El 24 de junio de 1994 arribaba en los Estados Unidos uno de los clásicos más entrañables de Disney: El Rey León. Julio es el mes elegido para estrenar la versión live-action de la misma, 25 años después del lanzamiento de la película original.
Dirigida por Rob Minkoff y Roger Allers, formó parte de lo que se conoció como “El renacimiento de Disney”, aquel período que comenzó con el estreno de La Sirenita en 1989 y culmina con Tarzán en 1999. Este renacer consistió precisamente en propulsar las películas de Disney a una nueva era que lograra restaurar el interés del público y de la crítica en los largometrajes producidos bajo su seno.
Pride Lands es un reino ficticio que se encuentra inmerso en el vasto territorio de la sabana africana. Esta tierra está regida por la figura de un sabio y benevolente león llamado Mufasa (James Earl Jones). Su familia está constituida por su hijo Simba (Jonathan Taylor Thomas) que es un cachorro producto de su amor junto a Sarabi (Madge Sinclair). Por otro lado tenemos a su hermano Scar (Jeremy Irons).
El estrecho vínculo paterno-filial es uno de los temas principales y mejor abordados al interior de la película. Simba admira y siente profunda devoción por la figura de Mufasa, éste asimismo imparte todo tipo de enseñanzas vitales para que el pequeño se transforme en un rey justo y amado por sus súbditos.
Al comienzo de la misma observamos la procesión de un grupo de animales salvajes hacia la ‘Roca del Rey´ para darle la bienvenida al recién nacido Simba. Al compás del ‘Ciclo sin fin’-una de las canciones más populares y fabulosas del largometraje- todos los habitantes del reino celebran la inminente llegada del heredero al trono. Tim Rice y Elton John fueron los letristas de la banda sonora de la película y Hans Zimmer fue el encargado de la musicalización. El compositor sudafricano Lebo M. colaboró en algunos arreglos corales.
Es necesario resaltar el acto simbólico al que tal caravana de personajes acude de manera presencial: el bautismo. De origen cristiano, es aquel que da la bienvenida a un recién nacido siendo sinónimo de purificación y rito inicial de la nueva vida. El encargado de orquestar tal proceso es Rafiki (Robert Guillaume), un mandril que actúa como chamán de estas tierras. Simba es ungido en la frente y elevado hacia la multitud, dando comienzo a una nueva era como legítimo descendiente de su linaje.
En una clara elipsis que da cuenta del paso del tiempo, un joven e inocente Simba despierta eufóricamente a su padre, quien concede lecciones acerca de la vastedad de sus territorios, como asimismo de aquellas zonas prohibidas: “Mira Simba, todo lo que toca la luz es nuestro reino. El tiempo de un soberano asciende y desciende como el sol. Algún día Simba, el sol se pondrá en mi reinado y saldrá contigo siendo el nuevo rey” (…) Todo lo que ves coexiste en un delicado equilibrio”. Aquel lugar donde no alcanza la luz del sol, no forma parte de su reinado y nunca deberá verse tentado a explorarlo.
En la mentalidad de un curioso cachorro, la parte oscura del reino queda atesorada en su memoria y luego de un encuentro con su tío Scar, esta ansiedad por descubrir nuevos espacios se dispara al ser revelado su contenido: se trataba nada más y nada menos que de un cementerio de elefantes.
Un elemento no menor es la introducción del villano de la película, Scar, un león con una cicatriz en el rostro y visiblemente inferior en condiciones físicas pero no intelectuales en relación a su hermano Mufasa. Cuando éste luego del bautismo de su hijo lo increpa molesto dada su ausencia durante la ceremonia, Scar habla desinteresadamente del suceso y muestra una sagacidad mental y malicia que lo acompañarán el resto del metraje: “En la inteligencia yo tengo la parte del león, pero en cuanto a la fuerza bruta, creo que no recibí buena herencia hermano”.
