Existe una película perdida en algún mar, en un cielo, en un agotador vuelo sin destino. Esta película se llama Holubice, La paloma blanca para los hispanohablantes y guarda en su interior la pura expresión de la bondad, que junto a otras ideas forman un poema visual que inició el camino experimental cinematográfico de los años sesenta en Checoslovaquia.
Se trata de una doble historia que entrelaza un chico de Praga y una población costera del Mar Báltico, íntimamente unida por el vuelo extraviado de una paloma. Argumentalmente simple, pero complejamente narrada desde un plano conceptual y alegórico, contiene imágenes tan excepcionales como una puerta que, al abrirse, da directamente al mar o un sol encerrado en una jaula, unida a un novedoso manejo de la técnica, donde el director de fotografía Jan Čuřík se aventura a hacer juegos de espejos y sombras, cambios drásticos de iluminación o rotaciones de la cámara, que más tarde se repetirán a lo largo de toda la filmografía de František Vláčil, al que hoy rendimos homenaje.
Holubice es una profunda búsqueda de la hermandad humana y demuestra cómo las personas tenemos la capacidad de generar felicidad en el prójimo, y puede convertir un hecho fatídico en la renovación de uno mismo. Esta idea, mediante la retroalimentación de los personajes, reside en ambas historias, en la de un chico inválido y vengativo llamado Michal que aprende a amar la vida gracias a un artista de pocas palabras, que lo ayuda por medio del ejemplo y no de la lección, consiguiendo a su vez inspiración para sus obras, o en Susanne, una adolescente sumida en una triste y profunda soledad, irreversible a pesar de los intentos de un joven que la ama y cuida tiernamente, y que finalmente acaban por regocijarla, exponiendo los grandes valores que residen en la amistad y el amor, todo envuelto en un ecosistema de contrastes, símbolos y abstracciones que forman un poema conceptual insólito y digno de experimentar.
Para entender esta película más a fondo, cabe mencionar que es la resolución formal y temática de otra, aún más escondida, probablemente tanto como algo escondido en el corazón de un niño. Sklenená oblaka, traducida al español como Nubes de cristal, es la génesis de Holubice. Fue dirigida por František Vláčil en 1957 y nos evidencia el carácter extraordinario de un artista que ha navegado siempre a contracorriente, pues en esta época se encontraba haciendo pequeños documentales propagandísticos para el ejército checoslovaco, de los cuales consiguió hacer uno de alto contenido poético, cultivando una idea, una idea que también reside en bombarderos y cazas, pero que se convierte en su despedida del mundo institucional y su debut como creador de películas. ¿La idea? Volar.
El cortometraje retrata la historia de un niño que sueña con volar, cuyo padre falleció en un accidente aéreo. František Vláčil juega técnicamente con escenas que rompen la realidad, como tirar una pelota sobre el cielo reflejado en la superficie de un estanque o un rostro que se deforma mientras contempla cómo la lluvia se precipita por el cristal. Se trata de una historia sencilla que retrata la tristeza desde la fuerza, la valentía y la inocencia. Una película de imágenes experimentales colmada de simbolismo y totalmente alejada del realismo de sus anteriores documentales, que pasaron a un segundo plano, consumando el deseo de dedicar su cine a la poesía, a las sensaciones y a romper las leyes gravitacionales.
Estas dos cintas son las más experimentales del director y componen el preludio de la Nueva Ola Checoslovaca. A partir de esto, František Vláčil, como padre de esta corriente de esplendor artístico, ensancha su imaginario y crea algunas de sus obras más importantes, como Marketa Lazarová, El valle de las abejas o Adelheid, donde no hay solamente poesía, inocencia y palomas blancas, pues abre un camino hacia las águilas, la violencia, la ambición o la crueldad y a otras emociones más profundas y maduras que formarán parte de un contexto mayor, los temas recurrentes de los grandes directores de su época como la disputa filosófica entre lo pagano y lo cristiano, la existencia de Dios, el amor o la muerte, propias de directores como Bergman, Dreyer o Tarkovski. Esta evolución es una estación más en la hoja de ruta de la filmografía de František Vláčil, que en su conjunto supone un universo onírico de experimentación y sobre todo, de poesía, que hacen de su cine algo universal, un conjunto escondido de retratos genuinos realizados con gran delicadeza.