En el día de hoy llegó a los cines argentinos una propuesta familiar producida y filmada en invernales paisajes noruegos, se trata de una nueva versión live-action del clásico de Cenicienta.
Enero comenzará con grandes producciones, una de ellas, será Cenicienta. No conviene anticipar mucho de la trama, que difiere bastante de las versiones que universalizó Disney, pero sí valen algunos comentarios para aquellos un poco más adultos que estén interesados en verla…
Un romance actualizado
Por más que suene trillado y reiterado en los tiempos que corren, hay que decir que lo mejor de Tres deseos para Cenicienta (2021, dirigida por Cecilie Mosli) es que la homónima protagonista no es (ni será) ninguna princesa. Si en algún momento del relato esa idea le empieza a seducir, rápidamente la reprime y convierte ese rechazo en una fuerza interior mucho más poderosa, que se traduce en algo tan simple como esencial: para cautivar a un joven príncipe aventurado, no hace falta tener un pulcrísimo vestido blanco ni usar inmaculados zapatitos de cristal.
La película nos muestra eso: la historia de un romance tal vez poco convencional para los parámetros clásicos de la narrativa Disney, seguido de un trunco enamoramiento que finalmente discute (más explícita que implícitamente) aquella idea de “se casaron y vivieron felices para siempre”. Todo en el contexto de una aldea y un castillo en medio de inmensos cerros nevados. Estamos ante una Cenicienta empoderada, que quiere salir a cazar y dejarse fascinar por la naturaleza que la rodea, pero que eventualmente se verá tentada por la pomposidad de la realeza cuando se enamora del príncipe. El amor, una debilidad… Sin embargo, ella nunca traiciona su esencia, y ese es el subtexto principal de la peli: sé fiel a vos mismo/a, sin negociar la identidad.
Magia realista
A la audaz Cenicienta interpretada por la cantante Astrid S, un búho mágico le concede tres deseos… pero el tercero nunca se cumple, y no adelantaremos más sobre el porqué, solamente decir que está directamente relacionado al tema de la identidad.
Con una madrastra malvada que se parece más al Drácula de Gary Oldman de 1992 que a cualquier caracterización extraída del imaginario Disney, Tres deseos para Cenicienta emerge como una de las apropiaciones actuales más acertadas de un cuento clásico transpuesto al universo del cine. Hay épica (la música absorbe el clima de una manera descomunal), despliegue visual, carismáticos personajes y mucha, mucha nieve. Y un detalle no menor: se agradece la ausencia de exceso de CGI y evidentes diseños de paisajes con pantalla verde. Esto le suma atmósfera y un indiscutido realismo (sin perder ni un gramo de la mística y la magia inherentes a este célebre personaje) que sigue haciendo falta en grandes producciones. Bosques de pinos nórdicos y auroras boreales que encandilan con su majestuosidad, de nuevo: sin excesos digitales.
Por supuesto que esta entrega tendrá sus detractores, pero lo cierto es que es un atrapante relato para infancias, que aborda temas como la diversidad de género y que demuestra que hay múltiples maneras de representar al amor en el cine. Una película deliberadamente actualizada en términos socioculturales, que agita códigos morales de representación y no destruye sino que (de)construye y abraza personajes clásicos para amarlos y armarlos de otra manera.