Una vieja frase decía que “el color sería la ruina del cine de terror”, pero Midsommar es la prueba viva que asegura todo lo contrario.
El viaje de un grupo de amigos a una congregación sueca alejada de los avatares de la civilización, se vuelve rápidamente un trip horroroso envuelto en una paleta de colores de ensueño, que a veces cobran vida y parecen extraterrestres o el resultado de un viaje feo de ácido que comienza a distorsionar la realidad, pero que siempre mantiene una idea de falsa seguridad que en cualquier momento va a fracturarse.
Que Ari Aster es uno de los nuevos grandes maestros del horror lo sabemos todos, y el despliegue de grandeza que supone “Hereditary” ya nos preparaba para lo que podíamos ver en Midsommar, pero no hay muchas cosas que te preparen para esto. Mamando fuertemente de la teta de películas como The Wicker Man o The Holy Mountain, con un culto cuya creencia en la vida y la muerte nos eriza todos los pelos del cuerpo, Aster construye una amenaza tan terrible como la del “Hail, Paimon!” pero con una máscara amable, que si bien sabemos que oculta un rostro abominable, se vuelve diabólicamente agradable por momentos.
La creación de nuevos mitos de horror, ambiguos, misteriosos, que se alimentan de géneros poco frecuentes, cobra mucha fuerza en esta cinta. El terror creciente, con esta falsa aura de seguridad, extiende sus tentáculos a los protagonistas y captura a los espectadores, en un mundo dentro y fuera de nuestra civilización, donde los dioses aún moran y las cosas más inexplicables se hacen en su nombre. Hay muchas imágenes perturbadoras en Midsommar, pero todas están teñidas de un filtro de belleza veraniego que las hacen todavía más repulsivas.
No hay que caer en que el cine de terror se está volviendo “cine arte” porque el cine de terror, para muchos realizadores, siempre lo fue, pero Ari Aster hace algo con el terror que no lo hace nadie. No se olvida de sus raíces sangrientas, no trata de disfrazarlo de otra cosa, pero en cierta manera, uno no puede negar que a veces se siente cómo terror evolucionado, o un sello de un director que siempre dará hambre de más.