Bebiendo del western y las historias de samurais, el universo de Star Wars se expande en uno de los formatos más apropiados para recuperar el sabor perdido: un live action con todos los elementos que supieron hacer mágica a la saga de George Lucas.
“Iremos a donde nadie ha llegado jamás” rezaba el otro exponente universal de la ciencia ficción y es que Star Wars, en algunas ocasiones, ha sabido llegar a donde nunca llegó antes. Hay una especie de valentía que aborda a la saga cuando se trata de formatos ajenos al cine, ya sea una serie de animación como Clone Wars o Rebels, un videojuego como Knights Of The Old Republic o Jedi Knight, o en este caso, inaugurando un nuevo kiosco para la saga: una serie live action. Y esta valentía se traduce en adaptar de forma novedosa el ya trillado acto de los jedis, estos monjes mágicos del espacio, dándoles una nueva dirección o como es el caso de The Mandalorian, dejándolos en un segundo plano para contar una historia diferente.
La historia de The Mandalorian podría ser la historia de un western, o tal vez, la de un samurái como Lone Wolf And Cub (1970 por Kazuo Koike y Goseki Kojima), la travesía de un guerrero solitario que arriesga su vida por un propósito más alto tras la aparición de un niño. Mando, el cazarrecompensas que protagoniza la historia, es mucho más que un knock-off de Boba Fett, aquel mítico personaje que, a pesar de su corta aparición en las películas, se hizo su lugar en la historia. El protagonista de The Mandalorian es un bounty hunter que tras no poder completar un trabajo, la muerte de un infante muy importante para los planes del imperio, decide escapar con el niño, con un ejército y un montón de asesinos tras su huella.
Mando es miembro del Mandalore, una casta de guerreros que en el pasado del universo de Star Wars supo poner en jaque a la orden Jedi y que el imperio exterminó en su constante expansión por la galaxia. Ahora, los mandalorianos viven en las sombras, regidos por un código de conducta estricto (que les impide mostrar su rostro a cualquier otro ser vivo) y trabajando para el mejor postor, no por créditos sino por trozos de Beskar, el metal con el que forjan sus armaduras. Acostumbrado a vivir en los márgenes de la sociedad y desconfiar de todos, ahora Mando vuelve a estar en la mira, no solo del imperio, sino de su propio sindicato de cazarrecompensas, mientras huye con este bebé tan especial, haciendo aliados en lugares inesperados y descubriendo su verdadera vocación en el mundo.
The Mandalorian es una serie de ciencia ficción, sí, pero también es una ficción de posguerra. La atmósfera enrarecida, de paz armada, de un universo tratando de adaptarse al fin de una era terrible y a los cambios que llegan con la democracia, está muy bien lograda. Hay una sensación de derrota durante toda la serie, de confusión, la tecnología gastada y la chatarra, los personajes que sirvieron a uno u otro bando, nos llevan a una historia donde la base es adaptarse o morir.
Los personajes están muy bien logrados. Mando no es el típico antihéroe, un Logan o un Han Solo, irreverentes y maleducados, creados para ser un constante bombardeo de momentos cool. Mando, es dulce en sus silencios, es amable, es desconfiado en su justa medida y reconoce un aliado cuando aparece. Su forma de actuar es coherente con sus orígenes y evoluciona de forma natural a lo largo de la trama. Es feroz e implacable, si, pero no es bidimensional. Y la voz de Pedro Pascal (Game Of Thrones, Narcos) le da una humanidad al personaje, más allá del frío casco de metal Beskar que recubre su rostro. En una época donde las películas de Star Wars hacen malabares con sus personajes, es admirable ver cómo este universo recibe a personajes como Cara Dunne, la soldado de choque rebelde, un personaje imponente y aguerrido e IG-11, uno de los mejores androides que nos ha dado la saga, heredero de la figura del IG-88 de la trilogía original. Cada personaje que aparece, por poco tiempo de metraje, tiene su marca característica y aporta al desarrollo de la historia y además, da unas pinceladas muy necesarias al universo expandido, cuya atmósfera no terminó de ser bien definida por las películas de Abrams. Es tal vez, el formato serie, lo que mejor pueda hacerle al futuro de Star Wars, aportando solidez a un universo que parecía un esqueleto frágil que se sostenía a base de nostalgia.
Y es el tema de la nostalgia otro tópico que ha sido bastardeado por las nuevas sagas. Acá no hay fan service, y si existe, es genuino, no es arrojado por la cara al espectador esperando que la nostalgia sostenga una trama pobre. Los elementos que suscitan el recuerdo, adhieren al show, enriquecen a los personajes y vuelven efectiva esta sensación fallida en la nueva trilogía de que los personajes son parte de algo más grande, de un universo que ya ha visto mucha historia. Y lo hace con elementos secundarios, porque no es que aparece Darth Vader de la nada y uno queda, entendiblemente, boquiabierto. Acá vuelven legendarios la aparición de un vehículo de guerra o una nave, de una raza particular, de un concepto. The Mandalorian hace que el concepto de “La Fuerza” vuelva a ser misterioso y fantástico, vuelve a dotar de magia esta historia que a pesar de que maduró en muchos sentidos cómo su público y es capaz de una seriedad al nivel de “Rogue One”, no deja de ser una historia para chicos.
En su apartado visual es soberbia y esto teniendo en cuenta que fue una serie mucho menos costosa que todos los productos post Infinity War que tiene preparados Disney, lo cual es una prueba también del buen gusto y la inteligencia que hay detrás de la serie. A pesar de que las locaciones por momentos parecen repetitivas, es el uso de los espacios lo que brinda a Mandalorian su efectividad. Ya sea en una prisión espacial o en medio del desierto de Tatooine, cada atmósfera acompaña fielmente a su historia y las escenas de acción, las (pocas) batallas espaciales y los efectos tanto digitales como prácticos están en el orden de lo mejor que dio la serie.
Además de muy buenas actuaciones, sorpresas del tipo Werner Herzog haciendo de un oficial imperial (Si, ESE, Werner Herzog) el clima de hermético del western y los tonos de guerrero solitario de las historias de ronins dotan a The Mandalorian de una voz propia y una historia que manejada con la misma pericia que su primera temporada, pueden hacer crecer la serie mucho más.
Ocho capítulos que duran el tiempo suficiente para pavimentar un nuevo camino en una saga que necesita fuertemente recuperar la magia perdida y la promesa de más aventuras para uno de los personajes más interesantes que nos ha dado la obra de George Lucas nos dan la pauta de que, como dice el credo de los Mandalorianos, definitivamente, este es el camino.