La maldad y la bondad como valores universales se componen en la caracterización de tales personajes. Un león de pelaje oscuro, estructura mediana, con una cicatriz particular de la que desconocemos su causal y que da origen a su nombre, junto con una melena negra poco voluminosa y su mirada abrasadora nos ayudan a percibirlo como personaje manipulador con intenciones inescrupulosas.
Mufasa en cambio en su complexión es sinónimo de fortaleza. La robustez de su cuerpo visiblemente cálido (oscilando entre amarillento y anaranjado), junto a la voluptuosidad de su melena castaña y la mirada generosa, dan cuenta que estamos en presencia de un personaje bondadoso y de mucha fuerza física. Luces y sombras, siempre presentes en la filmografía de Disney como elementos binarios que actúan en perfecta concordancia y absoluta simbiosis conceptual. Mientras uno da cuenta de su imbricada y oscura personalidad, el otro dentro de toda su lumínica y llamativa corpulencia habla de fortaleza y generosidad.
Retomando la temática de las sombras volvemos sobre el cementerio de elefantes, lugar habitado por figuras siniestras y carroñeras como las hienas, aquellas subestimadas por Scar dada su falta natural de inteligencia, pero que resultan absolutamente funcionales a sus ambiciones personales. Entran en juego entonces tres seres que oscilan entre la maldad, la comicidad y lo patético: Shenzi (Whoopi Goldberg) hembra líder del grupo, Banzai (Cheech Marin) macho impulsivo poco sagaz y Ed (Jim Cummings) macho mudo que lo único que hace es reír o agitar la cabeza.
Las tres hienas intentan sin éxito acabar con la vida de Simba y su compañera de aventuras Nala (Niketa Calame), pero avisado por el mayordomo real Zazú (Rowan Atkinson), Mufasa entra en acción y disipa el peligro del inminente ataque. Nala y Zazú vuelven a la roca del rey, mientras Simba y su padre mantienen una intensa charla donde el mayor se muestra visiblemente contrariado por la actitud rebelde del pequeño. Le reprocha poner en peligro su vida y la de sus compañeros, como asimismo le habla de sus miedos personales: él siendo el rey de la selva quien en apariencia a nada parece temerle, sintió estupor al pensar en el riesgo que corría la vida de su propio hijo.
Esta amorosa charla no hace más que reforzar el carácter intimista de tal vínculo, donde observamos la figura de un padre omnipresente que busca incasablemente aportar claridad y madurez a la vida de su vástago. Mufasa desea fervientemente que Simba se transforme en un rey no solamente poderoso sino benevolente, que actúe con sabiduría y prudencia, aquel que imparta justicia sin excesos y entienda el ciclo de la vida en su justo y necesario equilibrio.
En esta conversación se hablan de cuestiones referentes al legado, de aquellos ‘grandes reyes del pasado’ que precedieron la existencia de ambos y que los guían desde la inmensidad del universo. Le pide que cuando se sienta solo mire hacia las estrellas porque ellos siempre estarán para guiarlo, como también lo estará él.
Como contraposición de esta mágica y conmovedora escena, lo tenemos al villano Scar, indignado por incompetencia de sus aliados para concretar el asesinato de Simba. He aquí otro punto más que interesante en la construcción de este maquiavélico personaje: cuando canta la canción “¡Listos ya!” al compás de una marcha militar constituida únicamente por hienas, vemos su posicionamiento desde la altura de una roca y observando a esa masa ignorante que se doblega frente a su codicia.
La letra de la canción logra patentar cuánto subestima Scar a estos animales, aunque considera esta sociedad como un mal necesario dado que precisa de la fuerza de las hienas como manada si quiere concretar su anhelado propósito: “Hienas, vulgares e infames, carentes de toda virtud, pero guiadas por mi talento e ingenio, mi reino llegará a su plenitud. Yo sé que no tienen cerebro, tiene más un infame animal, más tienen que hacer un esfuerzo, me escuchan o puede irles mal”.
