La última película de Paul Thomas Anderson fue estrenada en cines y narra las vicisitudes de un romance juvenil en los albores de la Década del ’70 en Estados Unidos.
Podemos a esta altura afirmar la obviedad de que Paul Thomas Anderson es uno de los cineastas más eximios de la contemporaneidad, y si ahondamos en su filmografía que contiene producciones tales como “Magnolia”, “Boogie Nights”, “Petróleo sangriento” y “El hilo fantasma” entre tantas otras, reforzamos esta noción de que todos sus films tienen un toque distintivo que lo elevan muy por encima de la media y convierten la experiencia cinematográfica en un evento único.
No es precisamente un artista que tramite contenidos “livianos”, más bien todo lo contrario. No sabíamos qué esperar luego de su última gran producción que fue “El hilo fantasma” (2017) con el oscarizado Daniel Day Lewis a la cabeza; un drama romántico con tintes hitchcockianos que desbordaba belleza estética y una abigarrada oscuridad conceptual. Una historia de amor violenta, enroscada, una increíble metáfora acerca de los entramados más complejos y polémicos del amor.
Pero Anderson, que no suele quedarse en los márgenes de lo ya explorado, nos sorprende con tenacidad a la hora de generar nuevos contenidos que, en contraposición con su película antecesora, la recientemente estrenada Licorice Pizza nos muestra “la otra cara del amor”: un amor fresco, juvenil, lúdico y abierto a todo tipo de posibilidades.
Si El hilo Fantasma transcurre en la intimidad de un estudio de alta costura en plena década del ‘50 y el lazo que se establece entre sus protagonistas resulta de a ratos claustrofóbico, Licorice Pizza viene a mostrarnos el romance incipiente entre dos jóvenes que corren constantemente a encontrarse a principios de la década del ’70; en una California convulsionada política y socialmente, que la salvan de la sensación de encierro e inmutabilidad la belleza de sus paisajes naturales y la maquinaria hollywoodense de trasfondo.
Licorice Pizza cuenta además con los debutantes Cooper Hoffman (hijo del fallecido Phillip Seymour Hoffman) y Alana Haim, quienes mantienen una química intacta a medida que el largometraje alcanza su clímax. Esta es la historia de Gary Valentine, un adolescente de quince años que conoce en la fila de un evento escolar a quien decreta que será “su futura esposa”, una imponente y explosiva Alana, unos diez años mayor que él bastante cínica y descreída frente a su poca perspectiva de futuro.
Pero Gary funciona como opuesto complementario de Alana, ya que logra una independencia económica a corta edad gracias a su trabajo de actor y con disparatados emprendimientos comerciales como la venta de camas de agua o Flippers una vez levantada su restricción. Si Gary toma Coca Cola en un bar de estrellas, Alana aún vive bajo el mismo techo que sus padres y hermanas, tiene un trabajo que odia y no termina de explorar su otro costado más vital o aventurero.
Anderson nos regala un coming of age bastante disruptivo: por empezar la selección de actores desconocidos que no son exponentes de la hegemonía dominante es una decisión muy atinada para darle mayor veracidad a la película. Nos acerca a ellos desde un costado más terrenal y benevolente, donde intenta asimismo mesurar los límites de la relación romántica, dado que la diferencia de edad podría ser mal vista y cancelada por un público cada vez más intransigente en lo que a estos temas respecta.
La naturaleza de la relación entre Gary y Alana tiene un aura de idealismo, algo arquetípico del primer amor, pero también está atravesada por una tensión sexual que se expande a medida que avanza el metraje y que llegadas ciertas discusiones o desencuentros traspasa todo tipo de ficción cinematográfica. Es un romance imposible por los motivos que ya conocemos, pero no exento de resignificarse en una amistad valiosa, compleja e incondicional.
Mientras que la juventud está ilustrada por un conjunto de personajes luminosos, arriesgados e irreverentes, la adultez parece estar representada como un gran artificio o farsa demencial: un productor desequilibrado y narcisista que vive sumergido en un mundo de lujos y banalidades (Bradley Cooper), una estrella de cine que no puede salir de su personaje y hace maniobras suicidas con una motocicleta (Sean Penn), un realizador audiovisual que emerge de una nube de humo que pareciera sacado de un cuadro surrealista (Tom Waits), un concejal que oculta su verdadera sexualidad para poder ganar las elecciones (Benny Safdie).
