Nueva York, Hell’s Kitchen, un barrio violento y corrupto, cuatro jóvenes al ritmo de “Good Vibrations”, la historia de cómo un minuto puede cambiar tu vida y cómo la venganza se convierte en la prueba más concreta de una infranqueable amistad.
En 1996, el director y guionista, Barry Levison convertía en película la novela homónima de Lorenzo Carcaterra y unía, en un reparto extraordinario, a apellidos como Hoffman, De Niro, Pitt, Patric, Crudup y Bacon para contar un relato marcado por el dolor, que renace desde la resiliencia y que busca la justicia a través de la vendetta.
En un caluroso verano de los años 60´s, cuatro amigos de infancia, Michael Sullivan (Brad Renfro); Tommy Marcano (Jonathan Tucker); Lorenzo “shakes” Carcaterra (Joseph Perrino) y John Reilly (Geoffrey Widgor) pasaban sus días entre conversaciones superfluas propias de su niñez, sin mayor preocupación más que abrir el grifo de la calle para bajar la temperatura y jugando básquetbol con el sacerdote Bobby Carrillo (Robert De Niro) que alejado de una versión tradicional y arquetípica, camina con un cigarrillo en la mano y lejos del altar les dicta sermones de vida de calle entre dobles y triples; Este sacerdote es, sin quererlo y sin saberlo, quien terminará cambiándoles la vida.
Su diario no está exento de drama, sus vidas están marcadas por las agresiones intrafamiliares y la naturalización de la ley del más fuerte, por esto su amistad se convierte en un lazo profundo que funciona como un escudo invisible para sobrevivir, utilizando la alegría como estandarte y motor de lo que sería su simbiótica relación.
En la azotea de un edificio, el día que la temperatura alcanzó los 37 grados, nada servía de augurio para lo que se venía, pero la sofocante crónica que producía ese envolvente calor que podía expelerse de la pantalla como si el espectador hubiese estado ahí, hacía presentir que de alguna manera comenzaba el principio del fin. El plan de lo que sería una reiterada broma infantil más que conocida para el grupo, desencadena una serie de eventos desafortunados que terminaría con sus últimos atisbos de juventud.
El robo de un carro de comida, una escalera para entrar al subterráneo, la precaria suspensión de este en un tira y afloja caracterizado por todos los esfuerzos de los jóvenes por sostenerlo, sus cansadas manos infantiles que terminan cediendo ante su peso, gritos de transeúntes silenciados de horror y la muerte inminente de un tercero que termina arrebatándoles lo que hasta ese momento fueron sus vidas.
Juzgados a un año que no olvidarán es el que estos cuatro amigos tuvieron que pasar en el Hogar Wilkinson de Varones, una correccional juvenil. Es aquí donde conocemos a Sean Nokes (Kevin Bacon), de movimientos lentos y con una arrogancia propia de su jerarquía como guardia encargado del lugar, arrastra sus pies enunciando su presencia como si gozara con cada uno de los pasos que firme emite y, que junto a una confianza férrea de la impunidad que lo acompaña, camina tranquilo como si no tuviera conocimiento alguno de lo que ello provoca en los otros. Lo primero que vemos de él son sus zapatos, lo primero que escuchamos de él son sus silbidos, lo primero que los protagonistas conocen sobre él son sus intenciones, y con esto, esa sensación de miedo que se volvería a permanencia y que les enseñaría que ese sería solo el principio de un espiral de violencia donde ellos serían los protagonistas. En este instituto se desvanece la personalidad de quienes alguna vez fueron aquellos niños, la alegría se apaga en desencanto, las palabras se diluyen en escasos intentos de verbalizar el dolor, sus llantos y rezos se elevan como métodos de resistencia ante Nokes y el grupo de guardias que los visita cada noche en actos invisibles al ojo del quien no es parte de la correccional y que sumidos en la tragedia, la rabia y la impotencia producto de vejaciones, golpes y malos tratos logran derrumbar su inocencia a tal punto de prometerse nunca más hablar de lo que ahí pasó, consagrando su dolor en un pacto de silencio.
