40 años después del inicio de la ya legendaria saga, James Mangold tenía en su rol de director y co-guionista un doble desafío: el de hacerle justicia al legado de Steven Spielberg y su ya legendaria saga y el de dotar de personalidad a esta quinta entrega.
El director, quien ya probó su talento y su marca autoral aún trabajando en proyectos ambiciosos y muy diferentes entre sí, regala en la quinta entrega de Indiana Jones, una película a la altura del personaje y, sobre todo, a la altura de lo que implica volver a él después de tanto tiempo.
Una aventura digna de su protagonista
Si Indiana Jones y el Dial del Destino encaja perfectamente en la saga es por ser una aventura que no reniega del género aunque este ya casi no tenga exponentes. La nueva entrega se estructura con todos los elementos propios de las primeras: un objeto arqueológico que buscar, un viaje por lugares exóticos cargado de persecuciones y escenas de acción y el infaltable descubrimiento fantástico que cambia el sentido original de la búsqueda. En medio de ese viaje, cuyo ritmo nunca decae aunque ofrezca momentos más íntimos, Mangold hace gala de su oficio para filmar la acción y llena así el casillero de aquello que nunca podría faltarle a una película de Indy: la espectacularidad pasada por el filtro del humor, despreocupada del verosímil y sostenida en el carisma de su protagonista.
Es cierto que durante el tercer acto la sucesión sin descanso de acción a gran escala se siente un tanto excesiva, como si acechara el tono genérico en el que muchas secuelas de los grandes estudios tienden a caer. Aunque usado con criterio y sostenido por el talento detrás de cámara, al CGI y al despliegue tecnológico que se ve en pantalla (como ese prólogo con un joven Indiana Jones interpretado por otro actor y un rostro hecho por computadora) les resulta difícil competir con la artesanalidad de la que Spielberg, y un Harrison Ford 40 años más joven, dotaron a las escenas de acción de las primeras entregas.
Sin embargo, esto no empaña el resultado final, porque el peso del paso del tiempo, el que hace que la película no pueda no pensarse como la incursión en el presente de un ícono que viene a despedirse, se vuelve algo que James Mangold usa a su favor.
La trama de Indiana Jones 5 se construye astutamente sobre la posibilidad de viajar en el tiempo y el gran tema sobre el que gira esta última entrega, la sustancia que hace que valga la pena cualquier despliegue de recursos técnicos y cualquier desborde de acción, no es otra cosa que el lugar que ocupa hoy un héroe del pasado.
Ni la nostalgia ni el olvido en Indiana Jones 5
Así como la película es el retorno del personaje mítico al cine del presente, en la propia diégesis vemos a este héroe ser atropellado por el tiempo en el que vive. La Nueva York de 1969 es una ciudad obnubilada por un progreso técnico que tiene su punto álgido en la llegada del hombre a la luna y en la que Indiana Jones ya no tiene lugar.
Esta relación entre el retorno que la película representa y lo que su personaje atraviesa es clara en la escena en la que Indy literalmente “proyecta” sus clases sobre el pasado en un aula que parece un cine, pero en la que los alumnos se quedan dormidos y solo prestan atención cuando irrumpe en el lugar una televisión que muestra a los astronautas que llegaron a la luna.
Con Indiana Jones convertido en una de las reliquias que buscaba, la contraparte es el personaje de su ahijada Helena (brillante Phoebe Waller-Bridge), que lo saca de su letargo y lo acompaña en su aventura pero guiada inicialmente solo por el interés económico, a quién no por nada conocemos aliada con el villano, un científico que dice abiertamente que el mundo se explica únicamente con “matemáticas”. La modernidad y su desprecio por cualquier cosa que trascienda el valor material o técnico de las cosas es el verdadero antagonista, en tanto es algo que va más allá del personaje de Mads Mikkelsen (¿qué diferencia hay entre este y el impulso originalmente individualista de Helena o la complicidad del gobierno estadounidense, tan obsesionado con la carrera espacial que no puede ver que se alió con un nazi?).
No es la primera vez que el director retrata un mundo interesado y calculador en el que sus personajes ya no tienen lugar, pero a esto Mangold no le opone la resignación nostálgica de vivir en el pasado. El retiro por la puerta de atrás, la elección de quedarse literalmente en el tiempo y huir de una época que le da la espalda es una alternativa que tienta a Indy en el desenlace de la película, pero que Helena le niega luego de aprender de él en su trayecto juntos y devolverle el rol de guía/padre que la guerra de Vietnam le había arrebatado.
El camino que se señala es el de la unión generacional y el del pasado como herramienta para construir el futuro. Al final, aunque más no sea para preservar su dignidad, la despedida que le espera al personaje no es en la antigüedad si no en el presente, rodeado de sus seres queridos.
La mejor forma de honrar al personaje no era un reciclaje en forma de explotación de la nostalgia, sino una aventura a la altura como la que Mangold hizo y en la cual demostró su entendimiento del espíritu de la saga y de lo que implica traerla al presente: que el verdadero valor de lo que Indiana Jones busca por todo el mundo está en lo que se aprende en el camino y que, a diferencia de los objetos, por más décadas que transcurran los héroes no deben pertenecer a los museos.