Con su segundo largometraje Shaka King no decepciona, al contrario, atrae en un magnético ejercicio que provoca una inmersión de la audiencia en días cargados de efervescencia política y social de la mano de Fred Hampton, el joven líder de los Panteras Negras (Black Panther Party).
Cuentan los realizadores de la película que el film no contaba con el presupuesto requerido para su realización, pero con el objetivo de ganar la adhesión de los productores y así obtener los recursos que faltaban, se solicitó llevar a cabo una lectura de guion. Cada uno de los protagonistas comenzó a enunciar sus líneas en un repaso informal, eso hasta llegar a Daniel Kaluuya, quien, embebido en un sentimiento de convulsión social y lucha comunitaria, se paró de su asiento sacando desde lo más profundo de su diafragma la voz que obtendría lo necesario para que la película se llevara a cabo. Como si estuviera en una manifestación de miles de personas, comienza a anticipar uno de los discursos más recordados de quien sería su primer personaje histórico en su carrera actoral, y que al son de “Yo soy un revolucionario” (I´m a revolutionary) no dejó duda alguna de que la película no podía dejar de realizarse. Con ese mismo ímpetu mantuvo tal coherencia narrativa y profesional a lo largo de todo el metraje, dotando de potencia y pasión no solo al relato, sino también a la caracterización de su personaje. Kaluuya, brilla, provoca y moviliza, tal como lo hizo el carismático líder de este partido que se transformó en una amenaza directa del FBI.

En medio de las manifestaciones de los años sesenta en los Estados Unidos, enmarcado en los constantes hostigamientos y maltratos de la policía hacia la comunidad negra, comienza a forjarse una organización política y social, que ante todo se unifica por el sentido de comunidad y revolución ante la tiranía discriminatoria del gobierno y la institución policial. Así, un grupo de jóvenes toma fuerza armada para combatir la violencia física y simbólica ejercida contra su población. Dentro de este contexto ocurre la historia principal de la película donde William O´Neal (Lakeith Stanfield) se convertiría en el “Judas” de su propia comunidad y del denominado “Mesías Negro” (Kaluuya) quien se gana ese apodo gracias al director de la Agencia Federal de Investigación de la época, J. Edgar Hoover (Martin Sheene).
O´Neal es reclutado por el FBI luego de ser amenazado con encarcelamiento por diversas causas delictivas. A cambio de su libertad se le ofrece ser agente y entregar información sobre el líder del movimiento y funcionamiento de la organización política de los Panteras Negras. El ampuloso trabajo de O´Neal como doble agente, lo convierte en jefe de seguridad y parte del grupo cercano de Fred Hampton, ostentando un lugar de poder hasta los últimos días del líder del partido, colaborando con detalles inéditos y extremadamente relevantes para la consecución del objetivo final del buró de investigaciones.




Durante toda la película se puede sentir esa tensión propia de saber que está basada en una historia real. Los diálogos estallan en contracultura y denuncia, se manifiestan casi vívidamente traspasando la pantalla en una experiencia multisensorial, la agitación de voces cansadas de discriminación que se encarnan en el llamado de un joven que dispara discursos llenos de petición de justicia contra quienes reconoce como sus enemigos; funcionando con una letalidad quirúrgica, tal como las balas que son expelidas contra su comunidad. El líder del partido tiene la capacidad de llegar no solo a la comunidad afroamericana, sino a todos quienes se sientes humillados y cansados de una estructura social, política y económica que los aliena como ciudadanos y los reduce a la degradación permanente, formando incluso la coalición “Arcoíris” una sorprendente unión interracial junto a la comunidad de Puerto Rico, algunos estudiantes democráticos y otras comunidades vulnerables. Ese era el poder de Hampton, sus palabras derribaban barreras y mientras más retumbaban en distintos espacios de calles cargadas de desesperanza, más peligroso se tornaba para el gobierno.
El director fue capaz de no solo contar la historia política del líder, sino sutilmente legarle a la audiencia la posibilidad de conocer su vida personal con quien sería la madre de su único hijo, Deborah (Dominique Fishback) una poetiza que saca el lado menos conocido del revolucionario, compañera de lucha que siempre estuvo al pie del cañón. Y a su vez King, el realizador, en un balance perfecto, propone un pulso equilibrado entre la visibilización del activista con la historia paralela del imperturbable infiltrado llevando la tensión al extremo, sumido en relatos corales con el encargado del FBI (Jesse Plemons) que juega con la amenaza supeditada para manejar a O´Neal y tocar todas sus fibras a través de la coerción ejerciendo miedo y cumpliendo con su objetivo final: desarmar la organización y eliminar a su cabecilla.
Las actuaciones son notables. La dupla que compartió reparto en Get Out! (Huye) tiene más que merecida la pantalla. Standfield (O´Neal), llegó a tener ataques de pánico por interpretar a este infiltrado que día a día lucha internamente por no poder ser fiel a la causa y poner su libertad personal, ante todo. Por su parte, Kaluuya, empezó a fumar cuatro meses antes de las grabaciones para que se viera de forma “natural”, visitó a familiares de Hampton, recorrió donde vivió y estudió sus discursos para encontrar el tono vocal que lo caracterizó, afirmando inclusive en una entrevista que este papel le cambió la vida y que nunca verá el activismo de la misma manera.
Es una experiencia que merece ser visionada, no solo por su narrativa y los motivos enunciados con anterioridad, sino también para tener presente que esta película resulta ser una de las nominadas por los Premios de la Academia como mejor guion. La solidez de sus actuaciones (anticipando que Kaluuya ya ha ganado varios premios hasta la fecha por su papel y que también se encuentra nominado a los premios de la academia) y la fuerza histórica que retrata esa lucha, que parece tan lejana pero que aún se vive a diario en las calles de Estados Unidos por la desigualdad inminente de la supremacía blanca y la discriminación con la comunidad negra. Es un discurso actual que amerita ser digerido como tal, aceptando el idealismo propio de la generación en la que se insertó, pero también, disfrutando en la evolución de su desarrollo con cada detalle que el director provee a la audiencia. Definitivamente una película digna de ver antes de los premios de la academia a realizarse este domingo 25 de abril.
“Puedes matar a un revolucionario…pero no puedes matar la revolución” Fred Hampton