Al salir de la correccional, la vida los llevo a tomar diferentes destinos, pero años después, una casualidad les permitiría enfrentarse cara a cara con sus peores miedos, pero también, con su inesperada oportunidad de venganza.
Billy Crudup (Marcano adulto) y Ron Eldard (Reilly adulto) se han convertido en conocidos asesinos del sector, pero en ese día tan particular que volvería a marcar su historia, nada hacía imaginar que una ida al baño – que en una magistral cámara lenta que corta el aire en una suspensión infinita que invita al espectador a revivir toda su fragmentada niñez en difusos flashbacks- los traería de vuelta a ese lugar que siempre quisieron olvidar y los enfrentaría de golpe con los fantasmas de su pasado. Un desaliñado Sean Nokes (Bacon), el otrora jefe de seguridad y líder de los abusos en su contra, comería el que sería su último pastel de carne al encontrarse con dos de quienes fueron esos asustados y vulnerables niños, pero que, hoy, después de lo ocurrido, ya no lo son.
Sin saberlo, el juicio por el crimen de Nokes, termina siendo la perfecta excusa para redimir el daño que alguna vez les hicieron y con la noticia de muerte en manos de sus amigos, Brad Pitt (Sullivan adulto) y Jason Patric (Carranza Adulto) sin levantar sospecha alguna comienzan a remendar los hilos de ese roto tejido que alguna vez los unió. Desde aquí, todo será un ardid propulsado por la búsqueda de la sanación enmascarada de justicia.
“¿TODAVÍA DUERMES CON LA LUZ PRENDIDA?” Es la pregunta que el convertido en fiscal, Michael Sullivan (Pitt), le hace a su amigo de infancia, ahora periodista, “Shakes” Carranza (Patric) para desatar una sórdido plan que por objetivo tiene redimir a quienes alguna vez fueron cuatro inseparables niños atestados de cariño mutuo que ya crecidos, daban cuenta, en un oscuro pasaje de Nueva York, que a pesar de que hayan pasado uno a uno esos 365 días de cada uno de esos trece años que los separó, ese recuerdo seguía tan vivo en ellos que aunque vivían físicamente lo que pasó nunca les permitiría avanzar y estarían, incluso en el dolor, unidos de por vida.
Articulando cada una de las palabras desde sus diferentes roles y buscando alianzas en los más recónditos lugares e inesperados personajes se urde una estrategia que rescata el espíritu de esa colectividad propia de lo que fue su juventud en el barrio de Hell´s Kitchen, arriesgando su trabajo por ayudar a sus amigos y condenar, a toda costa, a los involucrados que les arrebataron su niñez. Así, los dos protagonistas con el fin de liberar a sus amigos, y con actuaciones que desbordan talento, comienzan a escribir la nueva historia de quienes son Los Hijos de La Calle.
Con la maravillosa actuación de Dustin Hoffman como el desprolijo y alcohólico abogado Danny Snyder defensor de Reilly y Marcano, empieza el juicio con Pitt a la cabeza de la acusación contra los imputados quienes atónitos dudan de sus verdaderas intenciones y que con la búsqueda, por parte de los protagonistas, de un testigo clave que pueda probar su desestimada inocencia, comienza a marcar el ritmo de lo que será un desenlace que entre tensiones insostenibles y muestras de resiliencia revelaría que esa infrangible amistad infantil renacería ante toda adversidad.
La película es una crítica al descarnado sistema penitenciario juvenil, una muestra de lo desgarrador que puede ser el impacto de un evento en la niñez y que incluso en el intento de reconstruir los pedazos rotos que pueden quedar en el ser humano, algunas circunstancias evitan nuevamente volver a ser un todo, pero que entre dolor e injusticia, el amor y el noble sentimiento de la amistad, termina funcionando como un pegamento que rescata sus vivencias permitiendo que entre todos sean uno más allá de sus fragmentos.