temor, cierto en sí, en lo que rodea el problema de las parejas, primero vemos cómo están afectados ambos en conjunto, que va iniciando con una escena imponente en un departamento, pasividad por lado de uno, agresividad por el lado del otro y un niño llorando al no comprender todo lo que escuchaba, y no comprendía el porqué de su nacimiento, del porqué estaba aquí si ni siquiera pasaba algo. Zhenya (Maryana Spivak) estaba frustrada consigo misma y con su esposo, Boris (Aleksey Rozin) era quien más indiferencia mostraba en ambos, la paciencia de uno llevaba a la desesperación del otro.
Siguen escenas eróticas que plasman el miedo de ambos, o quizás el problema de ambos, de una manera magistral, diría yo, que al estar conectados ambos, pareciese que son historias paralelas, sin nada que ver fuera de aquellos minutos y enfrascándonos en cada uno por particular. Boris, con una nueva conquista, ejemplifica el temor de terceros al estar con un hombre que le antecede el miedo y la paciencia, la indiferencia, que a su vez está al lado del amor sensible de una mujer, más sensible aún; cuando esta le muestra el temor que tiene de que sea la misma historia que con su mujer anterior. Por otra parte, Zhenya es el abismo, pero también la falta de afecto, pues en la escena llega a decir que nunca había amado a nadie, que su matrimonio fue por miedo… que debió abortar. Se comprende entonces, el problema de las decisiones, tomadas o ignoradas. Es entonces, donde empieza el plot point, con ambos personajes unidos, mostrando su lado más personal, el cual es el mismo que antes.
Alyosha (Matvey Novikov) desaparece, y es donde no lo volvemos a ver nunca más. A esta pérdida hay una reacción, por parte de ambos, y está demás decir qué medidas se toman. Existe lo de siempre, impotencia, temor y la indiferencia que prima en uno. Inicialmente no se nota ninguna dosis de desesperación, de llanto ni de preocupación colosal, sino de más problemas de pareja. A medida que la búsqueda empieza, hay una gran parte de cansancio, de rabia, que hacen un juego perfecto con la fotografía oscura y fría que está impresa en la cámara todo el tiempo. A esta búsqueda, se le añade que no hay un dolor mutuo, mucho menos un sentido de culpa, sino echarse la culpa constantemente, o el creer que todo fue un simple accidente. No hay cierta razón para que los padres estén buscando al niño si repasamos lo anterior, pero es ese amor maternal, que quizás en su máximo esplendor, a pesar de durar poco, repercute en la cinta. Y es cuando en el proceso de indagar, de buscar desde supuestas guaridas adolescentes, pasando por hospitales y la casa de la abuela, escena la cual muestra el contraste entre la sociedad actual, con, quizás, una sociedad más terrenal, pero que sigue teniendo guiños del bajo afecto. Hasta ahí, es casi perfecto lo que utiliza Andrey Zvyaginstev para narrar el proceso de búsqueda, utilizando distintos escenarios, planos generales a montones para expresar el GRAN VACÍO que la película representa, el gran frío de la Rusia actual, frío en lo espiritual y afectivo y también utilizar personajes que hacen más evidente que aún hay posibilidades de no caer por completo en aquellos padres que lo único que querían era deshacerse de su hijo. La indiferencia, el egoísmo y todos los problemas individuales se tornan, por un momento a un argumento final, que llega con una visita a la morgue… un punto de quiebre y de salida, donde el amor de madre se hace presente, nuevamente, pero en su expresión más fuerte, la del miedo a perder a tu hijo. Un llanto dentro de una escena impactante, con fuerte nerviosismo e impotencia, y es que Zhenya estaba destrozada consigo misma, aún sabiendo que ese no era su hijo, pero se había dado cuenta de su error, por ese lapso de tiempo. Boris rompe en llanto después de recibir golpes de su ex esposa. La escena termina y ambos se van por su camino. El niño aún no aparece, pero el amor de sus padres por él, al menos tuvo una pequeña manifestación.
Es en el cierre donde está más explicita la indiferencia, Boris amargado con su nuevo hijo, un hombre cansado, acabado. Zhenya, cansada también, y con una mirada de recuerdo, pero que se transforma en nada más que un simple tiempo pasado, sin llanto, sin rencor ni melancolía. Fueron años después de lo que nunca se llegó a concluir. Finalmente, la cámara nos transporta a un sitio que vimos al inicio, una cinta con una rama en un árbol, aún no apareció nadie, ni lo hará, pero entre nosotros sabemos que, donde quiera que esté… es la carencia de amor la que mata. Quizás murió, quizás sigue por ahí. El Sin amor no solo extingue tu cuerpo, sino te mata, aún estando aquí en carne, como a los dos personajes, desalmados.