La séptima temporada de Black Mirror retoma su mirada oscura de los avances tecnológicos poniéndo el foco en la Inteligencia Artificial.
La mirada distópica apoyada en tintes reales de Black Mirror en sus primeras temporadas fue materia de éxito para los creadores de la serie y para Netflix. La serie tocó desde un principio una fibra muy delicada del imaginario popular, con el dedo en la llaga de sus miedos próximos a realizarse. Para esta nueva entrega, vuelve a cargar con los peligros del avance tecnológico con la Inteligencia Artificial como gran villana, hoy un personaje de nuestro día a día. ¿Qué mejor motivo para verla?
En particular, los seis episodios atacan cada uno a un horizonte nuevo que se empezaron a dilucidar a partir del avance en la creación por parte de las máquinas, que con un prompt justo tienen capacidad para crear imitando. Estos son: nuevos experimentos médicos (“Common People”), expansiones mentales por medio de un aparato (“Plaything”), desafiar al tiempo al meterse en recuerdos (“Eulogy”); y guiños al Hollywood clásico y la posibilidad de quedarse estancada en el tiempo (“Hotel Reverie”).
Además cuenta con cuenta con la primera secuela de un capítulo anterior (“USS Callister: Into Infinity”) y una historia sobre los peligros de las nuevas comunicaciones en medio de un contexto amigable como una cata de chocolates (“Bête Noire”).
Vuelta a las raíces
Parte de la buena prensa que está recibiendo esta nueva temporada viene de la decisión de los creadores de recuperar la esencia original de la serie que se fue perdiendo en las anteriores entregas (parte de un riesgo creativo que lejos debe estar de condenarse).
El propio Charlie Brooker, creador de la serie, dice que la nueva temporada es un retorno a las raíces. Esto fue lo que convirtió a la serie en un fenómeno a imitar. Creó su propio género distópico que hasta popularizó la frase “Che esos es re Black Mirror”.
El retorno a una narrativa que alimenta discusiones y conversaciones sobre la ética de un ser humano, la cual se deforma a partir de su elección por un “camino más fácil” y una creciente dependencia de la tecnología. Una narrativa que lejos está de ser distópica y es, fuera de exageración que debe forzar una ficción para pisar fuerte, muchas veces una realidad.
