Cuatro amigos, mucho más de algunas pocas copas y una invitación a la reconexión con el placer de la vida misma
Mads Mikkelsen es Martin, un alienado profesor de historia carcomido por la indiferencia de la cotidianidad. Este desgano que se ha vuelto una extensión de su personalidad en sus cuarenta comienza a ser motivo de interpelación en su matrimonio, en su trabajo y su vida en general, culminando con un peak de reveladora realidad en una difícil reunión de apoderados en su contra que como premonición del proceso que se viene no tiene vuelta atrás en lo que será la nueva vida del protagonista.
Así, en un cumpleaños, entre vodka y champagne, comienza a mirarse atónitamente, como si lo estuviera haciendo por primera vez en años y no encontrase el camino que lo llevo a estar ahí, en quien se ha convertido y quien es. Un marido, padre y profesor ausente, apagado de su propósito que, en medio de lágrimas contenidas y embebido de emociones remojadas en alcohol, se regala un reencuentro con la vida que soltó.
Esa noche de borrachera termina en un pacto de Martin y sus tres colegas, profesores y amigos, Tommy (Thomas Bo Larsen), Nikolaj (Magnus Millang) y Peter (Lars Ranthe) quienes deciden hacer un experimento social poniendo en práctica la teoría de Skarderur que afirma que el ser humano nace con 0,05 grados de alcohol en la sangre e intensificando su motivación al revisar anécdotas que rondan a grandes de la historia y sus logros cometidos con la ayuda de este particular brebaje.
Preparados…listos… ¡salud!
Es acá donde comienza un encuentro con lo recóndito de sus emociones, que, en vez de relegarlas al olvido del paréntesis de lo cotidiano, comienzan a salir en formas de explosiones de conexión, rebosantes de disfrute, de adolescencia lúdica y desenfreno colectivo.
Mikkelsen, como siempre brilla, más aún cuando tiene esa capacidad de un histrionismo sutil que convierte los procesos emocionales de sus personajes en una emancipación sicológica brutal, un solo movimiento en su cara puede transmitir emociones complejas que bordean la crisis, pero con una sutileza que conecta y desarma a la audiencia. Es capaz de pasar del desencanto absoluto de lo diario a la euforia en un baile jazzero que lo empapa de pasión y recuerdos de juventud.
El alcohol en este caso solo es el vehículo de esa conexión que veían perdida, fue la excusa en este reencuentro personal y social, fue la pérdida de inhibiciones para sacudir la monotonía. El director Thomas Vintergber dista de realizar una apología a la bebida, tampoco adoctrina sobre este. Lo utiliza para mostrar esa danza desenfrenada y catártica que es la vida misma. Porque tal como lo menciona la inyección de adrenalina que seleccionaron como canción que da comienzo y termino de la película “¿Qué es la vida más que una bella noche y un maravilloso viaje? ¡Qué vida!