La propia Alana no encuentra su lugar entre el mundo de los jóvenes y adultos. Se supone que ella debería actuar como alguien que está cercana a los treinta y sin embargo (tal como se cuestiona en una charla con su mejor amiga) no puede dejar de juntarse y entablar proyectos con chicos menores de edad. Pero lo original y más cómico de la trama, es que estos “niños” no tan niños, no pueden dejar de mostrar pasión y constancia en los proyectos que entablan. Gary resulta ser la síntesis perfecta entre ambos universos, mientras fantasea con la chica de sus sueños o hace chistes estúpidos y riesgosos con sus amigos (como la bomba escolar) no pierde de vista su futuro y la seguridad a la hora de encararlo.
Alana está más perdida, asume que su situación híbrida está al borde del abismo, así como el camión que pilotea cuesta abajo de una colina, no sabe dónde desentrañar parte de su destino como adulta. Cargada de frustración luego de tan épica osadía, decide volver de “Nunca Jamás” y comenzar a conectarse con “los problemas de la vida real” como la crisis petrolera de 1973, batallas ambientales y leyes estatales para jubilados. Piensa que la política puede acercarla al “verdadero sentido de las cosas”, cuando un golpe de realidad frente a una decepción ideológica la obliga a replantearse estos supuestos y entender que irremediablemente el principio y fin de todas las cosas reside en aquellos que amamos.
Nuestros protagonistas corren todo el tiempo para liberar y depurar tanta energía, esas persecuciones irrisorias que se dan entre ambos son maravillosas y bastantes típicas del género de la comedia romántica. Pero utilizar grandes clichés no siempre resulta absurdo o descolocado, en el caso de Licorice Pizza nos acerca aún más a la entrañable relación entre Gary y Alana. Discuten, se celan, se alejan, pero se apoyan y se aman incondicionalmente. Por eso necesitan correr, las búsquedas pueden interrumpirse y ramificarse, pero son conscientes de que se tienen el uno al otro.
Mención aparte para la música, con una selección de canciones increíbles que integra artistas variopintos tales como David Bowie, The Doors, Nina Simone, Wings, Chuck Berry, Sonny & Cher y que cuenta nuevamente con la colaboración del talentoso Jonny Greenwood para la realización de la banda sonora original. La convivencia de la acción de la trama con su respectiva musicalización extradiegética es otro de los puntos fuertes de la película.
Licorice Pizza emana nostalgia, desde la reconstrucción de una época tumultuosa, vanguardista y visceral como la década de los ’70 en Estados Unidos y el resto del mundo, así como el formato de 35 mm con el que fue filmada, dan cuenta del homenaje de un cinéfilo hacia aquellas películas que formaron parte de su devenir como adolescente y posterior profesional nacido y criado en la “tierra de los sueños”.
Pero hay algo que además sobrevuela todo el tiempo: una familiaridad y ternura inmutable. Alana no solo se llama así en la vida real (y nació el 15 de diciembre como nombra en una escena con Bradley Cooper) sino que forma parte de la banda “Haim” que compone junto a sus hermanas y de la cual Anderson es fanático. Todos los miembros de la familia con sus nombres reales participan en Licorice Pizza haciendo precisamente de ellos mismos. La elección de Cooper Hoffman tampoco resulta producto del azar, dado que su padre era asiduo colaborador de este cineasta.
Anderson pareciera regalarnos un pedazo de su propia historia, o más bien de varias historias entrelazadas en un lugar que lo vio crecer y acercarse a su primer y definitivo amor: el cine. Y así como Alana y Gary corren desesperadamente a encontrarse, y en el principio de la película este púber muy seguro de sí mismo le asegura a la chica de sus sueños que “él nunca la olvidará, así como ella tampoco podrá olvidarlo”, odiseas cinematográficas como ésta nos recuerdan que todos, más allá de las vicisitudes o vueltas que da la vida, siempre volvemos a nuestro primer amor.