Son muy pocas las cintas de cine negro que logran cautivar de principio a fin con la manera técnica de narrar como “Sed de mal”.
Si bien es cierto, por lo general, este cine de criminales con harto drama y rebosando de ganchos en su primer acto, existe una cinta de fines de los años cincuenta, que se puede disfrutar todas las veces posibles, tanto como por el gancho con su narrativa, así como por el gran trabajo técnico que hay detrás del filme. Sed de mal (Touch of evil) es una de las mejores películas que se han logrado filmar en la historia de Hollywood. Un clásico del cine negro y del cine en general, cuya arquitectura y realización estuvieron a cargo del grandioso Orson Welles.
La cinta, hasta la fecha, sigue impactando con su plano secuencia, de tres minutos y veinte segundos, en el inicio del primer acto. Una cámara impostada a una grúa va siguiendo el génesis de la historia de esta lucha de poderes, de un juego entrelazado y una crítica a los estereotipos de aquellos años.
La secuencia, además de contar con otros movimientos de cámara peculiares y exquisitos, conjuga cada parte de la narrativa que se ve en ese espacio determinado de tiempo. Al inicio encontramos una descendencia en picado de la cámara, movimiento que nos introduce al caos de la ciudad, nos llena de la bulla de esta; acto seguido, un misterioso hombre introduce una bomba en la maletera del auto de nuestro conductor, quien sube al carro con una mujerzuela y van hacia la frontera americana.
“Mike” Vargas, nuestro policía mexicano antidrogas (Charlton Heston) y su esposa Susan (Janet Leigh) deciden cruzar la frontera hacia los Estados Unidos para tomar una soda y un helado. La bulla se divisó, los peatones, los policías de tránsito, más de dos minutos para entablar el primer diálogo de la película (lo que no hace falta cuando tienes una tremenda toma como es el plano secuencia), la mujerzuela acompañante de nuestro chofer se jacta de oír un “tic-tac”, el conductor avanza, los policías hablan con él, con Mike, se cruza la frontera y hay un corte, el corte que define el inicio de nuestra historia: Explota el coche. Mike va a averiguar qué fue lo que había sucedido, encuentran dos cuerpos, la policía llega y todos están a la espera de que arribe el respetado jefe de policía Hank Quinlan, un hombre imponente y grueso, interpretado por el mismo director Orson Welles (quien, en un acto de calidad para con el personaje utilizó una nariz postiza y se ayudó de los ángulos de la cámara para aumentar su volumen, aquí el uso del contrapicado para muchas escenas suyas).
Hank llega a intuir que el asesinato y la explosión fueron causados por dinamita, lo que provoca una investigación a fondo partiendo por la búsqueda de la propia dinamita. Por otra parte, mientras Mike está ocupado, también, del incidente, su esposa es “tomada” por los narcotraficantes mexicanos, quienes tenían un repudio hacia Vargas, puesto que el hermano del jefe de aquellos fue enviado estaría siendo enviado a prisión por culpa de nuestro policía mexicano. La esposa de Vargas cae sin querer en esta trampa y se desborda el laberinto del juego que tenían planeado los narcotraficantes, quienes llegan, de manera ingeniosa, a provocar el problema que sería excusa perfecta para que Hank aprovechase cuando la competencia y lucha de poderes contra Vargas se le dé casi por perdida.
La historia se torna increíblemente dinámica. Vargas descubre que Hank incriminó al esposo de la hija de nuestro chofer, esto a raíz de que el propio Hank suplantó dos dinamitas en una caja que estaba en el baño de la casa del incriminado. El beneficio de la duda provoca que ambos compitan, Vargas investiga los anteriores casos de Hank, descubriendo que el jefe de policía, respetado por todos, utilizó el mismo método en casi todos sus casos. Quinlan se topa con un pequeño hombre quien le propone un plan maestro para atacar la reputación de Vargas a cambio de que Hank no salga afectado y él tenga libre a su hermano (Sí, la familia de los mismos narcotraficantes que habían intimidado a la esposa de Vargas).
Es durante esta parte donde se puede notar mejor todo lo que Quinlan tiene como personaje, un hombre adicto a la venganza, solo y con un ego altísimo. Es un personaje del cine negro que resalta por sus dotes de indiferencia y minuciosidad, “un gran detective, pero un mal policía”. Se torna un personaje odioso, brusco, soberbio, un lacayo de aquellos. Un verdadero problema para Vargas. Un maldito psicópata, quien no bebía una sola gota de alcohol doce años antes de que se llegue a dar cuenta de que su competencia directa (Vargas) había descubierto su modus operandi. Esta competencia por el honor tiene como contrapunto a Susan, quien en un juego preparado, llega a alojarse en un motel donde la secuestran y la drogan, para así poder acabar con la reputación de su esposo.
