El director austríaco Michael Haneke, conocido por su manera de filmar y abordar la violencia, tiene un hito extraño en su carrera: Filmar dos veces la misma película, Funny Games.
En 1992 Haneke estrenó El video de Benny, una película perturbadora que explora la fascinación por captar la violencia en cámara, el deseo y la repulsión combinadas en esa sensación que llamamos morbo. Pero en 1997 subió la apuesta con Funny Games, donde dejó el morbo por filmar violencia y se abocó por consumir violencia, con una película pensada para interpelar activamente al espectador. Diez años después, en 2007, contra toda lógica creativa, estética o de mercado, filmó Funny Games, una remake calcada de la de 1997, pero esta vez en inglés, con otra iluminación y con actores más conocidos. Y esto, que puede parecer un despropósito, no es más que el refuerzo más coherente de una idea.
A partir de aquí se habla con spoilers
Si no viste Funny Games (1997 o 2007) te recomiendo guardar esta nota, ir a verla y después terminar de leer. Comencemos por 1997. ¿Cuál es la trama de Funny Games? Sencillo, dos jóvenes extraños torturan física y psicológicamente a una familia hasta matarlos. Sin motivos, sin trasfondos, solo dos personajes sádicos haciendo sus gracias para el deleite de… ¿El espectador?
La película comienza con la familia llegando a su casa de campo, una introducción hermosa del viaje donde la música y el título de la película es el primer puñetazo de varios que vamos a recibir a lo largo del film. Ni bien llegan se presentan estos personajes con una secuencia terrible por su incomodidad en la escena de los huevos.
Lo maravilloso es que no nos lo dicen, pero ya sabemos todo el tiempo que es todo mentira, que la otra familia está muerta, que cada minuto sin reaccionar es un minuto perdido, algo que la protagonista va descubriendo lentamente con una sutil actuación de Susanne Lothar como Anne mientras queremos gritarle a la pantalla que salga corriendo.
A los pocos minutos el perro desaparece y Anne lo tiene que buscar acompañada por el perturbador personaje de Arno Frisch, Paul, y acá ocurre la primera gran disrupción de la película. Mientras Anne busca desesperada en el fondo del encuadre, Paul, que la mira de espaldas a la cámara, se gira para mirar al lente con complicidad y vuelve a mirar hacia otro lado.
Este gesto, el de romper la cuarta pared y exponer la farsa, es muy común hoy en día, en películas como Deadpool (2016) o series como House Of Cards el personaje interactúa constantemente con el espectador, pero hay una diferencia sustancial: En Funny Games no hay nada que nos invite a creer eso, no va con el código propuesto, parece algo completamente fuera de lugar, incluso puede pensarse que es un error. Paul nos mira cómplices, pero nos deja confundidos, ¿Por qué me mira cómplice? Porque yo sé que él mató al perro que Anne está buscando. Me mira cómplice porque soy cómplice como espectador pasivo.
El recurso desaparece, y volvemos a la ficción.
La película transcurre y la familia es golpeada y amordazada en un sillón mientras Paul propone una apuesta: Que la familia no llega viva al amanecer. Y en este punto, ya sin sutilezas, mira a cámara (a nosotros) y pregunta: “¿Y ustedes que creen? ¿Van a lograr sobrevivir?”
Este es el concepto más fuerte de la película, porque estamos justo al borde del asiento, impresionados pero fascinados por la violencia, por el morbo, por lo terrible. Y justo en ese momento nos pregunta si creemos que van a sobrevivir. Y en esa pregunta nos expone, a nosotros que solo estábamos viendo inocentemente una película, nos exhibe como voyeristas despreciables que disfrutamos del dolor ajeno. No hay moralismo, la crítica es interna, porque Paul solo quiere complacer al espectador morboso.
Así de asqueados es que Haneke da el golpe más brutal matando al niño y con los asesinos abandonando la escena, dejándonos solos con una familia destruída solo para nuestro disfrute, en una toma larguísima donde los actores brindan una increíble performance tanto emocional como física por lo limitado de sus movimientos.
La película sigue, un breve lapso de esperanza desesperanzada, donde ni los personajes creen realmente que vayan a vivir, y los torturadores vuelven. Y aunque la película rompió dos veces el contrato con el espectador, logró volver a meterlo en la ficción a tiempo para romper la narrativa una vez más, de la manera más bizarra y sorprendente: Cuando Anne mata a uno de los jóvenes, Paul simplemente toma el control remoto y rebobina. Así de simple, vuelve atrás en la película, porque eso es esto: Una película, y las películas se hacen como uno quiera, y en esta película no queremos que los malos mueran.
La familia es asesinada y los jóvenes van en bote a otra casa debatiendo una historia que no es más que lo que acabamos de ver, y preguntando si alguien que es un personaje de ficción no puede estar vivo en su realidad, y qué diferencia realmente la ficción de la realidad.
La película termina con Paul entrando a otra casa y mirando a cámara una última vez, casi preguntando pícaramente si queremos más. Y de nuevo la música Heavy y las letras rojas con el título de la película impactando sorpresivamente, como al principio.
El remake de Estados Unidos
Y como siempre que una película europea es excelente, Estados Unidos quiso hacer una remake, pero en ese caso particular, el mismo Haneke se encargó de escribirla, dirigirla y transformarla en una de las remakes más polémicas de la historia del cine, porque tomó la controversial decisión de calcar la película plano a plano, toma a toma, frase a frase. Cambiando solo la fotografía, el idioma y el elenco, que ahora tenía caras conocidas con Naomi Watts en el papel de Anne, Tim Roth como su marido, Michael Pitt como Paul y Brady Cobert como su compañero. Por lo demás, desde la música hasta el pequeño espacio del cuadro por el que se mueve el perro es idéntico al original.
Toma un solo instante viendo la versión de 2007 para entender que lo que hizo Haneke. Lejos de ser un perezoso doblaje con caras conocidas, es un ejercicio tedioso y terriblemente complejo; para lograr que los movimientos dentro del cuadro y el ángulo de cámara sean exáctamente el mismo que hace diez años.
¿Y todo esto para qué? Para remarcar un mensaje. Haneke hizo una película sobre la violencia audiovisual y el morbo haciéndote partícipe en 1997; y cuando tuvo más inversión, un elenco conocido y la posibilidad de hacer algo distinto, se esforzó por hacerla igual. Te encontrás en un momento viendo la misma película que ya viste, porque en realidad esto es lo que viniste a buscar, no otra cosa, violencia sin sentido, personajes sin motivación ni contexto, sin siquiera un MacGuffin como para sentir que hay algo justificado en tanto dolor, un mero entretenimiento sádico y morboso.
Otro mensaje resuena más claro aún: la remake norteamericana no es diferente porque no hacía falta rehacer nada. Estaba claro el mensaje y si alguien cree que hay que hacerla de nuevo solo para cambiar la nacionalidad y poner caras conocidas, entonces se hace igual con otros actores.
¿Conclusión? Ver las dos versiones, por más que sean idénticas, transmiten cosas distintas, mientras que la primera te interpela en la temática, la segunda tiene un impacto más trascendental en el que parece hablar más del funcionamiento de la industria y, por consiguiente, de la sociedad.
¿Vieron las dos versiones, Cinéfilos? ¿Qué opinan?