Indagando un poco más hondo, podemos establecer una clara relación en el ordenamiento visual de esta escena, con sus sombras y paletas desaturadas de colores (verdes y rojos) que dan cuenta de un acercamiento histórico que ya hemos visto en el pasado, ya sea a través de videos o imágenes o en la oralidad de testimonios: el ascenso de los totalitarismos.
No es casual que en una película de Disney se solape una crítica hacia este tipo de gobiernos autoritarios, que han dejado un amargo legado en la historia de la humanidad y cuyas consecuencias sociales fueron nefastas. El más cercano y mejor ejemplo de ello sería el Nazismo. Scar mucho tiene en común con su líder, aquel personaje real y siniestro, que manipuló exitosamente a las masas en pos de una doctrina que actuaba a favor del exterminio.
Quizás resulte demasiado osada tal aseveración, pero no podemos perder de vista los mensajes subliminares que asoman en una película en apariencia infantil, que hoy en día no pierde fuerza ni actualidad dada la complejidad de ciertos ejes temáticos y contenidos. La construcción de un villano como Scar es algo rico no solamente en imágenes sino también en su fuerza discursiva y coherencia narrativa. Al fin y al cabo, Scar es un soberano enfermo de poder, que se rodea de ingenuos y poco sagaces aliados, cuya soberbia y falta de visión política lo conducen a un estrepitoso fracaso. Disney nuevamente regalándonos un fuerte mensaje político.
Toda esta ambición desmedida lo conduce a planificar la muerte de su hermano y rey de Pride Lands: Mufasa. Con una excusa burda, utiliza como señuelo al pequeño Simba en el medio de una estampida, logrando exitosamente que su padre arriesgue la vida para poder salvarlo. Estando Simba fuera de peligro, Mufasa intenta salvarse buscando la ayuda de su hermano, pero éste lo empuja violentamente hacia su muerte no sin antes proclamar una frase que sintetiza su total falta de escrúpulos: “¡Que viva el rey!”
Está claro que los guionistas de esta película (Irene Mecchi, Jonathan Roberts y Linda Woolverton) se basaron libremente en la obra Hamlet de William Shakespeare, las similitudes entre ambas resultan obvias, pero creemos que el recurso de lo audiovisual esparce los sentidos a lugares recónditos e infinitos y todos aquellos sentimientos generados por la imagen de un Mufasa caído y sin signos vitales fue algo disruptivo y legendario en la historia del cine.
¿Cómo es posible que la muerte de Mufasa siga resultándonos conmovedora? Sin lugar a dudas venció el paso del tiempo, las brechas generacionales y quedó grabada en las retinas de todos los espectadores. La sensación que profesamos frente a semejante destreza visual es algo que invade nuestro sentimentalismo y cala muy hondo dentro de nuestro ser.
Cierto también es que no se trata de la primera película donde alguno de los protagonistas termina siendo asesinado o muere en condiciones trágicas, pero el recurso original se activa al momento de indagar en la previa y posterior riqueza anímica de este estimado personaje, aquel donde su arco narrativo se cierra con lo épico de su muerte. Un héroe de tales atributos, amado por su familia y por sus súbditos, tiene una muerte grandiosa que se encuentra a la altura de su carácter. Mufasa vivió como héroe y murió como tal, dando su vida por una causa noble y justa.
Mucho de los entramados de esta historia “infantil” están atravesados por la influencia de la tragedia griega y de la Biblia. En más de una oportunidad se compara el exilio fortuito de Simba con José, hijo de Jacob, quien fue vendido como esclavo por sus propios hermanos o también podemos encontrar similitudes con el Éxodo de Moisés al desierto y su conflicto identitario al ser criado como Egipcio para luego descubrir su origen hebreo.
Independientemente de cuáles sean las fuentes bibliográficas en las que los guionistas del Rey León se basaron para construir su historia, insistimos sobre lo poderoso de las imágenes acompañadas de su respectiva musicalización. La secuencia donde Mufasa cae y luego Simba corre a refugiarse bajo la corpulencia de su padre a fines de poder “despertarlo”, resulta abrumadora e implacable al hablarnos de la muerte y la continuidad de la vida.
