La tercera parte de este spin-off de El conjuro se nutre de toda la mitología construida desde el estreno de la primera película de la saga. Con sus tradicionales jumpscares como sello distintivo, la película sirve más como introducción de una gran cantidad de espíritus que para conocer más de la historia de esta endemoniada muñeca
Desde su nacimiento, El conjuro ha ido ganando prestigio con el paso del tiempo, convirtiéndose en una de las franquicias de terror capaz de lanzar esperados títulos. Ya no importa si se trata de una secuela sobre algún personaje conocido, o una simple historia basada en el expediente Warren, los que gustan de este tipo de producciones van detrás de cada estreno para divertirse un rato.
La maldición de La Llorona pasó sin levantar demasiado vuelo, y de La Monja quedó el récord de taquilla. En cuanto a las historias, el sabor no era del todo agradable, por lo que una nueva película sobre Annabelle era más que interesante; sobre todo teniendo en cuenta la premisa: la maldición iba a recaer sobre todos los objetos encerrados en ese tétrico cuarto de los Warren, apoderándose de todos ellos y abriéndole el paso a un sinfín de espíritus.
De entrada, vemos a los Warren rescatando a la -a esta altura- famosa muñeca y llevándola hasta la vitrina en la que la vimos varias veces, donde nos advierten que de ninguna forma la abramos. Claro está, que será este el principal error de las protagonistas Judy Warren (Mckenna Grace), Mary Ellen (Madison Iseman) y Daniela (Katie Sarife), a quienes por momentos se les suma Bob (Michael Cimino). En el disparador es donde radica el punto más interesante de la historia, junto con la premisa de que la nueva experta en demonios sea la propia hija de los Warren, educada entre recortes de diarios que acusan a sus padres de locos y toda la parafernalia exorcista.
A partir del momento en el que Annabelle es liberada, es donde comienza la acción, en una historia a la que le sobran espíritus y le faltan sustos. No porque los fantasmas que aparezcan no sean interesantes (de hecho, cada uno de ellos podría tener su propio spin-off), sino porque es una cinta que no sorprende al fanático de la saga, que a esta altura, con seis películas encima, ya conoce la estructura de los jumpscares.
De todas formas, no quiere decir que no haya dignidad en este nuevo film de El conjuro. Subrayando el hilo narrativo en el que se apoyan los sustos, a las que se suma el rol de Judy Warren poniendo a prueba todo lo que aprendió en esa casa, los 100 minutos pueden disfrutarse. Es decir, sin ser la mejor de las producciones del expediente Warren, a Annabelle 3 no le queda grande la franquicia. Ni hablar si pensamos en todos los nuevos demonios que bien podríamos ver en alguna producción a futuro.