En Jay Kelly, Noah Baumbach explora la identidad y el legado a través de un George Clooney introspectivo, acompañando a su manager en un viaje europeo que combina nostalgia, culpa y fama con honestidad confusa.
Noah Baumbach siempre estuvo fascinado por las relaciones humanas, pero en Jay Kelly centra su mirada hacia un universo que, paradójicamente, parece intocable: el de la celebridad o el estrellato de Hollywood. Esta vez, el foco no está en una pareja en crisis ni en una familia rota, sino en un hombre que solo puede escucharse cuando todo el mundo lo está mirando. El protagonista es Jay Kelly, una superestrella que viaja a Europa para recibir un homenaje en un festival. A simple vista, la trama podría encaminarse al terreno del ego herido, pero la película juega otra carta: Jay no está en guerra con la industria, sino con la persona que dejó de ser. George Clooney se adueña del papel con una presencia magnética pero cansada, casi como si interpretara a un reflejo deformado de sí mismo.
Donde la película realmente despega es en la relación con Ron, el mánager interpretado por Adam Sandler. Es una amistad atravesada por la culpa, la dependencia emocional y el cansancio de una vida construida alrededor de otro. Sandler, lejos de su perfil de cómico, entrega una interpretación donde su silencio dice tanto como una frase filosa.
Baumbach estructura la historia como un viaje fragmentado: ciudades, recuerdos, encuentros incómodos, diálogos que parecen improvisados y momentos donde la película se detiene a contemplar la mirada perdida de su protagonista. Ese pulso discontinuo puede resultar frustrante para quienes buscan una narración clásica, pero encaja perfecto con el estado emocional de Jay, que no sabe qué parte de su vida es real y cuál es solo “material para entrevista”.
Además de la melancolía, está presente el humor
El cineasta también coquetea con el humor: hay apuntes ácidos sobre la industria, las entrevistas, los festivales y el juego superficial de la fama, pero nunca desde la burla total. Jay Kelly no es un ataque al star system, sino una elegía desde adentro. Y ahí está su mayor riesgo, y su mayor valor.
Visualmente, la película seduce sin exagerar: paisajes europeos, habitaciones de hotel, luces suaves y un tono crepuscular que le da elegancia incluso a los momentos más incómodos. Hay una sensibilidad fellinesca en su forma de observar a la estrella rodeada de público, pero hundida en su interior, como una celebración que deja un eco triste cuando se apagan las cámaras.
¿Funciona como un all-in? Sinceramente, no del todo. Algunos pasajes se estiran más de lo necesario y la película se enamora un poco de su propio concepto. Pero incluso en su irregularidad, Jay Kelly tiene algo que pocas ficciones sobre Hollywood logran: humanidad. Deja entrar la fragilidad, la contradicción y el arrepentimiento sin convertirlos en espectáculo.

Jay Kelly es una película que divide, y está bien que lo haga. Es introspectiva pero no del todo clara, emotiva pero no siempre contundente. Pero cuando acierta, lo hace con una honestidad que desarma. Clooney y Sandler demuestran que aún pueden sorprender y Baumbach entrega una obra que, sin ser su mejor película, encuentra belleza en la incomodidad de ser visto por todos y no reconocerse en el espejo.
La cinta tuvo su estreno limitado en cines y llegará a Netflix a partir del 5 de diciembre.













