Aquel personaje de fuerza y condiciones en apariencia extraordinarias, cae muerto como producto de una emboscada. Pero su legado todavía está vivo en la figura del asustado y jovial Simba, quien huye hacia un exilio forzoso, colapsado por el trauma de la muerte de su padre y mentor, desbordado por sentimientos erróneos de culpabilidad.
Pero frente a tanta adversidad, siempre existe un halo de esperanza. Simba es rescatado en el medio del desierto y crece acompañado de nuevos tutores y amigos: la suricata Timón (Nathan Lane) y el jabalí Pumba (Ernie Sabella). La comicidad de tales personajes y su despreocupación respecto a la vida misma, nos regalan el himno más conocido de la película: “Hakuna Matata”.Esta expresión tiene un origen swahili o suajili, que es una lengua que se habla en África y significa ‘no hay problema’.
Aplicada a la filosofía de vida que llevaban estos simpáticos personajes, tal frase se acopla perfectamente a ese contexto: “sin preocuparse es como hay que vivir, a vivir así yo aquí aprendí”. Timón y Pumba viven en un oasis dentro de la sabana africana, donde logran dejar atrás su pasado y no cuentan con ningún tipo de remordimientos o inconvenientes existenciales. Simba llega a este paraíso con el objetivo de olvidar quién es y de dónde viene. La relación que establece con sus nuevas amistades lo ayuda a cargar con el trauma y observamos su posterior paso hacia la adultez al ritmo de Hakuna Matata.
Un Simba adulto (Matthew Broderick) y en apariencia feliz con su decisión de exiliarse, disfrutando de las mieles del paraíso que lo vio crecer, es abordado por una efusiva leona cazadora a quien reconoce como su amiga de la infancia Nala (Moira Kelly). Este encuentro resulta ser crucial para el cambio de nuestro protagonista: se entera que Scar gobierna sus tierras y que gracias a la ayuda de las hienas condujo a su reino a una situación de miseria y hambruna inéditas. Simba se rehúsa a regresar aludiendo a que cometió algo terrible, después de tener un momento de cercanía amorosa junto a su crecida amiga, ésta lo increpa instigándolo a volver para ocupar su sitio.
En un momento de extrema lucha consigo mismo aparece el chamán Rafiki para otorgarle mayor claridad para el futuro. Lo invita a buscar adentro suyo, en aquellos recuerdos reprimidos acerca de su vida pasada junto a su padre y las enseñanzas que éste le impartió con el objetivo de que ocupe su lugar dentro del ciclo de la vida.
En esta exploración introspectiva, surge la figura de Mufasa como una especie de visión o de deidad que se comunica desde un espacio celestial con su desorientado hijo. Esta escena mantiene un paralelismo con otro momento puntual durante el desarrollo previo de la película, aquel donde este vínculo paterno-filial alcanzaba su clímax emocional al dialogar acerca de los ‘grandes reyes del pasado’ y el equilibrio de todas las especies al interior de la propia naturaleza.
Mufasa le reprocha a Simba que su crisis de identidad está ligada al hecho de olvidarlo y de intentar reprimir sistemáticamente su verdadero origen y su responsabilidad frente a eso. Al fin y al cabo, nadie sale ileso de esta vida, lo importante es ser conscientes de nuestro pasado y poder abordarlo de cara al futuro.
Los recuerdos dolorosos que atesoramos en nuestra memoria forman parte de estas micro-historias que hacen a nuestro carácter, pero no pueden resultar condicionantes de nuestra verdadera esencia. Necesitamos sortear esas dificultades, aprender sabiamente a convivir con ellas y seguir adelante. De eso se trata el mensaje de su padre y de Rafiki: “Oh el cambio es bueno (…) Oh sí, el pasado puede doler, pero según lo veo, puedes o huir de él o aprender”.
