En 1995 se estrenaba la primera parte de lo que fue (hasta el momento) una de las mejores trilogías de la historia del cine. Pixar nos introdujo al mundo de un grupo de juguetes que habitaban en perfecta armonía al interior de la casa de Andy, un niño que adoraba pasar horas divirtiéndose en su cuarto, disfrutando de la compañía de sus amados muñecos.
Woody (Tom Hanks) es un sheriff encargado de establecer el orden y la organización del resto del grupo. Es el juguete preferido de Andy, aquel que cuenta con el beneplácito de ser su héroe y dormir en su propia cama. Pero este equilibrio eclosiona con la llegada de la modernidad encarnada en una figura de acción: Buzz Lightyear (Tim Allen), un astronauta que tiene luces, alas y toda una serie de artefactos novedosos que dejan significativamente atrás las características “precarias” de un simple muñeco de trapo.
En una primera parte vimos lo reticente que resultaba para Woody la presencia de aquel Buzz Lightyear, un muñeco que se consideraba de carne y hueso y luchaba incesantemente contra su ego para poder compartir ese espacio de unicidad y devoción que le profesaba Andy. Finalmente, Woody y Buzz, lograron limar asperezas a lo largo de una serie de aventuras en común y se transformaron en los amigos más entrañables de toda la saga.
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Más tarde (en 1999) arribaba nuevamente a las salas la segunda parte de la entrega, aquella en la que todos los juguetes se dirigían al rescate de Woody, quien era secuestrado por un ambicioso personaje que lo necesitaba como pieza final de una colección completa de muñecos del Lejano Oeste. En esta secuela, tenemos a nuestro héroe debatiéndose acerca de cuál es su lugar en el mundo, en dónde reside la esencia de su materialidad ¿los juguetes están destinados a hacer felices a los niños? ¿O son simples objetos de exhibición y contemplación para un reducido grupo de coleccionistas o fanáticos?
Woody decide entonces volver a su hogar, con su dueño y sus amigos incondicionales, porque si hay algo que siempre caracterizó a su personaje fue su enorme lealtad, no sólo hacia quienes lo rodean sino también a la conciencia que tiene de sí mismo.
La tercera parte (estrenada en el año 2010) buscaba dar un aparente cierre a la trilogía, erigiéndose como la pata más oscura y compleja en comparación con sus antecesoras. En este caso, la sinopsis versa sobre el accidentado pasaje de Woody, Buzz y sus amigos, en la guardería Sunnyside, luego de que un adolescente Andy ya no se interesara demasiado por ellos y los enviara al ático.
Sunnyside estaba regida por el agradable y carismático Lotso, un oso de peluche cuya capacidad de liderazgo generaba una especie de vínculo de vasallaje respecto al resto de los juguetes; donde al parecer nadie tenía la menor intención de dirimir acerca de sus decisiones y del orden preestablecido.
Pero Lotso no es quien dice ser. Su rencor al ser suplantado por su dueña Daisy, lo arrastra hacia las puertas de Sunnyside y lo transforma en un déspota sin códigos y sumamente despiadado. En complot con otros juguetes, Woody, Buzz y el resto de la banda deciden enfrentar a Lotso y a sus matones, dejándolo en evidencia y conduciéndolo a un destino alejado de la guardería y de sus allegados. El régimen del terror acabó, la alegría vuelve a reinar en Sunnyside y Woody y compañía pueden volver a casa con Andy.
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Pero no todo es color de rosas, Andy se marcha a la universidad y existe además otro pequeño gran factor: la introducción de Bonnie Anderson (Emily Hahn), una niña adorable que rescata a Woody y lo convierte en su nuevo juguete favorito. Por sugerencia de nuestro protagonista, Andy le regala todo su pequeño legado infantil a Bonnie, siendo más reticente respecto a Woody. Finalmente Andy y Woody comprenden que parte del crecimiento vital es resignar cosas que amamos, saber cuándo es momento de dejarlas atrás y mirar hacia delante. Bonnie está en una etapa de disfrute en la que podía darles mejor uso a todos esos juguetes, al fin y al cabo su destino reside en la felicidad de cualquier infante.
Con el alma devastada observamos a Andy marcharse a su nueva vida, dejando a sus amados juguetes y a su mejor amigo al cuidado de una nueva protagonista. Con este cierre, todos los fanáticos asumieron que la saga había cumplido parte de un ciclo maravilloso, hasta que años más tarde fue anunciada una cuarta entrega proyectada a estrenarse nueve largos años después de la última.
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Toy Story 4 se concibe como la película final de la saga. Todos aquellos que tuvimos la oportunidad de crecer a la par de sus personajes en estos 24 años que trascurrieron desde la primera hasta la última, esperábamos ansiosos tal suceso. Por un lado, con la temeridad de que arruinaran lo fabuloso de una saga atemporal y por otro, siendo conscientes de que si seguía manteniendo este eximio y puntilloso desarrollo, nos arrebatarían nuevamente sin piedad nuestros corazones.
