Escrita y dirigida por Neil Burger, Voyagers (Instintos ocultos en castellano) es una película de 2021, que presenta un experimento social encapsulado en un transbordador espacial. Se destaca por la simpleza y claridad con la que se plantean algunos conflictos extrapolables a nuestra realidad cotidiana.
La historia es sencilla: un grupo de adolescentes es concebido artificialmente, y criado en cautiverio, a disposición de una misión que involucrará a tres generaciones de tripulantes a bordo de una nave en busca de un nuevo mundo habitable. Por supuesto, en medio del viaje las cosas se salen un poco de control.
Una propuesta reflexiva en medio de un proyecto mainstream
Esta película de suspenso y ciencia ficción, que pasa bastante desapercibida por los catálogos de streaming de HBO y Amazon, toma como base argumental la novela británica El señor de las moscas de William Golding, publicada en 1954. En ambas, el lector o espectador, adquiere el papel de observador en lo que podría considerarse un ensayo sobre el comportamiento humano. Un paralelismo entre una situación particular y dinámicas sociales generales.
Si bien no vamos a encontrar las complejidades de obras maestras como 2001: odisea del espacio o Interestellar, y queda claro que tampoco esa es la intención de los creadores, la cinta toma de estos dos grandes clásicos la inclusión, desarrollo y problematización de cuestiones de índole filosófica-antropológica en su trama.
No es más de lo mismo
El filósofo alemán Arthur Schopenhauer sostenía que el universo –y todo- está impulsado por la voluntad de vivir inherente a todas las criaturas vivas. Esa lógica, combinada con la educación recibida, y una droga secretamente suministrada, transforma a los tripulantes de la nave en una especie de organismo social adiestrado y alienado a un objetivo.
Mientras previo a su clímax la película nos interpela en un plano ético, como contrapartida, a medida que avanza la historia, se va perdiendo la solemnidad narrativa, se enfatiza una postura ideológica, y el centro de atención gira hacia una confrontación que tensiona lo colectivo con lo individual.
Las actuaciones, sin exuberancias, cumplen su rol y son funcionales a las particularidades que el guion exigía. Un grupo de adolescentes “anestesiados” por el forzoso suministro de una droga, quienes posteriormente se revelan y liberan del fármaco, dando paso a la exteriorización de sus personalidades. Obviamente esto genera conflictos.
Tres personajes se vuelven fundamentales en este sentido: Christopher (Tye Sheridan), Sela (Lily-Rose Deep) y Zac (Fionn Whitehead). Los tres confrontan la cordura con la pasión, la razón con el deseo, el deber con el placer, el bien y el mal, la búsqueda de sentido en sus vidas, las distintas concepciones de justicia. De repente nos encontramos frente a un popurrí filosófico en una película que pintaba livianita.
La lógica adolescente poco verosímil empaña la interesante propuesta
Un punto flojo de Voyagers está en su aura teenager y la superficialidad con la que se justifican algunas situaciones, actitudes o decisiones de los personajes. Aquí se evidencian algunas limitaciones de guion, presupuesto y objetivos generales.
Carece de verosimilitud la forma en que se desencadena la problemática principal. Cuesta aceptar como coherente que con tantos años de preparación se tomen tan pocas precauciones para que los tripulantes no descubran detalles que podrían atentar contra la propia misión, como el suministro involuntario de drogas o la existencia de una sala escondida con armamento. Se introducen estos elementos un poco a la fuerza para no forzar una explicación más atinada, para la cual evidentemente no había espacio.
Ante una tripulación supuestamente seleccionada y entrenada bajo extrema rigurosidad, también se torna difícil naturalizar algunas reacciones bajo esta exagerada lógica adolescente, resultando poco convincentes.
Un mundo feliz de Aldous Huxley
La distópica premisa del filósofo británico es la base de la película. Tecnologías reproductivas, aislamiento social y manejo de las emociones mediante drogas, son elementos que aparecen para conformar una pequeña sociedad a medida de un interés supremo, creada por sujetos que están más allá del alcance del propio grupo.
