David Lynch es uno de los directores más enigmáticos del cine postmoderno. El cineasta estadounidense ha conseguido crear el arte experimental más rupturista y bizarro a la vez que ha ganado la atracción y simpatía del gran público, ecuación que le ha elevado a la categoría de cineasta de culto.
Lynch fusiona distintos géneros en sus obras, pero sin ánimo de simplificar la creación ni la mente de este gran maestro, detectamos dos grandes influencias en su producción: el surrealismo y el expresionismo alemán.
Gran parte de la inspiración surrealista viene de la concepción de la realidad de uno de los denominados “maestros del misterio”: Sigmund Freud. Con su análisis del pensamiento, que divide entre el consciente y el inconsciente, guió una serie de expresiones artísticas basadas en la verdad que se esconde. Uno de los principales precursores del surrealismo es André Bretón, reconocido poeta de principios del siglo XX.
La tradición surrealista en el séptimo arte, que se inicia con obras como “Un perro andaluz” de Buñuel (1929) o “La sangre de un poeta” (1932) de Cocteau, se introducirá en la manera de hacer cine de algunos grandes directores posteriores, entre los que encontramos a Alfred Hitchcock con “Recuerda”, de 1945, o Fellini en su obra “8½ (Otto e mezzo)” de 1963, entre otros.
Vemos una marcada influencia de esta corriente en el cine de Lynch, en el que siempre existe una línea difusa entre la realidad y la ficción. Los personajes se muestran en sus historias incómodos y extrañados ante lo que ocurre, y muchas veces pareciera que la acción transcurre en sus propias mentes.
El espectador no parece saber más que el propio protagonista de la historia; no cuenta con la verdad ni con el todo. El protagonista encarna la experiencia del que ve la película, y también su perplejidad: las películas de Lynch son una fiesta a la que no hemos sido invitados.
Así se podría describir la actitud de gran parte de los personajes principales en las películas de Lynch. Elige a actores como Bill Pauman, Kyle MacLachlan o Laura Dern, que consiguen transmitir vulnerabilidad y estado febril ante personajes que se mueven y hablan a su alrededor de manera robótica y planeada, como una orquesta mala. Como era de esperar en el surrealismo, en parte inspirado en el psicoanálisis, su obra es susceptible al análisis freudiano.
El impulso sexual, el deseo o la tentación son temas tratados en sus películas. Recordemos en Cabeza Borradora (1977) aquella trama llena de espermatozoides de los que emana líquido blanco, una mujer cantarina con mofletes que simulan ovarios, etc. También se reflejan dramas familiares por paternidades no deseadas en esta misma película, o en alguno de aquellos primeros cortos del director, como The Grandmother (1970).
Hablemos ahora de otra de las grandes influencias del director, la estética del expresionismo alemán. El aire viciado, agobiante y gris de Metrópolis de Fritz Lang en 1927 lo vemos cincuenta años más tarde en Cabeza Borradora. Pero las semejanzas van más allá de lo estético: existen incluso semejanzas narrativas, por ejemplo, entre la obra de Wiene “El gabinete del doctor Caligari” (1920) y la de “El hombre elefante” (1980). El científico que aliena a otro ser en pro de la ciencia. Aunque en este caso Lynch, aún guarda humanidad para el doctor.
Por otro lado, habría que fijarse en la estética lúgubre que presentan los personajes de René y el misterioso hombre que entra en la casa del protagonista en Lost Highway. Además de que ambos parecen estar maquillados de la misma manera (tez clara, ojos oscuros, labios morados…), el pelo de ambos evocan la apariencia de una vampiresa y del mismísimo Drácula. Recordemos el diálogo:
-“¿cómo ha entrado en mi casa?”.
-Tú me invitaste, no tengo por costumbre ir allí donde no me llaman”.
Destaca en este mismo largometraje la figura de la mujer fatal, influencia del neo-noir (por mencionar algunos ejemplos, René en Lost Highway o Rita en Mulholland Drive). Su doble cara, su hipnotismo y, por fín, la atracción que suscita y que lleva al desastre a el/la protagonista.
En general, uno de los puntos débiles del director podría residir, para un espectador más crítico, en la pobreza de la presentación de los personajes femeninos. Su más que recurrido “la rubia y la morena” puede resultar un tanto clásico para la modernidad y la complejidad del resto de los aspectos de su obra.
Descubrir a Lynch es una tarea complicada porque, utilizando la propia simbología del director, sus películas son una carretera para disfrutar del viaje e imaginar a dónde llega, o una cortina que esconde algo y el que mira intuye qué verá. A Lynch no se le descubre, él descubre al espectador, hasta donde su imaginación quiera llegar o llegue sin querer.
David Lynch trata las emociones y genera sensaciones, y con ello ha conseguido un amplio público de seguidores a la vez que numerosas críticas a su obra, pero jamás dejará indiferente.