Si nos remontamos al 13 de enero del año 2006, en los anales de la historia criminal argentina, se encuentra marcado a fuego aquel suceso que se tituló como “El robo del siglo”, acto delictivo perpetrado por cinco individuos que pasaron por alto el lema de que “el crimen siempre paga”, transformándose en una especie de ídolos carismáticos que hasta el día de la fecha siguen dando de qué hablar.
El cineasta encargado de llevar a la pantalla grande el robo al Banco Río de Acasusso fue Ariel Winograd, quien en su haber profesional cuenta con un variopinto de largometrajes de marcada tendencia humorística, no siendo su última obra precisamente la excepción a la regla; siempre sosteniendo un criterio narrativo que oscila entre lo bizarro de la planificación y posterior concreción del proyecto en manos de personajes que cuentan con ciertas particularidades sardónicas, como asimismo intuye con sutileza el tratamiento de los vínculos intrafamiliares y la influencia de los mismos en una posible redención personal.
Fernando Araujo (aquel que en la vida real se erige como ideólogo y líder del grupo asaltante) estuvo a cargo de co-guionar el film de Winograd y su personaje es interpretado por el siempre atinado Diego Peretti, quien colaboró en ocasiones anteriores con el director en películas tales como “Sin hijos” (2015) y “Mamá se fue de viaje” (2017).
Pero la elección de la figura carismática y relevante por excelencia recayó sobre Guillermo Francella, quien personifica a Luis Mario Vitette Sellanes, el famoso “hombre del traje gris”, el encargado de actuar como mediador y distracción principal frente al grupo Halcón, mientras sus compañeros vaciaban las cajas de seguridad del banco y escapaban por un túnel construido especialmente para la ocasión. Vitette Sellanes tomó clases de actuación y estudió en profundidad libros que trataban el tema de la toma de rehenes, con la finalidad primordial de generar falsas expectativas sobre el corpus policial que rodearía la manzana llegado el momento del robo.
El despliegue discursivo y actoral de Vitette no pierde vigencia, continúa siendo uno de los hechos más destacables y anodinos del atraco. Las fuerzas de seguridad fueron burladas en su totalidad, dejando en evidencia un sistema corrompido desde sus cimientos y con muchas grietas internas producto de la coetánea masacre de Ramallo cometida en el año 1999. La policía tenía la orden de no disparar una sola bala dados los antecedentes trágicos de la última gran toma de rehenes, el grupo de Sellanes era conocedor de tal suceso y desplegaron una serie de artimañas metódicamente proyectadas y consensuadas, que trazó lo que podría haber sido “el robo perfecto”.
La película intenta desenmarañar-con claras licencias cinematográficas- aquella especie de epifanía que da origen al propósito primigenio de asaltar el Banco Río, como asimismo logra fugazmente ahondar en la personalidad de aquellos que pusieron cuerpo y alma para concretar esta ambiciosa hazaña delictiva. La química entre sus protagonistas (Peretti y Francella) es innegable, pareciera que la misma actúa como causal y habilitante de todo el misticismo que transformó en leyenda a sus verdaderos artífices.
Lo rocambolesco del Araujo interpretado por Peretti roza lo inverosímil en momentos determinados, pero asimismo en éste reposa gran parte del peso satírico de la historia que logra enmarcarlo dentro de la imagen de “tipo común”, artista, de familia acomodada que se dispone de manera soñadora e impertérrita “asaltar un banco” como parte de una aventura más. En la vereda opuesta lo tenemos a Vitette, ladrón declarado y con los recursos económicos suficientes para concretar tal deseo.
Acá nuevamente se nos presenta la figura de un Francella más mesurado respecto a sus inicios, nos acercamos a la presencia de un profesional que supo depurar sus aptitudes actorales, y que a partir de la oscarizada “El secreto de sus ojos” (2009) comenzó a formar parte de ese “panteón” de actores celebrados por la crítica y el público.
El papel de Vitette Sellanes es lo mejor resuelto al interior de la película. Destaca la frescura con que atiende la audaz-y también volada- planificación del evento por parte de un personaje como Araujo, que no sólo peca de idealismo sino que también nunca logra elucubrar demasiadas nociones en estado de sobriedad. Será el peso del carácter de Sellanes aquel que sobresale como influencia más bien equilibrada al interior de un grupo que busca desesperadamente concretar la hazaña más quijotesca de toda su vida.
Pero la película no se encarga de retratar únicamente el desempeño delictivo de sus protagonistas, sino que ahonda en sus aspectos más intimistas o personales. La relación de Vitette con su única hija llega a ser motivo de emoción en más de una escena (sobre todo llegando hacia el final). Esta química insondable puede darse por el hecho de que estamos hablando de padre e hija en la vida real, dado que el personaje de la hija de Vitette fue interpretado por la debutante Johanna Francella.
Este grupo de caraduras, delincuentes, “buscavidas”, lograron transformarse en leyendas indiscutibles al interior de la historia argentina, como asimismo a nivel internacional, llegando a posicionarse como el cuarto robo más importante del mundo. Se estima que entre 143 y 149 cajas de seguridad fueron vaciadas y si bien la suma específica del total del botín se desconoce, las cifras oscilaron entre los 15 y 25 millones de dólares y más de 20 kilos en joyas.
En la toma de rehenes del banco no se disparó una sola arma, ningunas de las víctimas fueron violentadas (testigos confirmaron tales teorías, inclusive se especuló acerca de cierto “carisma” y “generosidad” por parte de los captores) y el cartel que dejaron adentro de la bóveda, no hacía más que reconfirmar el carácter bohemio de sus integrantes: “Sin armas ni rencores, es sólo plata y no amores”.
Un grupo de cinco hombres (se especula que al menos estuvieron involucrados dos individuos más nunca identificados) asaltaron con armas de juguete un Banco, burlaron a la fuerza de seguridad presente y construyeron el famoso “boquete” por el cual lograron escapar con una pequeña porción de impunidad. Pequeña porque todos estuvieron encarcelados, pero en la actualidad ninguno se encuentra tras las rejas. Pudieron rehacer sus vidas, intentando olvidar ese pasado que hoy en día nada los enorgullece, pero que sin embargo dio rienda suelta a una fantasía- y en cierto punto morbo-social de ponderar como héroes sin capas ni espadas a personajes fraudulentos.
Quizás habría que replantearnos como sociedad qué tipos de héroes son los que construimos, a quiénes se venera sin importar sus acciones, y sobre todas las cosas sin medir las consecuencias de que estamos frente a un hecho que podría haber acabado en tragedia pero que sin embargo no resultó-afortunadamente-como tal.
Lo tragicómico de la historia de nuestro país puede resultar inentendible para otros criterios transnacionales, pero cierto es que-en el caso de esta película en particular- la chispa de lo argento vuela por los aires y la carcajada limpia convive con el espectador a flor de piel, no por eso sin invitarnos a cierta reflexión bastante lavada acerca del crimen y sus resultados ulteriores. Porque es importante no perder de vista el hecho de que estamos frente a un hecho verídico pero llevado al ámbito de la ficción, donde todo artista detrás de escena, cuenta con ciertos guiños y licencias para transformar lo terrible de un suceso en algo más pasatista y armonioso o no.
Winograd logró tal peripecia, “El robo del siglo” se erige como película correcta, simpática y llevadera, que no deja de lado la irónica luminosidad del legado verídico y que asimismo construye desde el binomio de ficción-realidad, la travesía de un grupo de tipos en apariencia “comunes” que lograron perpetrar el atraco con mayor repercusión de la historia argentina.