Esta crítica contiene spoiler.
Todos los premios hasta ahora recibidos y lo que te rondaré morena los tiene bien merecidos el Joker de Todd Phillips, convertido ya en uno de los grandes films del 2019 y, posiblemente, de la década que va camino de terminar.
PHILLIPS EL GUASÓN
Hace años que quien esto escribe es un defensor a ultranza del hasta ahora denostado Todd Phillips. El director especializado en comedias teen o con personajes de carácter adolescente (léase Road Trip; Old School o la trilogía de The Hangover) nunca llamó la atención crítica a pesar de que sus películas unifican todas un discurso común, ergo, lo convierten en un autor. Hasta ahora todos los personajes de la filmografía phillipsiana eran varones incapaces de dejar atrás su pasado de juergas y fiestas continuas con los amiguetes. Con dificultades para madurar, todos ellos son una especie de Peter Panes salvajes y etílicos,pero con mucho más pedigrí que los personajes de mediocres películas de las que parecen beber, como por ejemplo la saga American Pie. La capacidad de unir un discurso en un puñado de (aparentes) comedias vacías ya hacían preveer que Phillips podría resultar un director que llamase la atención del mundo apenas se pusiese a dirigir algo que la cítica, en su prepotencia eterna, considerase serio. Y eso es precisamente lo que ha ocurrido con Joker.




ARTHUR FLECK, EL LUNÁTICO DE GOTHAM
Quien espere ver una película de superhéroes o supervillanos en Joker se habrá equivocado de sala. La película tan sólo usa el personaje creado por la DC Cómics como punto de partida para narrar una tragedia psicológica.
Y esa es la de Arthur Fleck, interpretado magistralmente por Joaquin Phoenix. Fleck es un hombre con evidentes problemas mentales que trabaja como payaso visitando hospitales infantiles y haciendo propaganda de tiendas comerciales. Su sueño desde niño era convertirse en cómico, a pesar de que es mostrado desde el primer momento como un ser triste, gris y con un trastorno que le lleva a tener ataques de risa incontrolados en los lugares y situaciones más insospechados.




La película es desasosegante desde el primer minuto porque todos los elementos de puesta en escena no son más que un reflejo externo del atormentado estado psicológico del personaje: los planos cortos constantes de Arthur en los que el resto del plano se muestra desenfocado (metáfora de la visión trastornada y distorsionada que de la realidad tiene el protagonista); la sucia, casi grasienta casa donde el protagonista vive con su madre, otro personaje perturbado y de oscuro pasado; la música de Hildur Guonadottir, una de las grandes bandas sonoras del año, con esa mezcla entre canciones aparentemente alegres y composiciones oscuras que se amalgaman a la perfección con los bailes turbios y psicopáticos con los que se luce Joaquin Phoenix, como si fuesen un ballet macabro. Pero ya puestos a destacar puntos de la puesta en escena de Phillips, hagámoslo con el que para mí es el mejor de todos: el tono seventies que le da el director. No es casualidad en este sentido que Robert DeNiro interprete al personaje del televisivo ídolo del Joker Murray Franklin, puesto que el legendario actor es el icono del film que Phillips usa como gran referencia para su Joker: Taxi Driver. No sólo por el homenaje gestual de dispararse en la sien con una pistola imaginaria que el protagonista lleva a cabo en un determinado momento del film. Si no, y sobre todo, porque Phillips recoge de Taxi Driver toda la esquizofrenia paranoide y psicótica de los traumas americanos del post Vietnam, donde la violencia y la degradación moral campaban a sus anchas por las calles de Nueva York.




Es de ahí de donde el film bebe para mostrarnos la violencia física y moral de la que ha sido víctima Arthur toda su vida y que son la causa que acaban degenerando en la creación de un villano: el Joker. Un monstruo que habitará en una ciudad inexistente como es Gotham, pero que viven en nuestro mundo real, atomizado, alienante y proclive con su inhumanidad a crear sus propios monstruos. Joker es desde ya un clásico imperecedero.