Algo a destacar es la puesta en valor de la amistad como fortaleza. Simba nació para ser un líder, pero no hubiera podido lograrlo sin la ayuda de sus queridos amigos. Cuando observa la devastación de sus tierras, aparecen detrás de él Nala, Timón y Pumba, para recordarle que ellos son parte del sostén de su existencia y lo acompañarán hasta las últimas consecuencias. El príncipe no está solo, el amor de aquellos que lo preceden y también el de quienes lo acompañan en el presente, resultan ser el motor fundamental de sus decisiones.
Simba corre sin detenerse, el tiempo ahora es de vital importancia para recuperar el trono y salvar lo que queda de territorio. Se enfrenta a la figura del cobarde Scar, quien lo acusa de asesinato, obligándolo a volver sobre sus pasos. Al estar a punto de caer al abismo, su tío le comenta que él fue el responsable de la muerte de Mufasa, desatando la ira incontrolable de Simba y obligándolo a repelerse.
Como acto redentor (y dando cuenta de la entereza moral adquirida) decide perdonarle la vida a Scar y lo obliga a exiliarse. Despechado y en un acto final de arrojo, intenta nuevamente asesinar a su sobrino no sin antes objetar que la culpa de todos los males la tienen las hienas. Simba se defiende y Scar cae frente a la mirada recelosa de sus secuaces. Aquellos que él tanto se encargó de minimizar, se vuelven contra su propio líder y acaban con su vida.
Simba sube a la roca del rey y se proclama como heredero genuino de Pride Lands, las leonas cazadoras lo acompañan junto a Timón, Pumba, Rafiki y Zazú. Esto además le otorga cierto sentido o visión democrática del poder: un rey al que su pueblo respeta y elige, en contraposición del villano Scar que impone su mandato a través del derramamiento de sangre y despotismo.
Nos encontramos frente a otra elipsis temporal, donde una cachorra de león y heredera es bautizada bajo la mirada amorosa de sus padres y de sus súbditos. Una nueva era comienza dentro del ciclo de la vida. Todos los amigos están presentes en la ceremonia y seguramente serán compañeros leales al nuevo rey y su descendencia.
Disney se ha caracterizado (y sobre todo durante esta época de renacimiento) de promulgar clásicos entrañables cuyos contenidos conceptuales resultan ser similares y no son producto de la mera coincidencia. La configuración de estas fábulas animadas donde animales o seres fantásticos adquieren características antropomorfas, no hacen más que invitarnos a una profunda reflexión acerca de cuestiones universales basadas en la conciencia ecologista, el amor, la amistad, la maldad, la codicia, la justicia, la prudencia, la familia, la tradición, el legado y el poder.
El Rey León es un clásico imperecedero, a 25 años de su estreno la magia de la misma continúa intacta. El paso del tiempo no hizo más que ponderar su verdadero valor, ya que las enseñanzas proferidas por su riqueza argumental, consiguen reafirmarla como película obligatoria en la lista de cualquier cinéfilo.
Al fin y al cabo, ese no sé qué propio de los clásicos de Disney, sigue incrementando un suscitado interés tanto del público que tuvo la oportunidad de visionarlos durante su estreno, como asimismo vencer las barreras temporales y aggiornarse a los tiempos que corren y a las nuevas generaciones que parecieran apuntar al sentido de lo inmediato o a aquello fácilmente digerible.
El Rey León es muy sencilla de ver en cierto punto: las canciones, la historia, la dinámica con la que es abordada pareciera volverla apta para todo público y circunstancia. Pero, como analizamos anteriormente, también es gran poseedora de infinidades conceptuales solapadas en mensajes subliminares, que sugieren un mayor esfuerzo para llegar al meollo propio de su potencia discursiva.
Esperamos que la nueva versión live action pronta a su estreno, se encuentre medianamente a la atura de su predecesora, a pesar de ser conscientes que la belleza del clásico animado de 1994 resulta insuperable.