Se estrenó la última película de Pixar y nosotros ya la vimos. Te contamos qué nos pareció uno de los grandes estrenos del año.
Toda la filmografía de Pixar nos tiene acostumbrados a altos grados de excelencia. Tanto desde la calidad de animación como en la construcción de personajes entrañables y guiones épicos. “Lightyear” el último gran estreno de la franquicia Disney-Pixar no resulta ser una excepción a la regla.
Es necesario destacar que la historia resulta ser un spin off de Toy Story, por ende, si buscamos meticulosamente referencias que nos impulsen a comparar este largometraje con su saga antecesora, quizás nos perdamos parte del disfrute. Al comienzo, nos enteramos que Lightyear es la película favorita de Andy y que fue precisamente el protagonista de la misma quien inspiró su versión articulada en muñeco de fantasía. Entonces, nos adentramos en los misterios del universo de la mano de un guardián espacial bastante solitario y fanfarrón que cree que “solo todo lo puede” porque la mera influencia de otro complica la naturaleza de su trabajo.
Pero no está solo en su propio devenir profesional, sino que cuenta con la ayuda de Alisha Hawthorne (Uzo Aduba) oficial al mando y amiga personal de Buzz con quien comparte el famoso lema “al infinito y más allá”, chocando sus dedos índices en señal de complicidad y afecto.
Lightyear resulta ser una película con mucha influencia de la ciencia ficción, a tal punto de que pareciera inclusive construirse como un homenaje a grandes películas o cineastas tales como Alien (Riddley Scott), Interstellar (Christopher Nollan), 2001: odisea del espacio (Stanley Kubrick) o la saga de Star Wars (George Lucas). Pero acá hacemos una salvedad y ponemos tilde en lo siguiente: homenajearlas no desde una visión burda sin demasiada imaginación y donde los hilos de estas influencias puedan cobrar notoriedad, sino más bien desde el amor absoluto por el séptimo arte y por este género en particular.
Pero estamos hablando de Pixar, nadie puede esperar largometrajes absurdos sin demasiada espalda creativa, ya que hasta el momento las sorpresas han sido gratas por parte de sus animadores y sus considerables virtudes como cineastas resultan ser inacabables. Cómo lograr adaptar un cine en apariencia “infantil” con grandísimas referencias y trasfondos maduros, sin perder de vista que aquellos que consumen este tipo de películas se hibridan en ambos extremos etarios, entra dentro de la magia pixariana con sello Disney en su porte más clásico.
Muchos acusan este largometraje de “parecer más de Disney que de Pixar”, cuando en verdad tiene influencias de ambos. Mixtura que se potencia en calidad a la hora de producir películas que nos invitan a reflexionar acerca de la vida y de las cosas que verdaderamente importan, porque, al fin y al cabo, si fuera un festival de efectos especiales y animación impoluta carecería de alma y dignidad.
Lightyear utiliza el contexto de los viajes interespaciales para contarnos que así y todo logremos llegar a los confines del universo, derrotar criaturas de tinte mitológico y vencer la barrera del tiempo y el espacio, los miedos e inseguridades que aquejan a la humanidad siguen siendo los mismos. El miedo a la soledad, la carencia de afecto, la rigidez con las que algunas veces nos dirigimos a los demás y el sabernos autosuficientes, el ego desmedido, la ambición, pueden resultar algunos de los factores principales que nos terminen condenando como especie.
Si nos ponemos a indagar en mayor profundidad, Lightyear tiene hasta un planteo existencialista: ¿Cuáles son los límites del accionar humano? ¿Qué sería aquello que nos diferencia esencialmente de los autómatas? Un buen ejemplo de ello es la presencia de un gato robot llamado Sox (Peter Sohn), que es la perlita destacada de la película y quien actúa con mayor empatía en infinidad de oportunidades respecto al propio protagonista.
Sox comprende cuestiones básicas de la naturaleza vincular de los individuos y si bien entendemos que está “programado” para buscar soluciones prácticas, también es aquel que logar mediar entre los extremos y poner el cuerpo de ser necesario. Es quien reconoce que “la nueva versión de Buzz le resulta más agradable” dado que lo ve pelear con ahínco por amor a sus amigos.
Buzz Lightyear se plantea desde un principio como el héroe caído, aquel que se erigió como una estrella por su accionar comprometido y brillante, al que le cuesta aceptar la ayuda de un otro porque considera que con su sabiduría o capacidad es suficiente, pero que, en el medio de su exceso, comete un grave error que conlleva el surgimiento de una nueva civilización en tierras lejanas y hostiles.
Este error lo traumatiza, busca incansablemente recomponerlo y encontrar una solución para volver a casa. Lo que se va perdiendo es el devenir propio de la vida dada su vanidad y obstinamiento, ya que los tiempos en el espacio no son iguales a los de la tierra. En su camino de redención personal entiende que el hogar reside únicamente en aquellas personas que amamos.
Lightyear no será la mejor película de Pixar, pero nos deja atónitos como espectadores primeramente por no tener nada que ver con Toy Story (el factor nostálgico es clave dado que somos conscientes de que es una saga insuperable), nace con impronta propia, diferenciándose de sus antecesoras pero sin obturar la capacidad de vincularla con grandes clásicos de la ciencia ficción y convirtiéndose en una película con alma, capaz de reflexionar acerca de grandes cuestiones vitales o filosóficas y asimismo regalarnos el plus de poder sentirnos niños nuevamente, de pensar que somos Andy por un ratito, fascinados con el espacio y todos sus misterios y habitantes.