J.J Abrams retoma la capitanía de la última entrega de Star Wars, en una película que apela a la memoria emocional y que, con giros de trama tirados de los pelos, deshace todo lo establecido en la película anterior.
Recientemente se ha creado una cisma, una grieta, una división importante entre los fans de Star Wars luego de la polémica “The Last Jedi”, tomada por algunos como una perversión del espíritu de la saga, quemando muñecos con la cara de Rian Johnson y con otros que le rinden culto en altares oscuros considerando que, tal vez, sea hora de que la franquicia evolucione, sin héroes creados por el destino e íconos derrotados viviendo la vida de un ermitaño, porque tal vez sea hora de alterar la historia cíclica de Star Wars, de romper la rueda y comenzar otro tipo de narrativa cómo lo logró la impresionante “Rogue One” y “The Mandalorian”, la última apuesta del universo, con mucho más personalidad y valor propio que un Baby Yoda.
Pero también es entendible que Star Wars esté tan metido por debajo de nuestra piel y que sea una suerte de religión, de dogma, una historia escrita en piedra como si fuera el Antiguo Testamento y que alterarlo parece poco menos que una herejía. Y eso es también entendible, porque una película de SW no es nunca una película más, es un fenómeno cultural, algo que está arraigado a la infancia y adolescencia de varias generaciones que crecieron de la mano de Jedis y contrabandistas.
Y J.J Abrams también entiende esto porque es un realizador que no sigue el camino disruptivo (y tal vez necesario) de Rian Johnson. Porque innovar en el camino es tomar riesgos y una de las naves capitales del imperio Disney no está hecha para innovar, sino para satisfacer a una horda de fans que necesitaban un cierre familiar para una saga de nueve películas.
Durante toda la película, TROS produce la sensación de estar viendo una cinta que hacía agua en un montón de aspectos y que al mismo tiempo, lo pasa a uno por arriba como un tanque de la nostalgia. Y es extraño que un film que uno está criticando activamente mientras está sentado en la butaca del cine sea capaz, al mismo tiempo, de erizarte los pelos y llevarte a las lágrimas. Pero es la capacidad de Star Wars como saga, como memoria emocional y colectiva, porque no importa cómo lo hagas, mientras estén los personajes y estén los sentimientos, va a funcionar. Porque cuando Rise Of Skywalker emociona, no es por la película en sí, sino por todo lo que se vivió con esos personajes. Y por algunas decisiones acertadas, obviamente, no vayamos a creer que Abrams se cayó del catre hace cinco minutos, es un director inteligente que sabe a dónde tiene que apuntar.
Algunas decisiones de Rian Johnson, como la idea que Rey no esté ligada a la dinastía Skywalker ni a sus derivados, reforzada en la subtrama de los huérfanos que manejaban la fuerza, está tristemente pisoteada acá, donde todo, como siempre, ronda alrededor de los mismos personajes y la idea del “elegido”. No hay héroe accidental, no hay héroe hecho a sí mismo, hay profecías y destinos y nada que haga que Rey sobresalga del resto de los héroes de la serie, que si bien estaban conducidos por estas ideas mesiánicas, tenían una evolución y un desarrollo. Acá, la protagonista, cómo esos protagonistas que creamos en un videojuego, es bastante plana, no destaca, y es una lástima. Sin embargo, a fuerza de un actor soberbio y magistral como lo es Adam Driver (que brilla en cintas minimalistas como Paterson de Jarmusch) el personaje de Kylo Ren, a pesar de ir de los pelos de las decisiones de Abrams, evoluciona y alcanza momentos realmente emotivos.
TROS es una película que, como The Last Jedi, no va a pasar inadvertida para nadie, y que producirá iras infernales para algunos y devoción total en otros, porque hay ideas, como esa cosa entre el bromance y el enamoramiento puro entre Poe y Finn que se disuelve por completo, aplicando en cada uno, personajes femeninos que parecen un casamiento forzado de la edad media, casi invisibilizado al personaje de Rose, que si bien formaba parte de la parte más pobre de The Last Jedi tenía mucho potencial para explotar. Además de la idea del héroe formado en sí mismo, la disolución de un villano todopoderoso cómo fue el caso de Snoke (Que nombre horrible para un villano) que era un mero obstáculo para que Kylo Ren tome impulso hacia la villanía total, se vuelve un recuerdo con la reaparición del Emperador Sheev Palpatine, un personaje que en su mero rumor, destroza cualquier posibilidad de crecimiento en términos de maldad para el bueno de Driver y lo fuerza, casi instantáneamente a una redención que aunque canónica, termina sabiendo a artificial. Pero al mismo tiempo, la aparición de Ian McDermid, su voz, la forma en que Abrams lo presenta, entre un fantasma y un muerto viviente, suspendido en el aire por una maquinaria que recuerda al Barón Harkonnen de la novela Dune, impresiona y uno no puede terminar de sospechar que la saga no podía cerrar con otro antagonista que este, uno de los personajes mejor escritos de la serie y tal vez, una de las mejores excusas para volver a ver la trilogía de precuelas.
Aunque criticable, hay que reconocerle a Abrams realizar una tarea titánica, que es deshacer todo lo planteado por la película anterior al tiempo que intenta construir una narrativa coherente para finalizar la saga. Con decisiones tiradas de los pelos y giros argumentales que parecen estar construidos desde el mismísimo aire, logra escenas de gran belleza, un despliegue visual impresionante y uno de los mejores usos de toda la saga del personaje de C3PO. Es interesante, aunque genérico, la aparición de Pryde, un comandante imperial que recuerda en tono y porte al maravilloso Moff Tarkin, un villano que siempre estuvo al nivel de Darth Vader, interpretado por el legendario Peter Cushing. Y sumarle momentos en los que, aún con todo el misticismo y la fantasía que rodea la saga, llega a momentos de vuelo imaginativo más cercano a Dragon Ball Z que a los mitos Jedi a los que estábamos acostumbrados, donde misteriosamente, los usuarios de la fuerza pueden canalizar la esencia de sus antepasados para hacerse más fuertes. ¿Un Deus Ex Machina atroz? Tal vez, pero extrañamente, funciona de manera muy épica.
De un aspecto visual impresionante, con el festival de Kajimi y su especie como una muestra de lo salvaje, pero bello y conmovedor que puede ser a veces el universo de Star Wars, con el mar embravecido de otro planeta chocando contra los restos de una estructura icónica en la saga o en oscuro mundo que se vuelve el principal objetivo en la trama, además de las secuencias de acción, las peleas con sables laser, que en esta nueva trilogía retoma el estilo más medieval y tosco en lugar de las piruetas de las precuelas, con retornos como el de Lando y secuencias de batallas espaciales dignas de la franquicia, The Rise Of Skywalker va a gustar a los que vayan a buscar un festín para los ojos o una cinta de acción entretenida, pero a los que buscaran ver hacia donde podía llegar al serie en manos de alguien un poco más arriesgado con la propuesta, bueno, siempre pueden esperar al próximo capítulo de The Mandalorian.