Hoy Tim Burton cumple años y lo celebramos recordando esta película que nos sumerge en el viaje de la soñada y acontecida vida de Edward Bloom.
Lo onírico e inusual, como propuesta visual y de historia, van transformándose en un relato que exuda belleza en su simplicidad y que nos envuelve en un mundo de magia que va más allá de la fantasía, porque articula las relaciones de todos quienes fueron parte de las historias narradas y los une de manera magistral en una trama común.
Quienes saben narrar relatos con pasión logran llamar la atención del espectador. Este era el don de Edward Bloom, el don de la palabra; que mezclada con perseverancia y un poco de perspicacia, terminaba encantando hasta el más incrédulo, logrando transportarlo a su mundo lleno de historias inesperadas y a ratos, poco creíbles donde él siempre airoso, salía de cualquier situación y ayudaba a quien en frente de él estuviera, como si fuera casi poseedor de una iluminación trascendental que le cambiaba la vida a quien en problemas estuviera y se encontrara en su camino, creando a su paso, una relación que terminaba, de una u otra manera, uniéndolos para siempre.
Ewan McGregor y Albert Finney son los encargados de encarnar a este particular personaje caracterizado por ser un soñador y cuentacuentos. La historia se centra en él; y en cómo a partir de estos relatos va construyendo un mundo que deambula entre lo real y lo imaginario. Y que en dos horas de película, el director hace una invitación a acompañar al personaje principal a un recorrido de acontecimientos cargados de fantasía que se mueven entre amarillos profusos que invaden un jardín y rojos extremos que paralizan una escena de amor a primera vista.
La historia es narrada entre pasado y presente, dónde McGregor, asume el rol de Edward en su juventud, cargado de aventuras, trabajador de un circo, domador de hombres lobo, conquistador de perseverancia surreal y dueño de un pueblo remoto llamado Spectre y Finney, como Edward del presente, quien a pesar de estar postrado y enfermo está ávido de historias para entregar a quien primero aparezca por la puerta de su habitación.
Particularmente, el director centra su atención en dos historias: contar cómo después de sobrevivir a un sinnúmero de crónicas increíbles logra ganar el corazón de su pareja y de cómo estas historias van marcando la relación con su único hijo, Will (Billy Crudup), que, cansado e incrédulo, se separa de la audiencia general y critica la veracidad de los relatos de su padre, incomodándose con el permanente foco de atención que se le da y renegando de su vínculo.
Esta película habla de amor y de reconocimiento. El amor de una pareja, como la de Edward y Sandra (Jessica Lange), que fue a primera vista, imposible, pero que paso a paso en la vida que los unió forjó que ese amor pudiese mantenerse vivo hasta la última palabra. Y, por otro lado, el reconocimiento de un hijo que siempre dudó de su padre y de cómo construyó su versión de su vida.
Es un recorrido por el amor convertido en magia, por el orgullo transformado en admiración, por una construcción de un mundo que ya no tiene fecha de caducidad, porque sobrevivió una vida y gracias a otros quedó plasmado en el relato, tanto así que lo hizo imperecedero y real.
Es una película cargada de detalles, de pequeñas coincidencias que se convierten en constantes, de fuerte redención frente a la incredulidad padre-hijo y de justicia oportuna para llegar a los abrazos de despedida. Un mundo de sueños cargados de realidad.
“El hombre cuenta sus historias tantas veces que se convierte en ellas, es así, como se vuelve inmortal”