Gaspar Noé te absorbe y te lleva de viaje en su nueva película, Climax.
Esta supuesta historia real parte de una compañía de jóvenes bailarines profesionales que, después de un ensayo, deciden relajarse un poco y celebrar su éxito. Uno de ellos pincha música, tienen algo de comida y una sangría. La euforia pronto se convierte en inquietud cuando se dan cuenta de que alguien le ha echado LSD o algún otro tipo de droga psicotrópica a la bebida. Empieza el bad trip y las alucinaciones. Los bailarines se transforman en animales que dejan aflorar sus instintos más primarios. Demonios sedientos de placer, violentos y con sentimientos prohibidos. La evolución de los personajes hasta convertirse en monstruos es muy sutil y progresiva aunque vertiginosa.
Climax tiene los reconocibles rasgos del cine de Noé: imágenes con un brutal peso visual, el juego de colores y luces estroboscópicas, un grafismo muy bien trabajado, una estructura alterada donde lo primero que vemos es el post-epílogo y los créditos finales, violencia y sexo y esas ganas irrevocables de provocar al espectador al estilo más Noeniano. Pero nos sorprende con unas coreografías de urban dance de lo más absorbentes.
También ayuda a adentrarse en la historia el movimiento de cámara, la firma Noé con planos secuencia para sacarse el sombrero ante los operadores de cámara. Nos pasea largos minutos entre los personajes, pasando de uno a otro para hacernos descubrir el escenario, la casa laberíntica donde se desarrolla esta frenética velada.
Noé confiesa en la rueda de prensa que la película fue muy improvisada aunque se rodó en tan solo quince días. Cuatro días antes de terminar el rodaje decidieron grabar las entrevistas a los bailarines que vemos al comienzo de la película. Explica también que estamos muy acostumbrados a ver violencia en televisión, que no nos afecta de la misma forma que verla en persona. Es por eso que él intenta darle otra vuelta de tuerca en todo lo que hace.
A medida que avanza el filme los personajes se van hundiendo en este espiral de decadencia. Y con todo lo anteriormente mencionado, como un bailarín más, nos adentramos en este viaje que acaba por convertirse en una pesadilla de la cual no podremos despertar hasta que se apague el proyector y se enciendan las luces.
Lo que está claro es que la próxima vez que vayamos a tomar sangría ¡lo pensaremos dos veces! O al menos esta era la intención de Gaspar Noé, hacernos reflexionar no tanto sobre las drogas, sino sobre el alcohol.
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