Christopher Nolan es un director con un lenguaje propio que a lo largo de su trayectoria desarrolló como su estatus de autoría cinematográfica.
Una película de Nolan puede reconocerse desde sus primeros minutos y esto se evidencia pieza tras pieza del rompecabezas que implica su filmografía. Porque en el cine de Nolan todo está conectado con un hilo del que pueden atarse puntos de conexión y esta marca es la que prevalece en los grandes nombres de la historia del séptimo arte. Su cine refleja una pulsión vital orientada a la vorágine de las mismas inquietudes que se expresan con un fondo diferente pero con las mismas reglas del juego: tramas complejas, estructuras no lineales, paralelismos frenéticos, paradojas incongruentes y el ataque severo contra la objetividad.
Sus películas dialogan unas con otras desde que dio sus primeros pasos detrás de cámara: En su ópera prima Following (1998) vemos una insignia de Batman en una puerta como aquel primer chispazo a ser el heredero de Ciudad Gótica con las mejores películas que se hicieron hasta el momento del vigilante nocturno.
Si de algo se caracteriza Christopher Nolan es de ser rebuscado, enigmático y perspicaz. Su primer éxito llegó con Memento (2000) y su línea memorable “-No recuerdo haberte olvidado-” dicha por un personaje con pérdidas constantes de memoria que debe resolver un crimen es una clara evidencia de su afán jeroglífico.
No hace falta llegar a El Origen (2010) para darse cuenta de la atracción de Nolan por las narrativas intrincadas. Ya que para llegar al extravagante delirio protagonizado por DiCaprio, antes exploró en las profundidades de las anomalías del cerebro también en otra película como Insomnia (2002). Este atributo laberíntico de sus historias es uno de los rasgos más afilados de su prosa, relatos que despiertan poderosamente el interés del espectador y ponen a prueba su nivel de atención con un sinfín de preguntas y respuestas, sin nunca descuidar su facultad de entretenimiento.
Desde Following ya sentó las bases de la no linealidad del desarrollo de sus películas y con Memento explotó este recurso que se convirtió en un distintivo que se dedicó a explorarlo a fondo. Following empieza con el final, al igual que Memento invierte la cronología como así también lo hace en otro excelente film como El Gran Truco (2006). Esta técnica estructural le permite jugar con el intercambio paulatino de información entre personaje y espectador que irán descubriendo juntos la verdad (o lo que se cree) de un final anunciado.
Un relato circular que rompe la lógica del tiempo y el espacio, un método que se ve tanto en sus inicios como sucede hasta los paroxismos en Interestelar (2014). Con menos o más dinero, Nolan persiguió siempre la idea de estas encrucijadas con vueltas de tuerca. Sus guiones siempre tienen un giro inesperado y una fugaz, y hasta a veces no tan necesaria, explicación al final.
En las películas de Nolan el tiempo es algo que no pasa desapercibido, es algo a lo cual sus personajes se deben enfrentar, porque es un tiempo activo que condiciona su accionar. El tiempo produce una alteración drástica en sus aspectos psicológicos sometiéndolos a la tortura de tener que lidiar contra las agujas del reloj en una pelea de la que nunca saldrán vencedores. El tiempo como perpetuador de las escenas traumáticas que revitaliza los fantasmas del ayer y los enfrenta a los de hoy generando un desconcierto en la conducta trastornada de sus personajes. Nolan nos presenta una galería de personajes obstinados que fueron marcados por una pérdida, porque esto los obliga a enfrentar la idea irrefutable que domina la existencia: la conciencia de muerte como algo irreversible.
En Interestelar llevó al máximo sus estudios sobre la concepción del tiempo con un clímax glorioso en la que el astronauta puede ver con sus propios ojos como el pasado, el presente y el futuro se pliegan uno sobre otro. El director prioriza desarrollar a lo largo de su obra un profundo análisis con respecto al tiempo como una dimensión simultánea en la que lo que fue, es y será son esferas sincrónicas. Un presente continuo que hace coincidir las distintas líneas temporales. El tiempo como algo tangible a través de la teoría de relatividad, de lo que Nolan se sirve para romper el concepto de tiempo tal y como lo conocemos y revelarlo como una materia amoldable, dilatándolo y contrayéndolo como se le dé la gana. Tanto en las múltiples capas de sueño en El Origen, o en el planeta desconocido de Interestelar, la lógica de tiempo se fractura y se divide, haciendo que el peso de cada minuto sea una cuestión vital por su intensidad.