El guion hasta este punto suelta su lado más dinámico, lo jugoso lo tiene de inicio a fin. Ya no solo el problema para el personaje principal es desenmascarar al jefe de policía, sino lidiar contra una mentira implantada hacia su esposa, mentira de la cual no llega a enterarse hasta después de llegar al motel y charlar con el maniático trabajador nocturno del motel (Dennis Weaver). El virtuosismo de Welles fue armar todo este climax para poder llevarnos al final de la historia. Cabe resaltar que fue Heston quien obligó a Universal a contratar a Welles, así nuestro Ciudadano Kane, destrozó el guion antiguo para pasar a escribir una magnífica historia, basándose en la novela Badge of Evil de With Masterson.
La escena final nos envía a el último juego del guion. El cambio de policía a esposo preocupado de Vargas, la desesperación y venganza de Quinlan y la verdad, honestidad y nobleza de Pete Menzies (Joseph Calleia), quien sirvió para Quinlan muchos años y terminó juzgándole, a fin de cuentas. Quinlan asesina al personaje que le había conseguido a la esposa de Vargas. Welles utiliza la autoreferencia de una manera peculiar y magnífica al momento del asesinato. La esposa de Vargas había sido llevada al motel a manos de la pandilla mexicana que la había secuestrado; Hank asfixia al “tío” Joe Grandi (Akim Tamiroff) de la misma manera como había sido asesinada su difunta esposa. Ebrio y desconsolado, se retira de una manera sombría y olvida su bastón en la habitación. Pete encuentra su bastón y se lo muestra a Mike, quien estaba preocupado porque su esposa había sido acusada por dicho asesinato, a parte de ser acusada por drogadicción.
Finalmente, la historia nos lleva a un puente, Vargas se apoya de una grabadora y Quinlan se jacta de que alguien lo sigue. Saca la pistola que había robado del maletín de Vargas, dispara contra su amigo Pete, cegado por el temor, se acerca a la horilla del río. Se topa con Vargas, le apunta y Pete, como una metáfora de la justicia, el honor y la venganza a su vez, le dispara en la espalda. Cae al agua. La grabación le culpan de ser un corrupto. Los hechos le acusan de ser un gran detective. El caso de la dinamita estaba resuelto, a quien Quinlan había incriminado, se declaró culpable. Vargas se va con Susan a su hogar y la historia llega a su fin.
Sin duda, la película abarca temas que son fáciles de comprender, desde la venganza, la corrupción, el abuso de poder, los excesos, pero sobre todo la ambición y el temor de recaer en los errores, temor que se solventa y tiene que evitarse a como de lugar. El personaje de Wells encarna a la perfección este último tema: El asesino de su esposa quedó libre y fue “el último criminal que se le fue de las manos”.
Como una narración casi Shakesperiana, la arrogancia destrozó a su villano, el egocentrismo y la ambición mataron la reputación de quien debería seguir siendo respetado. Lo mataron sin que muchos lleguen a enterarse, o no lo sabemos. Es el villano, quizás, lo mejor de toda la cinta. Pareciese que estamos viendo a un astuto policía contra el mismo Quinlan, pero la verdad detrás de todo es que un simple turista le arrebata los treinta años de éxito que tuvo.
Welles propuso una nueva edición en un memo que escribió, de cincuenta y ocho páginas, el cual Universal lanzó a pantalla grande en 1998. Este memo solo agregaba unos cuantos minutos de las intenciones y modificaciones que Welles tenía.
A partir de aquí, después de esta cinta, la carrera de Welles acabaría en Hollywood. Proyectos a la mitad, cambios y más cambios y una carrera que va a la tumba con todo el peso de un Quinlan, o más bien de un Orson Welles que pareciese plagió mucho de sí mismo para el antagonista de nuestra película.
Sin duda, la cinta, viéndola en cualquiera de sus dos versiones, permanece como una obra maestra del cine noir. Es disfrutable de inicio a fin, con mensajes que llegarán a topar nuestra conciencia más de una vez, además de eso, un despliegue técnico fenomenal (críticos como Truffaut siempre se rinden a los pies de Welles). Sed de Mal es, por todo lo demás, una de las mejores películas que se han hecho en la historia del séptimo arte, una dirección que genera un ambiente perturbador, sombrío y magníficamente entretenido que ninguna persona tendría que dejar pasar por alto. Sed de Mal combina perfectamente la fotografía de Russell Metty con la atmósfera que crea la música de Henry Mancini. Es y seguirá siendo el pilar más grande que el cine negro pueda tener, y, sin pensarlo dos veces, es Welles al cien por ciento.