Toy Story 4 resulta abrumadora. Todos sus detalles son fabulosos. La historia comienza dándonos a entender que probablemente exista un giro en el arco narrativo de nuestro protagonista. Woody ya no es el juguete favorito de Bonnie, su lugar parece ser el armario y observa cómo el resto de sus amigos son escogidos para la hora del juego menos él.
Pero si estuvimos contemplando en las películas anteriores que la finalidad última de un juguete consiste precisamente en hacer feliz a una criatura, ¿qué supone para él como crisis identitaria no ser “elegido” y apartado de su verdadera esencia? ¿Qué rol ocuparía entonces en la vida de ella y en su co-existencia con el resto de los personajes?
Pero si hay algo que nos enseñaron es que Woody jamás se rinde, fiel a su carácter desafía las advertencias del grupo y decide acompañar a su dueña a la adaptación del pre escolar. Bonnie se siente rechazada por sus compañeros, está sola en una mesa sin poder vincularse con los demás. Entonces Woody intercede, facilitándole el acceso de una serie de elementos que estaban en la basura para que realice alguna especie de manualidad que logre disiparle toda su tristeza. Una vez concretado tal desafío, Bonnie triunfal, le da la bienvenida a su nueva creación: Forky (Tony Hale).
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Forky está hecho de basura, por eso siente deseos de volver a su lugar de pertenencia. Situaciones hilarantes entre él y Woody se desembocan al querer Forky tirarse a todo desecho cercano, dejando sola y devastada a la pequeña Bonnie. Pero nuestro sheriff jamás podría permitir semejante situación, el deber siempre lo llama para actuar como intermediario en la felicidad de aquellos a quienes ama e incansablemente lucha con el rebelde Forky para hacerle comprender que su lugar está al lado de su nueva dueña.
Todo se complica durante un viaje rutero, donde Forky se tira de la camioneta en movimiento con el objetivo de liberarse del “yugo” de la autoridad demandante de Woody y Bonnie. Nuestro protagonista no duda un segundo en ir en la búsqueda del juguete perdido y cuando lo encuentra, la película nos regala una de las escenas más conmovedoras al ver a Woody relatarle su vida a Forky como muñeco de Andy.
Cuando todo parece encausarse, Woody observa que en una tienda de antigüedades estaba la lámpara que pertenecía a Betty/ Bo Peep (Annie Potts), aquella pastorcita que fue su interés amoroso a lo largo de Toy Story 1 y 2. Inocentemente y en su afán de salvador, Woody entra al lugar con el objetivo de reencontrarse con ella, pero para su desgracia se cruza con la nueva villana Gabby Gabby (Cristina Hendricks), una muñeca de la década del ’50 que busca arrebatarle al vaquero su caja de sonido. Gabby Gabby salió fallada de fábrica y piensa puerilmente que si lograra hablar podría convertirse en el objeto de interés de la pequeña Harmony (Lila Sage Bromley).
Woody logra huir de esta tienda habitada por toda una serie de particulares y siniestros personajes, pero la nueva villana logra secuestrar al inocente Forky. Buscando reencontrarse con sus amigos, Woody finalmente se cruza con Bo Peep transformada en un juguete perdido, sumamente independiente y resolutiva, que aprendió a sobrevivir con la ayuda de su ingenio y nuevos amigos, sin tener la necesidad de reducir su existencia a la presencia un único dueño.
Bo Peep es la imagen de una mujer moderna, empoderada, que toma la iniciativa para la subsistencia y para transformarse en líder de grupo. Lo novedoso de esta vuelta también es la incorporación de nuevos personajes que acompañan la trama y al resto de los juguetes de manera descollante. Ellos son: Giggle McDimples (Ally Maki) ,Duke Caboom (Keanu Reeves) y el dúo dinámico de Bunny (Jordan Peele) y Ducky (Keegan-Michael Key).
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A diferencia de sus antecesoras, en Toy Story 4 la participación del resto de los personajes ya conocidos no resulta tan prominente. No son demasiadas escenas en las cuales hacen acto de presencia, pero podemos asegurar que sus respectivas y escuetas apariciones son atinadas con el resto de la trama. Esta película tiene algo en común con la tercera parte: oscila entre la comicidad y lo dramático en líneas divisorias que resultan demasiado delgadas. Creemos que se ríe y se llora en partes proporcionales.
Sin adelantar el final-que es el resultado de un desenlace novedoso y necesario-el rumbo de nuestros queridos personajes pareciera fijarse y pañuelo en mano recomendamos no despegarnos del asiento para contemplar el cierre de una de las sagas más prolíferas y emocionantes de la historia del cine.
Toy Story 4 derrocha simpatía, amistad, lealtad, fortaleza y la noción de que nuestros queridos y ya tan conocidos personajes, nos acompañarán en nuestro transitar cinéfilo hasta el infinito y más allá.
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