Se teoriza sobre la figura de poder, la existencia de una especie de deidad, la obediencia y los límites del libre albedrío. Todo bajo la premisa de un bien común y un conjunto de valores establecidos por esta “deidad”.
Los límites de la vida misma -y el deseo- se problematizan cuando algunos adolescentes “se iluminan”, “se revelan”, y buscan justificar su propia existencia. Se analiza la moral y el raciocinio, y su relación con este bien común supremo. ¿Dónde está la naturaleza humana?
También aparecen elementos narrativos orwellianos que delimitan variables sobre las que funciona el grupo, y evidencia cierto paralelismo con la realidad. La censura como método de control, la represión encubierta, y el miedo tomando las riendas del comportamiento humano.
Una película y muchas preguntas existenciales
¿La curiosidad mató al gato? Cuando entramos en un estado de cuestionamiento constante, el statu quo del grupo se termina de romper. Aparece la disidencia, la envidia, el caos, violencia, guerra, persecución y ¿parte de la naturaleza humana?
Si bien luego de la revelación hay un crimen que altera el orden, la posterior develación de la verdad oculta a todo el grupo dificulta juzgar las acciones de quienes se sublevaron contra el sistema. La película, nuevamente con mucha simpleza, nos juzga cuando juzgamos, se transforma en un espejo moral.
¿Debió conocerse la verdad aun cuando ésta corrompiera al grupo? ¿Vale la pena liberarse del dogma social? Con el orden corrompido y el caos sembrado en el seno de este grupo totalmente desorientado, surgen nuevas cualidades inherentes al comportamiento humano. El grupo se fracciona en bandos opuestos. En una especie de parodia revolucionaria se atenta contra el líder, la figura de jerarquía designada por el poder supremo, y el mayor representante del modelo social vigente. ¿La cíclica historia de la humanidad?
Con la desaparición del jerarca se deslegitima el surgimiento de otras figuras de poder basadas en los principios y reglas de convivencia hasta el momento aceptadas. Se deslegitima el modelo con el que hasta el momento el grupo se organizaba. Discursos populistas ganan espacio. Aparecen claras referencias al mundo político electoral, así como a las religiones. ¿Qué tan racional es nuestro mundo? ¿Qué es lo correcto? ¿De qué lado estaríamos/estamos nosotros?
¿Usamos lo supersticioso para expiar nuestra culpa? “La razón es esclava de nuestras pasiones” sostenía David Hume, y esta película aparece como una oda a dicha afirmación.
¿Qué es humano? ¿Estos chicos se humanizaron al liberarse? ¿Las conductas salvajes adoptadas son más humanas que el orden forzado? ¿De dónde nace el caos? ¿Se justifica el estado de letargo al que este grupo fue sometido por un bien supremo?
¿El caos disruptivo fue un mal necesario? La cinta en este punto se vuelve “Einsteiniana” en su desarrollo conceptual de la crisis como mecanismo evolutivo. Desentraña el pecado desde una perspectiva reveladora. Asume al individuo como ser social. Todo esto sin dejar de ser una película extremadamente digerible.
Hasta ahí llega el plano reflexivo, en su desenlace la historia abandona esa postura, deja de pretender interpelarnos, cae en típicos clichés y un enfoque futurista más superficial.
Un final predecible
En este tramo, la película comienza a funcionar bajo la lógica mainstream de buenos y malos, héroes y villanos. Adquiere una simplicidad narrativa que nos deja con ganas de explorar más profundamente algunos conflictos y dilemas éticos tan bien planteados. También se vuelve presumible un final en modo “recompensa al público”.
Este desenlace simplificado -y fácilmente digerible- desbarata el marco reflexivo instalado. Si miramos el vaso medio lleno, tenemos una propuesta liviana, para pasar el rato, que podría haber escogido el camino fácil y efectivo resignándose a una estructura narrativa superficial, sin embargo, Neil Burger apuesta por algo diferente, un plus que revaloriza su obra y permite que luego de verla podamos filosofar un poco, hablar de Nietzsche, Schopenhauer, Orwell, Huxley y hacernos unas cuantas preguntas.