Llegó a las salas del país El nido, una película de terror ambientada en un solo espacio y protagonizada por dos personajes: una remembranza sórdida a los tiempos de virus y de cuarentena cargada de tensión y suspenso.
En El nido, coproducción ítalo-argentina protagonizada por Luciano Cáceres, se presenta un contexto distópico tenebrosamente próximo, que traza un reenvío directo al confinamiento pandémico que tanto cuesta superar. Resulta que un poderoso virus bastante más letal y enérgico que el COVID empezó a convertir a los humanos en una especie de zombies hambrientos, y para ello se han creado unos refugios arquitectónicamente futuristas llamados “nidos”. En estos resguardados bunkers, los sobrevivientes pueden permanecer recluidos y seguros de no contraer esa peste que azota allá afuera… Ahí mismo despierta una joven de 18 años (Blu Yoshimi), que aparentemente ha contraído el virus y debe ser medicada y tratada con urgencia por uno de los voluntarios de la pandemia: un inquietante y engominado Luciano Cáceres que lleva puesto durante casi toda la película un barbijo y vestimenta aislante protectora.
La película se centra en el vínculo primeramente conflictivo y luego afectuoso y familiar entre estos dos personajes, encerrados en una locación que se presenta (en la secuencia inicial de la película, mediante una publicidad que anuncia la edificación de los nidos) como acogedora y cálida pero acaba siendo un frío y sórdido escenario para que los traumas introspectivos no demoren su estallido. Primero, de parte de él y su pasado familiar… Luego, los desórdenes psicopáticos de la joven protagonista infectada no tardarán en salir a la luz y generar confrontaciones y tensiones múltiples.
El sello de Temponi
El mayor logro de esta película dirigida por Mattia Temponi es el tratamiento del fuera de campo y la penumbra para ir sembrando el terror y la acechanza de una amenaza latente muy de a poco. Los altos contrastes rojizos bañan la imagen en determinadas escenas y, así, empañan y opacan la claridad en las motivaciones de los protagonistas, que en principio parecían ser solo la supervivencia en un marco de distopía ambiental. Las expectativas del espectador fluctúan una vez que se inserta la incógnita y se torna dificultoso aseverar quién provocará el próximo ataque: si ella, si él, si el virus, o si alguien más que aguarda entre las sombras.
El terror en El nido avanza muy paulatinamente, muy in crescendo, en un relato claustrofóbico que elige focalizarse en sus personajes y demorar la acción; pero sin perder nunca la eficacia dramática conducida por el vértigo de lo insospechado.
El nido se estrenó el pasado jueves en todas las salas del país.