El 9 de octubre llegó a Netflix la segunda parte de La maldición de Hill House. La serie está protagonizada por varios actores y actrices de la primera temporada.
La maldición de Bly Manor comienza en una boda, de una joven que no conocemos y nunca escuchamos hablar. Desde el primer instante, la cámara sigue de cerca a una señora, quien será más tarde la encargada de contarnos esta nueva y desgarradora historia mediante una voz en off. Cuando finaliza el brindis de compromiso, los invitados deciden sentarse cerca de una chimenea y relatar historias de fantasmas. Es así como Mike Flanagan nos invita a conocer esta nueva historia.
A través del relato de la misteriosa invitada, vamos a conocer a Danielle Clayton, una norteamericana que se trasladó a Inglaterra para escapar de sus propios problemas. Allí conseguirá un puesto como niñera en una mansión gestionada desde la distancia por Henry Wingrave y donde viven sus sobrinos, Flora y Miles. En esa mansión de Bly Manor, habitan también el ama de llaves Hannah, el cocinero Owen y la jardinera Jamie. Sobre el lugar pesa la tragedia de la muerte del matrimonio Wingrave, y también el suicidio de la ex niñera Rebecca Jessel, después de tener un tórrido romance con el chófer Peter Quint, que se fue un día sin dejar rastro.
Si algo iremos descubriendo a lo largo de La maldición de Bly Manor, es que esta temporada no es terrorífica en el sentido sensorial de la palabra. En comparación con su antecesora, La maldición de Hill House, la historia no contará con muchos sobresaltos y escenas que te obligarán a mirarlas con el rostro tapado por las sábanas. Pero sí es un gran ejemplar modélico de terror, principalmente del terror gótico. En esta nueva temporada, lo inexplicable se origina de los recuerdos y los fantasmas no son más que proyecciones de nuestras heridas más profundas. Así, Mike Flanagan convirtió la mansión de Bly Manor en una especie de cofre que guarda profundamente los secretos de cada personaje. Cada uno de ellos tendrá algo que ocultar y el proceso de revelar cada secreto, se convertirá en la parte esencial de la narración. De eso va precisamente La maldición de Bly Manor. Nos presentará a un conjunto de personajes de contextos muy diferentes que se reunirán por casualidades de la vida en esta anticuada mansión, luego de haber sufrido por amor y por la vida. Estos recuerdos, amarguras y penas serán las encargadas de alimentar los mecanismos del terror. Es decir, a aquellos fantasmas que rondan por la casa y que con el correr de los episodios, nos comenzarán a contar sus tragedias personales.
Un trabajo muy minucioso y arriesgado que tomó el guion fue concederle una considerable importancia al simbolismo del misterio. Esto provocará que cada episodio tenga una carga importante de mensajes que solo se comprenderán al momento que la historia vaya avanzando. Por otra parte, también explorará cuidadosamente la mirada sobre el dolor y el miedo. Sobre ambos puntos puedo poner como ejemplo a Hannah Grose, un personaje completamente misterioso que no lograremos entender hasta ver un episodio enfocado específicamente en ella y en su memoria. Lo mismo ocurre con la historia de Dani (Victoria Pedretti), que llega a Bly Manor huyendo de sus propios fantasmas. Y si seguimos hablando sobre los episodios, se me hace imposible no destacar lo bien logrado que están los últimos dos episodios. El capítulo ocho es un recorrido entre el bien y el mal, la concepción del miedo basado en el sufrimiento y una joya de las historias góticas. Con este episodio, Mike Flanagan nos muestra el sentido y el sostén del programa.
El final deja en claro algo que la serie nos recuerda constantemente, La maldición de Bly Manor es una historia de amor y no de terror. Como resultado, obtendremos una temporada que elaborará una cuidadosa percepción sobre el amor, el miedo y también el sufrimiento. Puede que esta temporada no haya llegado al excelente nivel que manejó La maldición de Hill House, pero eso no significa que la mansión terrorífica y la desgarradora historia de amor no logren un impacto en el espectador.