Esta perspectiva arquitectónica de sus historias se revela como una de las manifestaciones más representativas de la posmodernidad en el cine. En Nolan todo el rigor pasa por el montaje, desde la alteración de la estructura clásica hasta el dinamismo entre la conjunción de distintos puntos de vista que marcan el ritmo voraz de sus películas. Precipitación pura. Una fluidez sustancial que utiliza tanto para las escenas de acción como para seducir la reflexión del crucigrama. Dunkirk (2017) está contada a través de tres puntos de vista: cielo, tierra y agua. Trata del ejercicio formal mejor logrado de acuerdo a esta cuestión, ya que Dunkirk es un drama bélico sofocante con tres realidades alternando con mucha frecuencia en pos del asolamiento. Para Nolan la realidad es una mera construcción de distintas miradas convergentes.
A partir de esto, otro de los temas recurrentes en su filmografía es la inconsistencia de la memoria. Es una idea fija en la que trabaja de distintas maneras y con una lectura propia en cada ocasión. Algo que se ve claramente en la crudeza de Memento con un personaje que se tatúa su cuerpo para recordar lo acontecido hace instantes. Una manera muy directa y efectiva para sumergirse en las irregularidades de la mente a través de un thriller psicológico. En Insomnia indagó en los traumas de la memoria con los recuerdos que azotan la vigilia del protagonista como sentencia de su remordimiento. O el surrealismo onírico de El Origen en donde cavó mucho más hondo hasta llegar a las entrañas del inconsciente construido minuciosamente con la impresión de nuestros recuerdos.
Pero su aprehensión de la memoria se refleja no sólo como un carácter del individuo, sino que se desdobla en otro sentido por su condición social. ¿No es el plan de Batman obligar a recordar al Dos Caras más por sus principios que por su final? ¿No es la preocupación de los soldados supervivientes de Dunkirk cómo serán recordados en el tiempo? ¿Héroes o desgraciados? La memoria de la sociedad como una construcción de subjetividades para suscitar la esperanza. Tanto individual, como colectiva, para Nolan la memoria siempre es manipulable y poco confiable. Una mentira puede ser más valedera que una verdad para salvar a toda una ciudad de la oscuridad. Una idea puede ser alterada a través de unos espías que trabajan en los sueños. O una derrota puede simbolizar la llama de la supervivencia para la fortaleza de nuevos combates. En las películas de Nolan la validez de la memoria es la que sostiene la identidad de los valores.
Esta ambición conceptual desemboca en el dilema filosófico de qué es mentira y qué es verdad. Esto, a través de una línea indiscernible que pone en jaque el sentido fundacional de la representación. Nolan acude a numerosos caminos de distorsión de la realidad para que sus personajes accedan a la verdad sólo cuando se den cuenta de la falsedad de esta, por más desilusionante y desoladora que sea. La realidad es tapada con un velo negro por su naturaleza trágica y la ilusión sirve como una vía de escape. En El Gran Truco volvió literal este valor intrínseco de su cine con dos magos que compiten por revelar la farsa de su contrincante. El suspenso de la historia se desenvuelve como una analogía de sus inquietudes filosóficas. Sucede con el protagonista de El Origen que tiene que escoger: vivir con el dolor de la pérdida o creer en esos pedacitos de sueño como un nuevo resplandor.
A lo largo de su trayectoria la figura de Chistopher Nolan se configuró como una de las más respetadas de la actualidad. Ya que la identidad del director británico supo cautivar no sólo al espectador masivo sino que también es el placer culposo de los ojos más apáticos al sistema hollywoodense. Su impronta es algo que va más allá de los géneros y lo dota de una visión particular y de una estética propia. Un cine poderoso y grandilocuente, creador de las grandes formas, de odiseas crípticas y escenarios impetuosos, que lo llevaron a convertirse en uno de los directores con más relevancia del siglo XXI por su prodigiosa versatilidad.