Vuelve Jodie Foster, quien con Golden Globe en mano, y como en sus mejores años de Clarice Starling, remueve a la audiencia como una abnegada abogada por la incansable lucha ante la violación sostenida de los Derechos Humanos.
Basada en una historia real, Kevin Mcdonald (El Último Rey de Escocia) lleva a la gran pantalla el libro Diarios de Guantánamo. Esta película relata el encarcelamiento, sin cargos, de Mohamedou Slahi y los años de disputa con el gobierno de Estados Unidos para desestimar su autoría y participación en los atentados del 11-S del que acusó, desde un principio, era inocente.
El actor Tahar Rahim, es el encargado darle vida fílmica al protagonista, dejando claro desde un comienzo a la audiencia que nadie más que él podría haber llevado todas las experiencias que Slahi vivió de una manera tan magistral, jugando sutilmente con los silencios, con una sencillez extrema y una paciencia que versa de una fe imbatible que involucra hasta al más agnóstico, y que provee al personaje con un perfecto equilibrio entre una performance que tiene lo mismo de humildad que de devastación por el dolor sostenido. Dulce, con una sonrisa cálida que desborda resiliencia, con la astucia intrépida que lo lleva a buscar constantemente la manera de comunicarse, con la escritura como proceso de sanación de heridas imborrables y con la moraleja de un aprendizaje de vida que lo hace distanciarse del ser humano imperfecto que busca la venganza hasta en las cosas más insignificantes y que es capaz de perdonar lo imperdonable.
En medio de un matrimonio en su tierra natal, Mohamedou, “The Mauritanian” es raptado sin razón y lo que pensó sería un fugaz interrogatorio, terminaría siendo la experiencia más dolorosa de su vida.
En dos horas de película, entre flashbacks, desde distintas perspectivas dependiendo quien lo recuerde, vamos armando un puzzle y descubriendo capa a capa, los primeros tres años de Slahi en la prisión de Guantánamo. La primera imagen que tenemos de él en detención es cuando lo visita quienes serían el equipo de abogadas que a través del Habeas Corpus quieren comprobar que no existen antecedentes suficientes para seguir reteniendo al protagonista en ese lugar. Una implacable Jodie Foster como Nancy Hollander toma el caso de manera pro-bono e invita a una empática Shailene Woodley como la novata Teri Duncan. En su primer viaje para conocer al protagonista caminan atónitas y desprovistas de palabras a su encuentro. Puerta tras puerta, van pasando rejas camufladas con mallas que pareciesen tener por objetivo invisibilizar el dolor de un lugar que destila injusticia y mitigar el silencio que grita aberración.
Cuando se conocen la luz es débil y solo permite ver los grilletes que mantienen al prisionero en la misma posición. Una vez dentro del pequeño espacio que se les concede esa luz se intensifica y deja ver cómo los ojos de los protagonistas se encuentran en un reconocimiento previo buscando darle sentido a lo que están haciendo o solamente entregándose mutuamente en un salto de fe ante el camino que se viene. Debido a la presión y el miedo visceral de verse castigado por los guardias del lugar, el detenido prefiere medir sus palabras, sin expectativa, pero basándose en el doloroso recorrido que había sufrido hasta ese día, la comunicación comienza a ser escrita, así comienza a construirse la mejor defensa de su vida y lo que se convertiría también en sus Diarios de Guantánamo.
Benedict Cumberbatch es Stuart Coach, el antagonista encargado de juntar los antecedentes para acusar a Slahi. A través de una conversación cargada de manipulación emocional, sus superiores, le piden juzgar a quien había planeado los atentados del 11-S donde se le dio muerte a su mejor amigo, y quien, embebido en este discurso, no deja espacios para dudas embarcándose en lo que él considera el único camino para encontrar la justicia. Cumberbatch, se convertiría en una pieza clave para el desenlace, y lo que comenzó con una misión concreta y direccionada, entre falta de pruebas y conspiraciones va dejando abiertas dudas que comienzan a disociarlo entre su mandato profesional y su ética personal.
A través de un dosificado ritmo punzante de información a la vena, el espectador va quedando mudo de rabia por la injusticia sostenida, atorado de lágrimas por la falta de dignidad ante las constantes violaciones a los Derechos Humanos a lo que fue sometido el protagonista, privado de aire frente ante la indolencia de un sistema que termina vidas a golpes, sin disculpas ni castigos y que envuelve en un círculo de violencia sin fin la búsqueda de un chivo expiatorio que sirva de juicio ejemplificador. Es acá donde comienza a destaparse esta historia que trasciende fronteras como ícono de lo ocurrido en esta prisión avalada por distintos gobiernos de los Estados Unidos.
El desenlace es conocido a nivel mundial, pero revivirlo en esta película que se acompaña de un reparto cargado de pasión y activismo, revuelve las vísceras ante esa verdad incómoda, invisibilizada al ojo diario, la que no se quiere ver, porque molesta e interpela, porque cuestiona y paraliza, esa que a ratos te saca del asiento para buscar la perdida humanidad y la justicia.